Umberto Eco habla sobre la nueva guerra santa

El famoso escritor y semiólogo italiano se imagina cómo puede llegar a ser la nueva Guerra Santa entre Occidente y el Islam. La tecnología militar y el fanatismo musulmán se enfrentan en una batalla que se repite y que nunca tendrá un vencedor. Perspectivas de la tercera guerra.
 
Umberto Eco habla sobre la nueva guerra santa
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Umberto Eco

Revista Diners de noviembre de 2001. Edición número 380

La cuestión que estos días ronda por las conciencias de todos no es si el terrorismo está bien o mal, o si hay que eliminarlo aunque sea de forma violenta: sobre esto hay un consenso unánime, al menos en Occidente y en muchos países árabes, e incluso un pacifista sabe que en cualquier reacción de legítima defensa es indispensable cierta dosis de violencia. Sí no fuera así, no deberían existir ni siquiera las fuerzas de policía, y no habría que usar la violencia contra quien está disparando a la multitud.

Los verdaderos problemas son otros: si la guerra es la forma adecuada de violencia y si el enfrentamiento que nos espera debe convertirse en un enfrentamiento de civilizaciones, si se prefiere, de culturas-, o una guerra entre Oriente y Occidente. De ahora en adelante usaré, por comodidad, la expresión “guerra E/O “, del mismo modo que durante la Guerra Fría se consideraba, con mucha flexibilidad geográfica, Este a Checoslovaquia y Oeste a Finlandia, Este a China y Oeste a Japón. Y por supuesto, al hablar de un enfrentamiento entre mundo cristiano y mundo musulmán, incluyo entre los cristianos a todos los occidentales, comprendidos ateos y agnósticos, y en el mundo musulmán también a los fieles de poca fe que beben vino a escondidas sin preocuparse en lo más mínimo por el Corán.

 

Por un lado, las operaciones de guerra pueden empujar en Oriente a las masas de fundamentalistas a tomar el poder en las diferentes naciones musulmanas, incluso en algunas de las que apoyan a Estados Unidos; por el otro, la intensificación de atentados insostenibles puede llevar a las masas occidentales a considerar al islam en su conjunto como el enemigo. Entonces tendríamos un enfrentamiento frontal, el Armagedón decisivo, el choque final entre las fuerzas del Bien y las del Mal (y cada parte consideraría mal a la parte contraria). No es un escenario imposible. Por ello, como todos los escenarios, debe dibujarse hasta las últimas
consecuencias.

Admito que para hacerlo hay que practicar el arte de la ciencia-ficción. Pero también la caída insólita de las dos torres fue anticipada por mucha ciencia-ficción cinematográfica, y, por lo tanto, los escenarios de ciencia- ficción, aunque no necesariamente dicen lo que va a ocurrir, sí sirven para advertir sobre lo que podría ocurrir.

Choque frontal igual que en el pasado. Pero en el pasado había una Europa con fronteras bien definidas, con el Mediterráneo entre cristianos e infieles, y con los Pirineos, que mantenían aislada la parte occidental del continente que aún era en parte árabe. Así, el enfrentamiento podía asumir dos formas: el ataque o la contención.

El ataque lo constituyeron las Cruzadas, pero ya se sabe lo que pasó. La única cruzada que llevó a una conquista efectiva (con la instalación de los reinos francos en Oriente Próximo), fue la primera. Después, durante siglo y medio (con Jerusalén de nuevo en manos de los musulmanes hubo otras siete, sin contar expediciones fanáticas e insensatas como la llamada Cruzada de los Niños. En todas ellas, la respuesta a la llamada de San Bernardo o de los pontífices fue poco entusiasta y confusa. La segunda cruzada estuvo mal organizada; la tercera vio a Barbarroja morir en el camino, a los franceses e ingleses llegar a las costas enemigas y, después de alguna conquista y alguna negociación, volver a casa.

 

En la cuarta, los cristianos se olvidaron de Jerusalén y se ensañaron con el saqueo de Constantinopla. La quinta y la sexta fueron prácticamente dos viajes de ida y vuelta. En la séptima y la octava, el bueno de San Luis luchó bien en las costas, pero no obtuvo nada consistente y murió allí. Fin de las Cruzadas.

La única operación militar de éxito fue, más tarde, la reconquista de España. Pero no fue una expedición de ultramar, sino una lucha de reunificación nacional (algo así como el Piamonte con el resto de Italia), que no resolvió el enfrentamiento entre los dos mundos sino que simplemente desplazó la línea fronteriza.

