Rafael Castaño, un recolector de juguetes único en Medellín

Rafael Castaño es un coleccionista que tiene alrededor de 4.000 juguetes y que los recolecta con el mismo entusiasmo que lo hacía desde que era niño.
 
Rafael Castaño, un recolector de juguetes único en Medellín
Foto: Valeria Duque
POR: 
Luciano Peláez

El artículo Rafael Castaño, un recolector de juguetes único en Medellín  fue publicado originalmente en la Revista Diners de julio de 2016.

En zona industrial de Medellín, sector San Diego, apenas diferente del resto de los comercios gracias a una enredadera en su fachada, funciona una fábrica de mundos. A primera vista, se trata del taller del  Rafael Castaño, un recolector de historias que lleva toda una vida armando, desarmando y diseñando objetos, propios o por encargo. Móviles gigantes, autómatas y muñecos articulados, algunos de ellos. Pero también esa inmensa bodega donde se dispersan los cacharros, alberga a su vez, en el segundo piso, una colosal colección de juguetes, acaso de las más completas de Colombia.

Sin pretensiones museológicas, el conjunto de piezas terminó por granjearse el título de Museo del Juguete. Allí reposan alrededor de 4.000 juguetes, de los cuales 2.000 están exhibidos en vitrinas que él mismo construye.

Un recorrido por la región de la infancia que va desde 1860 hasta la actualidad y que contiene carritos, triciclos, muñecos, silabarios, máquinas fantásticas. “El libro primero en que aprendí a leer”, se descifra en la borrosa letra de Ana María Campuzano de Santamaría; corresponde a un documento escolar de finales del siglo XIX.

 

recolector de juguetes


Una pasión que lo acompaña desde la infancia

No se trata de una simple acumulación de objetos la que mueve a Castaño. Es la consecuencia de una vida dedicada a ellos, a sus historias subyacentes.

De niño guardaba sus secretos bajo el colchón, lo mismo ocurría en sus bolsillos: montones de canicas, tapitas de gaseosa premiadas, botones, pilas, motores sustraídos a los juguetes. Siempre había cacharros por ahí. No era raro pues que lidiara con trebejos, con imanes, con el limo del hierro. Muy niño entonces, pero ya marcaba una tendencia. “Era un recolector”, comenta.

Y como lo atestiguan su taller, la colección y su historia misma, lo sigue siendo. Hoy, a los 61 años, sigue desvencijando aparatos y recolectando juguetes con la misma fascinación de entonces.

Alrededor de la colección se puede juntar alguien de 90 años con un niño de 10 y hablar de juguetes como si fueran de un mismo tiempo. “Es muy lindo porque esto junta generaciones y las empareja”. Al margen de la edad, la esencia del juego es la misma, agrega. Con una particularidad: casi todas las piezas son adquiridas en Medellín, de niños que han vivido, pasado o gozado por aquí. “Hay gente que ha encontrado su juguete”.

Rafael ha ido adecuando lentamente el espacio, al final de cuentas es una iniciativa particular. Particular significa en compañía de María, su esposa, cómplice de colección y andanzas por cerca de 40 años.

Él mismo distribuye los grupos de juguetes. La idea es sencilla: como si estuvieran exhibidos en el cuarto de un niño, espontáneos, donde más que referencias temáticas o cronológicas, coinciden azares: los muñecos que quedaron de los hermanos mayores, los prestados, los maltrechos, los de no se sabe quién.

Coleccionando desde pequeño


Recolector de imanes hasta estampillas de circo

Que él mismo construya muchos de los elementos, no es gratuito. “Era recolector”, insiste. Y cuenta cómo desarmaba el reloj para examinarlo. “Los imanes para mí eran una fascinación única”. En alguna parte conserva uno de infancia, regalo del papá.

De esos trebejos remotos, las estampillas tal vez marquen el inicio de una colección. Con seis o siete años y movido por una tía abuela, que además leía las cartas, se interesó por la filatelia. Súmele láminas, caramelos de historia natural, banderas y escudos del mundo, carteles de toros. Hasta que en la adolescencia dio con un tema intenso: el circo. Comenzó a atesorar payasos, malabaristas, afiches, libros, de todo. Y como salían estampillas circenses, combinaba mundos.

Un descubrimiento que le dio un giro a su vida

Aprendió después el secreto del barco en la botella. De la mano de un conocido y cuando estudiaba Derecho en la Universidad de Antioquia, se entusiasmó con la posibilidad de fabricar barquitos a escala. Eran los últimos instantes de la carrera, a finales de la década de 1970. Mientras llegaban los preparatorios y demás trámites, se ganaba unos pesos haciendo marquetería. También tomaba talleres en artes.

María, su entonces novia, se mudó a Cartagena y no mucho después Rafael hacía lo mismo. Un adiós a las leyes que significó el bautizo en el mundo de los oficios, de una vez y para siempre.

 

Artesano de juguetes


A los poquitos días de llegar a Cartagena ya estaba en la calle tras de chécheres para construir objetos. Así, se puso él mismo a inventar barcos dentro de botellas. Y rápidamente vendió unos cuantos en un hotel. Se impuso la disciplina de hacer no menos de 25 por mes mientras estudiaba en Bellas Artes. Pasaron los años en oficios múltiples: grabador, vitralero, profesor. Se hizo papá.

Al regresar a Medellín luego de diez años el camino estaba claro: trabajar en fabricaciones de cosas, de mundos. El repertorio de lo hecho incluye robots, piezas para cine y animación, objetos voladores. Hace más de veinte años que está ahí, en ese taller de la enredadera junto a mecánicos, tornos y fierros.

Los mejores tesoros llegan sin buscarse

Siente que la colección ya estaba por ahí, merodeándolo, desde antes de establecer el taller. “Con las colecciones no se sabe”. De hecho, esa es una de las claves: no buscar piezas específicas, sino simplemente estar alerta. Afirma que en cierto punto las colecciones las hace la gente.

Después de advertir algún filón, el cazador aguza los sentidos, pero en muchos casos los objetos llegan solos. Lo resume con una idea atribuida a Picasso: “Yo no busco, yo encuentro”. Así le han llegado varios “tesoritos”: primeras ediciones de libros de más de un siglo, archivos fotográficos impecables, juguetes entrañables, todo por cuenta de dos palabras que acostumbra a usar: el azar.

 

Recolector de juguetes


A esa “extraña” bodega de Rafael Castaño van todo tipo de personas. Hace poco dos carniceros se acercaron al vano de la puerta con curiosidad: cuando uno de ellos vio una maletita escolar antigua se largó a llorar. Lo conmovió aquel juguete esquivo de su infancia. A los días volvió con su hija a desandar recuerdos. Y es que lo que activa su taller, la colección, es justamente el hilo del tiempo. “El recuerdo no envejece”, comenta mientras explica que los juguetes crean un vínculo para toda la vida.

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12 / 2021