El pecado de leer en el siglo XIX

Los libros que hablaran de sexo estaban vetados. Entonces circulaban clandestinamente, con cierto éxito editorial. Aquí se mencionan algunos de los más relevantes.
 
El pecado de leer en el siglo XIX
Foto: Victorian Sensation Fiction
POR: 
Nelly Rocío Amaya

Publicado originalmente en Revista Diners de abril de 1994. Edición 289

La literatura erótica ha sido un género secularmente prohibido, en tanto que sus autores se han visto forzados al anonimato. En el siglo XIX muchas obras fueron destinadas. a la hoguera, y otras condenadas a los “infiernos” de las bibliotecas.

Cuando en 1800 apareció anónimamente el primer libro erótico, El hijo del burdel, todo el mundo reconoció su arte de multiplicar los acontecimientos sin dar respiro al lector: “Mis manos trémulas de deseo erraban entretanto por el cuello de mi bella amante. En seguida sentí una de las suyas que se me deslizaba a lo largo del muslo… “En realidad se trataba de Charles Pigault Lebrun (escritor muy apreciado por Napoleón), que llevaba una vida tan fértil en aventuras como lo fueron sus novelas. A partir de entonces los libros obscenos constituyeron incomparables documentos de las costumbres de la época.

Obras como La torrecilla de SaintEtienne (1831), que apuntaba a denunciar “las santas infamias”, o Las veladas del Palais-Royal, que mostraba el libertinaje de una joven burguesía emancipada (Julie ya había hecho felices a más de doce amantes cuando el señor B. Pensó en darle un partido”), tenían mucho éxito, no obstante estar escritas en un estilo trivial.

En 1883, Alfred de Musset daba pruebas de virtuosismo al escribir una novela erótica-Gamiani o dos noches de excesos- en tres días, sin emplear una sola palabra grosera su heroína, la condesa Gamiani, inspirada en “la mujer sin corazón” de Balzac, se revela insaciable y demoníaca, y el suspirante Alcide, como el Raphäel de La piel de zapa, se oculta una tarde en su casa para descubrir sus secretos: “¡Qué queréis! Mi triste condición es estar divorciada de la naturaleza”.

Pero la mayor vergüenza del siglo XIX fue el proceso contra Las flores del mal y la condena de Baudelaire el 20 de agosto de 1857. El Ministerio Público lo acusaba de “componer obras que conducen a la excitación de los sentidos por medio de un realismo grosero y ofensivo del pudor”.

Este autor, que en realidad era un gran poeta que lo expresaba todo (“Es necesario describir los vicios como son, o no verlos”), siempre se mostró despreciativo frente a la obscenidad: ninguna palabra cruda, ninguna locución trivial tuvieron cabida en sus escritos. Llegó a ser incomparable por su estilo (‘El carril de su espalda que frecuenta el deseo”) y cultivó una voluptuosidad refinada que no fue valorada en su momento a pesar de haber sido un virtuoso de la lengua francesa.

En Inglaterra se asistía al desarrollo intensivo de la literatura erótica (muchas obras eran difundidas por los periódicos con toda permisividad), hasta 1797, cuando el rey Jorge III divulgó una proclama contra el vicio. Pronto las obras licenciosas entraron en la clandestinidad.

Novelas como Venus maestra de escuela o los juegos de la flagelación (Venus school mistress, or birchin sports) escrita en 1840, se inspiraban en los castigos de las escuelas, el ejército, la marina, mostrando con realismo las peculiaridades del”Vicio inglés”. Y en Londres era frecuente hallar comunidades de coleccionistas de libros eróticos y estampas clandestinas, que reunían a los espíritus anti-conformistas.

Gracias a esta tradición, Inglaterra descubrió los Kama-sutra al mundo entero y patrocinó las más curiosas Obras eróticas a fines del siglo XIX. La reina Victoria moriría en 1901 sin sospechar siquiera que durante su reinado, los ingleses se habían convertido en los primeros pornógrafos del mundo.

En Estados Unidos el precursor fue John Cleland, con su obra Fanny Hill, que inauguraba la novela pornográfica. Su autor, proscrito por las autoridades locales, no conoció el éxito; pero en cambio William Haynes, que reeditó las Memorias de Fanny Hill en 1846, hizo fortuna sólo con ese libro, y decidió continuar con el mismo género de publicaciones. Los autor.es anónimos que trabajaban para él se inspiraban en Cleland (su heroína pasó a ser obrera de fábrica, aventurera, viuda galante, pero era siempre la misma mujer de “temperamento amoroso y voluptuosas hazañas en el tálamo de Cupido”), y Haynes se convirtió en el primer editor de pornografía, que llegó a sumar más de 300 títulos en su catálogo de obras clandestinas

Desde entonces el comercio con la pornografía fue una actividad tan próspera y lucrativa que a alguien (Anthony Comstock) se le ocurrió la idea de emprender una cruzada para prohibirla, y fundó en 1868 el Committee for the Suppression of Vice, cuyo len1a decía: “Moral, no arte y literatura”. En 183 7 el Congreso estadounidense reforzó las normas contra la obscenidad. Medio siglo después, cuando se hacía destruir una traducción inglesa del Decamerón, los intelectuales norteamericanos denunciaron la ola de “comstockery” que amenazaba al país.

Parece, pues, que en el siglo XIX se rechazaba fácilmente todo lo que tuviera que ver con la descripción pura y simple de los valores de la carne.

         

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junio
11 / 2019