En lo que a la contención se refiere, los turcos se detuvieron ante Viena, se ganó la batalla de Lepanto, se erigieron torres en las costas para prevenir los ataques de los piratas sarracenos, y así durante algunos siglos. Los turcos no conquistaron Europa, pero el enfrentamiento perdura.

Después, en los últimos siglos, nos encontramos con el nuevo enfrentamiento: Occidente espera a que Oriente se debilite y lo coloniza. Co1no operación, no hay duda de que estuvo coronada por el éxito, y durante mucho tiempo, pero hoy estan1os viendo los resultados. El enfrentamiento no se ha eliminado, sólo se ha
agudizado.

Se podría decir que, a fin de cuentas, Occidente ha ganado más. Europa no fue invadida por los hombres de turbante y cimitarra, y éstos últimos se han visto obligados a aceptar, en su casa, la tecnología occidental. Podría considerarse un éxito si no fuera porque, gracias a la tecnología occidental, Bin Laden ha logrado derribar las Torres Gemelas. Imagino que los productores occidentales de armas celebrarán cada vez que consiguen vender alta tecnología bélica a Oriente, y que para festejar comprarán un barco nuevo de cien metros de largo. Si así les va bien, pues alégrense muchachos, ustedes ganan.

Hasta ahora he faltado a mi promesa y he hablado de historia, no de ciencia-ficción. Pasemos a la ciencia-ficción, que tiene la consoladora ventaja de no ser todavía verdad.

Volvemos a plantear el choque frontal; es decir, la guerra E/O. ¿En qué se diferenciaría este choque de los enfrentamientos del pasado? En la época de las Cruzadas, el potencial de guerra de los musulmanes no difería mucho del de los cristianos: espadas y máquinas bélicas estaban a disposición de ambos. Hoy, Occidente tiene ventajas tecnolóicas. Es ciero que, en manos de los fundamentalistas, Pakistán podría usar la bomba atómica, pero como mucho conseguiría arrasar, por ejemplo, a París, en inmediatamente sus reservas nucleares quedarían destruidas. Si cayera un avión estadounidense, construirían otro; si se cayera un avión sirio, tendrían dificultades para comprar otro a Occidente. El Este arrasa París y el Oeste lanza una bomba atómica sobre La Meca. El este difunde el botulismo por correo y el Oeste envenena todo el desierto de Arabia, como se hace con los pesticidas en los inmensos campos del Oriente Medio, y mueren hasta los camellos. Estupendo. Tampoco duraría tanto, máximo un año; después todos continuarían con las piedras, pero ellos saldrían perdiendo.

Con una salvedad: hay otra diferencia con respecto al pasado. En tiempos de las Cruzadas, los cristianos no necesitaban hierro árabe para hacer sus espadas, ni los musulmanes hierro cristiano. Ahora, en cambio, incluso nuestra tecnología más avanzada vive del petróleo, y el petróleo es de ellos, por lo menos la mayor parte. Ellos solos, sobre todo si les bombardean los pozos, no pueden extraerlo; pero nosotros nos quedamos sin él. A no ser que se lancen en paracaídas millones de soldados occidentales para conquistar y vigilar los pozos, pero entonces los volarían ellos, y además una guerra por tierra, en esos países, no es nada fácil.

 

Por lo tanto, Occidente debería reestructurar toda su tecnología para eliminar el petróleo. Y como aún no ha conseguido hacer un automóvil eléctrico que se mueva a más de ochenta kilómetros por hora y no se demore toda una noche en cargarse, no sé cuánto tiempo llevaría esta reestructuración. Incluso sin contar con la vulnerabilidad de las nuevas centrales, se necesitaría mucho tiempo para propulsar a los aviones y los tanques, y hacer que nuestras centrales eléctricas funcionen con energía atómica. Además, habría que ver si las Siete Hermanas están de acuerdo. No me asombraría que los petroleros occidentales estuvieran dispuestos a aceptar un mundo islamizado con tal de seguir obteniendo beneficios.

