“Freud era el más machista de todos”, Marcela Serrano

Ciro Roldán
Publicado originalmente en Revista Diners Ed 334 de enero 1998.
Marcela Serrano es una especialista en mujeres: “mujeróloga” más que feminista, ella cree que La Mujer (con mayúsculas) sí existe y sí sabe lo que quiere. Aunque dice ser una escéptica de la literatura feminista, cree y confía en la visión femenina y aunque no quiere una sociedad de mujeres sí desea un albergue para mujeres tristes.
Durante dos horas habló de la cultura, la contracultura y la incultura feministas. Suave en el modo, fuerte en la cosa misma, Marcela no eludió hablar de sí misma, de su soledad como mujer y escritora, y de su mundo infantil pleno de mujeres: “Vengo de una familia de cinco hermanas mujeres y ningún hermano hombre”.
Todo mi mundo infantil es un mundo de mujeres. También mi madre tuvo solo hermanas. Me cuidaban nanas en el campo y estudié en un colegio femenino. A los hombres solo vine a descubrir los como compañeros cotidianos en la universidad. Y solo me decidí a luchar por la mujer durante la dictadura de Pinochet para organizar en la Resistencia un movimiento femenino de izquierda, llamado Mujeres por el Socialismo.
¿Literalmente cuál es su relación con las mujeres?
Los personajes de mis novelas llegan a mi independientemente de mi misma. Casi se me instalan. Y una vez instalados en mi, yo la paso muy bien largo tiempo conviviendo con ellos en mi imaginación. Floreana, la protagonista de El albergue para mujeres tristes (1997) es lo opuesto de mi. Es mujer con poca autoestima, etérea, abstracta, sin sentido de pertenencia. Es una candidatas ideal para un albergue de mujeres tristes.
¿Cómo puede identificarse usted con este personaje triste y anodino?
Yo quiero mucho a mis personajes. Me la paso creyendo que son reales y no de ficción. Hay una esquizofrenia fuerte. Me pareció que siendo una mujer tan opuesta a mi, se constituía en un desafío para mi imaginación, para mi psicología, para mi capacidad de meterme dentro de ella. Con ella descubrí que los hombres solo aman a este tipo de mujeres poco amenazantes.
¿No existe una salida diferente para el encuentro amoroso de la de plantearse como una mujer poco amenazante?
Bueno, en la novela hay otro personaje llamado Elena, fundadora del albergue y mujer bienamada, quien responde a este interrogante, y dice: ‘Hay que tender los puentes’.
Tender los puentes es lo que finalmente enseña a hacer Floreana al médico Flavian diciéndole que lo quiere más por su fragilidad que por su naturaleza. Ninguna mujer espera hoy a un supermacho. Lo que queremos es que los hombres dejen aflorar su parte femenina, porque nosotras hace tiempo dejamos aflorar nuestra parte masculina. Así los querríamos más.
¿Entonces, usted no plantea una contracultura? ¿El albergue no lo es?
Al principio toda minoría cultural -aunque sea mayoría física- se plantea como una oposición contracultural para poder salir de la marginalidad. Pero una vez afirmado ese primer momento contra la discriminación, no se necesita.
Yo no planteo un gueto femenino permanente. El albergue es más bien una suerte de refugio temporal donde las mujeres van a curarse de sus tristezas, es un espacio metafórico, una socialización de las penas. Es una especie de terapia de silencio pero también una cura de palabra.
¿Pero una terapia de silencio y palabra no es como un psicoanálisis? ¿Dónde queda ese rechazo explícito de su novela a los descubrimientos freudianos?
Lo que pasa es que Freud es el más machista de todos. No niego que su teoría haya servido a la humanidad. Pero ¡Qué flaco favor ha hecho a las mujeres! Puso el misterio delante de las mujeres porque no lo soportaba.
Además, hoy día nadie se va a demorar años en un diván para aclarar dos cosas. Para eso está la escritura. El escritor, al adentrarse largo tiempo con su soledad, se mete con sus creencias. Llega un momento en que nadie puede ayudarnos. Ninguna soledad como la femenina. Pero ninguna más profunda que la de la escritora-mujer.
¿No son muchas más las que quieren que las que pueden acceder a esa emancipación femenina? ¿ Y qué hace el resto de la mayoría silenciosa?
La clave y primera condición es la emancipación económica. Solo puede ser libre la mujer que se dé su propio pan. Pero la otra condición es la conciencia de la necesidad de ser sujeto y no objeto. Esta es la mujer del fin de milenio ya no quiere volver atrás. Ella es sujeto ya.
¿No será que esto sólo lo pueden decir las elites culturales?
En esto tú te equivocas. Recientemente he sido jurado de un concurso de la Unesco para mujeres latinoamericanas de libre escritura. He leído miles de trabajos de campesinas, indígenas, obreras y trabajadoras en general. Todas tienen el mismo grado de conciencia de su propio lugar. Y miles de ellas han despertado del sueño, aunque haya sido a punta de golpes.
¿Pero no es la madre latina la máxima reproductora del machismo? ¿Qué puede hacerse ante tal omnipotencia materna?
Siempre digo que soy una sobreviviente de los volcanes (geografía chilena), después de los milicos’ (dictadura militar) y por último del machismo latinoamericano. Hemos logrado sobrevivir pese a ellos, y los únicos espacios que les regalamos para siempre son los de la Iglesia y el Ejército.
Pero la casa ya no puede quedar solo para las madres. Cuando los hombres comprendan que no queremos más hijos sino maridos, entonces ellos mismos se quitarán una pesada carga.
El machismo es una carga dolorosa. Se trata de aliviarles esa carga y establecer una nuevo modo de sobrellevarla. Cuando el afecto se reparta y tanto la fragilidad como la fuerza sean de los dos, entonces ya no habrá valores masculinos ni femeninos y la madre omnipotente no tendrá lugar.
Y finalmente tampoco habrá literatura femenina ni masculina. ¿Cuándo habrá simplemente literatura o gente que escriba como gente?
Yo sostengo la tesis de que no existe literatura femenina. Pero sí existe un punto de vista femenino, porque el lenguaje y el modo de apropiación del mundo son distintos. Existen los androtertos y los ginotertos. Los primeros son universales y pueden ser escrito por hombres o mujeres indistintamente.
En cambio los ginotextos solamente los puede escribir una mujer. Esta novela mía solo pudo ser escrita por una mujer. Después de esta cuarta novela podría hacer una maestría o un postgrado sobre el alma de la mujer.
No se trata de escribir sobre Ana Karenina o Ema Bovary. Son mujeres ejemplares en las que no precisa involucrarse como en mis mujeres de carne y hueso de hoy. Lo difícil es asumir la voz femenina de esta época. La mera novela de amor es un sartal de lugares comunes.
Se terminó el tiempo. Ella sólo quiso agregar una frase final: “Di que tengo dos hijas y son preciosas”.