Defensa apasionada de los lampiños

Aunque la barba es señal de virilidad y sabiduría, además de estar tan de moda, los lampiños también merecen un reconocimiento. Archivo.
 
Defensa apasionada de los lampiños
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POR: 
Nicolás del Castillo Mathieu


Revista Diners de enero de 1980

En una de sus habituales colaboraciones a esta revista, hace Daniel Samper una amena y documentada defensa de los hombres barbudos citando numerosos políticos, artistas, literatos, filósofos, etc., que llevaron barbas y sosteniendo la tesis, que parece cierta cierta, de que han sido más largos los periodos históricos en donde predomina el uso de la barba, que aquellos en donde prevalece la costumbre de afeitársela (pero nunca tanto como el 90% de toda la era cristiana). Pues bien, a pesar de esta última circunstancia, vamos a hacer una rápida enumeración de ilustres lampiños (y de barbados también) para probar que ni la inteligencia, ni la virilidad, ni la fuerza residen en los pelos de la cara, como sí le ocurría a Sansón con los de la cabeza.

Es verdad que en Grecia predominó la barba a través de los siglos más altos de su brillante cultura: los grandes estadistas Pericles, Solón y Temístocles la llevaban, así como los poetas Homero, Hesíodo y Anacreonte, el historiador Herodoto, el médico Hipócrates y los filósofos Anaximandro, Zenón, Demócrito, Empédocles, Sócrates y Platón, los dramaturgos. Sófocles Y Eurípides, el físico Arquímedes (que salió desnudo por las calles de Siracusa, cuando descubrió el principio que lleva su nombre). Pero hay excepciones importantes como las del filósofo y naturalista Aristóteles (representado con y sin barba) y su discípulo el gran conquistador y guerrero. Alejandro Magno. ¡Creemos que con solo estos dos hombres se salvan los lampiños!

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Pero en Roma la ventaja está claramente en favor de estos últimos. Díganlo, si no, los emperadores de la primera época: Julio César, Augusto, Tiberio, Vespasiano, Trajano y Adriano, el moralista Catón, el poeta Horacio y su colega Virgilio. Poco después de iniciada la era cristiana la moda empezó a cambiar y aparecen entonces los emperadores barbudos como Marco Aurelio, Pertinax, Septimio Severo Caracalla. Este último es una vergüenza y basta para desprestigiar a cualquier grupo, pero los lampiños tienen otro que no se le queda atrás: ¡Calígula!

En las provincias del Imperio Romano parece que la barba nunca desaparición del todo, pues Cristo y sus discípulos (entre otros) la llevaron siempre.

De la primera Edad Media se conoce muy poco. En el Mediterráneo Oriental debió seguirse usando la barba como lo demuestra el bello mosaico de Ravena, en donde figuran el emperador y el jurista Justiniano con sus cortesanos llevando finas barbas. En cambio San Agustín es representado sin barba por los pintores posteriores y lo mismo Santo Tomás de Aquino y San Alberto Magno.

Al finalizar la Edad Media aparece la figura de un gran lampiño: el Dante, seguida de las de otros toscanos ilustres: Boccaccio y Petrarca. En el siglo XV, época de gran florecimiento cultural, la barba prácticamente desaparece no sólo en Italia sino en toda Europa: buena prueba de ello es, en España, el Marqués de Santillana. Al terminar este siglo se destacan también Colón, Vespucio y después Erasmo. Entre los reformadores religiosos unos llevan barbas (larguísimas por cierto) como Knox y Calvino y otros se afeitan meticulosamente como Zwinglio y Lutero.

En el renacimiento la moda termina inclinándose hacia las grandes barbas, especialmente entre los artistas italianos: Leonardo, Tiziano, Miguel Ángel y algunos papas coetáneos, como el temperamental Julio II, Pablo III, que convoca el Concilio de Trento, y Sixto V, que muere en 1590 cuando ya las barbas empiezan a ser podadas y cuidadas. Que recordemos solo León X, el del célebre retrato de Rafael, se afeitaba, pero debieron haber algunos otros papas lampiños en el siglo XVI.

Los conquistadores hicieron de sus barbas un arma más para atemorizar a los indios pusilánimes. Balboa, de Soto, Pizarro, hermano de Francisco, tenía según el Inca Garcilaso de la Vega, una de las barbas más pobladas y hermosas de su tiempo. Consta además que el escritor francés Rebelais y los navegantes aventureros ingleses Francisco Drake y Sir Walter Releigh llevaban barbas. No se conocen lampiños en esa época grandiosa.

Sin embargo, a finales del siglo XVI y en la primera mitad del siglo XVII las barbas se reducen, se cortan y se afinan. Para demostrarlo basta citar a Cervantes, Quevedo, Lope, Góngora, Montaigne y Shakespeare. Solamente el astrónomo y matemático Galileo y el pintor Velásquez, entre otros, se empeñaban en seguir usando largas o medianas barbas.

A mediados del siglo XVII (y aún antes, Descartes), hacen su aparición nuevamente algunos lampiños ilustres. (Spinoza, Moliere, el Cardenal de Retz, Locke, Newton y Milton) y ya no volverá a haber barbados hasta mediados del siglo pasado. En efecto: El siglo XVIII y las tres o cuatro primeras décadas del XIX conocen un nuevo apogeo de los lampiños: ¡las grandes pelucas hubieran sido excesivas al lado de las luengas barbas! Entonces se destacan Voltaire, Montesquieu, Rousseau, Kant, el poeta Boileau, el Almirante Nelson y todos los reyes españoles de la dinastía borbónica (desde Felipe V hasta Fernando VII pasando por el dinámico Carlos III y el indolente y cornudo Carlos IV) y curiosamente cuando cayeron las pelucas, las barbas no aparecieron: así lo demuestran Washington. Napoleón, Humboldt, Mutis, Caldas, Nariño, Bolívar, Santander y todos nuestros próceres (las barbas volverán con López y Ospina). Como otrora la pintura fue el reino de los barbados, la música fue ahora el imperio de los lampiños: es el caso de Pleyel, Bach. Háendel, Haydn, Mozart, Beethoven, Liszt, Chopin y de tantos otros. El impulso duró hasta Wagner y Rossini y aun escritores y poetas como Poé, Schiller, Lamartine. Pérez Galdós, Balzac y Flaubert se abrieron paso por entre una maraña de colegas barbudos (como Víctor Hugo, Pereda, Bécquer, Zola, Tolstoi… ) a fines de la centuria pasada.

El siglo XX, pese a algunos rezagados como Benavente, Shaw, Baroja y don Ramón Menéndez Pidal, constituye otra época dorada para los lampiños. Mencionemos, al azar, a Einstein, Churchill, Adenauer, Picasso, De Gaulle, Husserl, Ortega y Gasset, Aleixandre, Guillén, García Lorca, Borges, Papini, Pasternak, Maurois y tantos otros… ¿,Qué vendrá ahora? Hay un evidente renacer de las barbas como lo sostiene Daniel Samper. Pero si bien se mira, son aún una minoría, una pequeñísima minoría … que puede convertirse de aquí a unos años, en una gran mayoría. ¡Nadie lo sabe!

         

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enero
20 / 2017