El asunto no para aquí. En los buenos tiempos pasados, los sarracenos estaban de un lado, más allá del mar, y los cristianos, de otro. Si durante las Cruzadas dos árabes (quizás disfrazados) hubieran intentado erigir una mezquita en Roma, les habrían degollado y no habrían vuelto a intentarlo. Hoy, en cambio, Europa está llena de musulmanes que hablan nuestros idiomas y estudian en nuestras escuelas. Si ya hoy algunos de ellos se alían con los fundamentalistas de su país, imaginemos qué pasaría si tuviésemos una guerra E/O. Sería la primera guerra con un enemigo que reside cómodo en nuestra casa y al que incluso otorgamos seguridad social.
Pero, atención, el mismo problema se plantearía en el mundo islámico, que tiene en su casa industrias occidentales y hasta enclaves cristianos como Etiopía. Como d enemigo es malo por definición, damos por perdidos a todos los cristianos del otro lado del mar. Guerra es guerra. Desde el comienzo son carne de cañón. Ya los canonizaremos a todos después en la plaza de San Pedro.

En cambio, ¿qué hacemos en Italia? Si el conflicto se radicaliza más de lo debido, y caen otros dos rascacielos, o incluso San Pedro, tendremos una cacería de musulmanes. Una especie de noche de San Bartolomé o de Vísperas Sicilianas; se coge a cualquiera que tenga bigote y una piel no excesivamente blanca y se le corta el cuello. Se trata de matar a millones de personas, pero la multitud se ocupará de ello sin necesidad de molestar a las fuerzas armadas. Naturalmente, habría que ver si degüella también a un árabe cristiano, o a un siciliano que no tenga ojos azules de normando, pero somos tan políticamente correctos que en el carné de identidad no figura si se es cristiano o musulmán, y además hay que desconfiar también de los europeos rubios que se han vuelto infieles. Como ya se dijo en la guerra contra los albigenses, de momento mátenlos a todos, que después Dios reconocerá a los suyos. Por otra parte, no puede arriesgarse a hacer una guerra planetaria y permitir que se quede en casa un solo fundamentalista, que después podría actuar como kamikaze en una estación.

Podría prevalecer la razón. No degollamos a nadie. Pero incluso los norteamericanos, tan liberales, a principios de la Segunda Guerra Mundial recluyeron en campos de concentración, aunque fuera con mucha humanidad, a todos los japoneses que tenían en casa, aunque hubieran nacido allí. Por lo tanto, se localiza a todos los posibles musulmanes –y si, por ejemplo, son etíopes cristianos, qué se le va a hacer, Dios reconocerá a los suyos-y se les pone en algún sitio ¿Dónde? Con la cantidad de extracomunitarios que andan por Europa, para hacer campos de prisioneros se necesitaría un espacio, organización, vigilancia, comida y cuidados médicos insostenibles, sin contar con que esos campos serían bombas que estallarían con sólo poner juntos a varios miles, y que no pueden hacerse campos para grupos de a cuatro.

O, si no, se les coge a todos (no es nada fácil-pero ¡ay de nosotros si queda uno solo!-y hay que hacerlo rápido, de una sola vez), se les enmarca en alguna flota mercante y se les descarga… ¿Dónde? Se dice: “Perdón, señor Gadafi; perdón señor Hussein, ¿le importaría hacerse cargo de estos tres millones de turcos que intento expulsar de Alemania?. La única solución sería la de los traficantes de inmigrantes: se les arroja al mar. Millones de cadáveres flotando en el Mediterráneo. Me gustaría ver qué gobierno se atreve a hacerlo, serían mucho peor que desaparecidos, incluso Hitler masacraba poco a poco y a escondidas.

Como alternativa, en vista de que somos buenos, les dejamos que se queden tranquilos en casa, pero detrás de cada uno ponemos a un policía para que lo vigile. ¿Y dónde encontramos tantos agentes? Se reclutan entre los extracomunitarios. ¿Y si después ocurre como en Estados Unidos, donde las compañías aéreas, para ahorrar, dejaban que los inmigrantes del tercer mundo hicieran los controles en los aeropuertos y después pensaron que a lo mejor no eran de fiar?

Naturalmente, todas estas reflexiones las podría hacer, al otro lado de la barricada, un musulmán sensato. El frente fundamentalista no sería, desde luego, del todo vencedor, una serie de guerras civiles ensangrentaría sus países generando horribles masacres, también recaerían sobre ellos contragolpes económicos, tendrían menos comida y aun menos medicinas de las pocas que tienen hoy, morirían como moscas. Pero si partimos del punto de vista de un choque frontal, no debemos preocuparnos por sus problemas, sino por los nuestros.

 

Volviendo al Oeste, se crearían dentro de nuestras filas grupos filoislámicos, no por fe, sino por oposición a la guerra, nuevas sectas que se negarían a optar por Occidente, seguidores de Gandhi que se cruzarían de brazos y se negarían a colaborar con sus gobiernos, fanáticos como los de Waco que empezarían (sin ser fundamentalistas musulmanes) a desencadenar el terror para purificar a un Occidente corrupto. Pero no es imprescindible pensar sólo en estas franjas. Pienso en la mayoría.

¿Aceptarían todos la disminución de energía eléctrica, sin poder recurrir siquiera a las lámparas de petróleo? ¿El oscurecimiento fatal de los medios de comunicación y no más de una hora de televisión al día? ¿Los viajes en bicicleta y no en automóvil? ¿Cines y discotecas cerrados, hacer cola en McDonald’s para recibir la ración diaria de una rebanada de pan de salvado con una hoja de lechuga? En resumen, ¿el cese de una economía de prosperidad y derroche? Imaginemos lo que le importa a un afgano o a un prófugo palestino vivir en una economía de guerra, para ellos no cambiará nada. Pero ¿a nosotros? ¿A qué crisis de depresión y desmotivación colectiva nos enfrentaríamos? ¿Estaríamos dispuestos a aceptar el llamamiento de un nuevo Churchill que nos prometiera sangre y lágrimas? ¡Pero si los italianos, tras veinte años de propaganda fascista sobre nuestra misión civilizadora, llegados a cierto punto estábamos encantados de perder la guerra con tal de que cesaran los bombardeos! Es cierto que esperábamos a cambio a los norteamericanos buenos con sus raciones, mientras que ahora se esperaría a los sarracenos malos que matarían a los e ras y los frailes y pondrían el velo a nuestras mujeres, pero ¿estaríamos tan motivados como para no aceptar cualquier sacrificio?

¿No se crearían por las calles de Europa cortejos de orantes esperando desesperados y pasivos el Apocalipsis? Hemos admirado la resistencia y la energía patriótica de los norteamericanos tras la tragedia del 11 de septiembre, pero a pesar de la indignación y la solidaridad que sienten, siguen teniendo sus comidas, su automóvil, y el que se atreva, sus líneas aéreas. ¿Y si la crisis del petróleo provocase un apagón, la falta de Coca-Cola y de Big Mac, la visión de supermercados desiertos con solo una lata de tomate allí y una bandeja de carne pasada aquí, como hemos visto en algunos países del este europeo en los momentos de máxima crisis? ¿Hasta qué punto se seguirían identificando con Occidente los negros de Harlem, los desheredado del Bronx, los chicanos de California, los caldeas de Ohio (sí, los hay, los he visto, con sus vestidos y sus ritos)?

Occidente (y sobre todo Estados nidos) ha fundado su fuerza y su prosperidad acogiendo en su casa a gente de cualquier raza y color. En caso de enfrentamiento frontal, ¿cuánto aguantaría la mezcla? Y, por fin, ¿qué harían los países de Latinoamérica, donde muchos, sin ser musulmanes, han elaborado sentimientos de rencor hacia los gringos, hasta el punto de que allí, incluso después de la caída de las torres, hay quien susurra que los gringos se lo buscaron?

En resumen, la guerra E/O podría muy bien mostrar a un islam menos monolítico de lo que se piensa, pero desde luego vería a una cristiandad fragmentada y neurótica, donde muy pocos se presentarían como candidatos a nuevos templarios; es decir, los kamikazes de Occidente.

 

Estos escenarios de ciencia-ficción no me los estoy inventando; hace unos treinta años, aunque sin prever la guerra total, sino sólo un apagón fortuito, Robeito Vacca ideó escenarios apocalípticos como estos en su obra Medioevo prossimo futuro.

Repito: he dibujado un escenario de ciencia-ficción, y naturalmente espero, como todos, que no se haga realidad. Pero lo he hecho para decir lo que, razonando con lógica, podría ocurrir si estallara una guerra El?· Todos los incidentes que he previsto derivan de la existencia de la globalización, y en este marco, los intereses y exigencias de las fuerzas del conflicto estarían estrechamente entrelazados, como ya lo están, en una madeja que no se puede devanar sin destruir.

Lo que significa que, en la era de la globalización, una guerra global es imposible; es decir, llevaría sin remedio a la derrota de todos.

         

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febrero
8 / 2017