Amores desconocidos y gentes muy conocidas

Una reveladora incursión por los más íntimos recodos de la historia, que permitirá al lector asomarse con asombro a insólitas escenas de alcoba, romances increíbles y pasiones que no figuraban en sus cuentas.
 
Amores desconocidos y gentes muy conocidas
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Daniel Samper Pizano

Publicado originalmente en Revista Diners de septiembre de 1985. Edición número 186

Abelardo y Eloisa… Marco Antonio y Cleopatra… Napoleón y Josefina… Eduardo VIII y Wallis Simpson…

¿Quién no conoce la eterna lista de amantes famosos? Sus historias ya están contadas, recontadas y vueltas a contar. Con algo de atrevimiento podría decirse que aburren. Algunas por excesivamente conocidas. Otras por excesivamente zanahorias. Ya va siendo hora de agregar otros elementos a la lista oficial. ¿Qué tal añadir a María y su corderito?; ¿Qué tal Silva y Villalba? ¿Qué tal Juan Guillermo y el rating?

¿O qué tal los romances famosos que, con sujeción en un 90% a la verdad histórica, presenta enseguida la Unidad Erótico Investigativa de Revista Diners?

Víctor Hugo y etcétera

Se cumplió el centenario de la muerte de Víctor Hugo (mayo 22 de 1885) y sin embargo los comentaristas y críticos (con excepción de Carrusel) se limitaron a hablar de tonterías: sus poemas, sus novelas, sus peripecias políticas, ninguna de las cuales puedan compararse con lo que realmente merece ubicarlo en sitio privilegiado de la historia: su capacidad sexual.

Víctor Hugo se casó virgen a los 20 años, pero se desquitó hasta los 83, cuando acabó por convertirse definitivamente en polvo. Se habla de un récord de nueve dichas en la noche de bodas, marca que Hugo quiso mejorar cada noche en los siguientes años. Comprensiblemente, su esposa-Adéle Foucher- se aburrió del activismo de su esposo, separó camas y sostuvo un romance con Sainte-Beuve, escritor amigo de su esposo. Sobra decir que fue un romance puramente platónico. La pobre Adela ya no daba más.

Enloquecido, Víctor Hugo inició entonces una larga y variada historia de amor con Juliette N., Leondie d´Aunet, Margarita Gauthier. su propia hija Leopoldina. Sarah Bernard y por lo menos 200 mujeres más que, según cálculos de Juliette N.-desfilaron por su lecho entre 1848 y 1850. Faltando aún datos de otros años y otros municipios, los existentes bastan para conceder a Víctor Hugo el premio del Catre de Oro. Para que ustedes comparen, el famoso Casanova se ufanaba de haber tenido relaciones con 132 mujeres. Ni siquiera le sacaba un empate a Victor Hugo…

Alejandro Dumas y su mujer y el amante de su mujer

Es bien sabido que “Los Tres Mosqueteros”; eran cuatro, circunstancia que ya revela cierta debilidad de su autor como matemático. Lo que confirma que la aritmética no era su fuerte es el hecho de que para Alejandro Dumas una pareja podía componerse de tres personas. Así ocurrió alguna vez cuando llegó a casa antes de la hora prevista y encontró a su mujer encarnada en compañía de su amigo Roger de Beauvoir. La noche era fría y Dumas no era celoso, así que se limitó a decirles: “Córranse pallacito”. Y se coló al tálamo con ellos. Después de aquello, cuando notó a Roger aprensivo, le estiró la mano por encima del cuerpo desnudo y dormido de su mujer (su mujer de ambos: their woman en inglés) y le comentó con cariño:

-Dos viejos amigos no deben pelear por una mujer, ni siquiera cuando ella es la esposa de uno de los dos.

Roger apretó la mano que le tendía Dumas y desde entonces fueron muy felices. Los tres.

George Sand y Amandine Lucie Dupin

Amandine Aurore Lucie Dupin nació el 1ero de julio de 1804 en un pequeño pueblo de la provincia francesa. Después de un matrimonio fallido, se refugió en Paris a los 20 años e inició una prolífica carrera de escritora. O, más exactamente, de escritor, pues una vez allí resolvió adoptar como seudónimo el masculino nombre de George Sand (nN confundir con Jorge Arenas. Que es hombre y no mujer, publicista y no escritor, colombiano y no francés, del siglo 20 y no del 19 y otro montón de diferencias con Amandine).

El éxito que obtuvo George Sand desde su primera novela (Indiana, 1832) hizo que Amandine empezara a padecer algunos trastornos de identidad. Al principio no sabía bien si realmente era hombre o mujer. Después no sabía bien si era Amandine Lucie Dupin o George Sand. Finalmente acabó Amandine enamorándose de George Sand. Ella le escribía apasionadas cartas de amor y él se las contestaba. Se pusieron frecuentes citas que uno de los dos incumplía. Cada uno afirmaba estar dispuesto a ir a la tumba por el otro, propósito que cumplieron de manera rigurosa.

Durante los años de su curioso romance con George Sand, Amandine, al no poder encontrarse en persona con su ídolo, buscó a otros escritores y artistas. Anduvo con Próspero Merimée, Jules Sandeau, Alfred de Musset y, particularmente, con Federico Chopin. De alguna manera, George Sand se enteraba de todos estos affaires, pero jamás se los reprochó. Amandine murió a los 72 años, soñando todavía con su amado George Sand. pero -se lamentaba ella- sin haberlo podido conocer en persona.

D’Annunzio y el ánima Eleonora Duse

Sería un exceso decir que el poeta italiano Gabriele D´Anunnzio era un hombre fiel. Desde los siete años andaba enamorando señoras y a los doce sus padres lo enviaron al cuartel en castigo por tratar de seducir a una monja. A los 16 ya había hecho sus primeros pinitos amorosos en el sitio acostumbrado: una casa de pinitos. Y a los 20 se casó con María Hardouin di Gallese, quien llegó a la boa con generosa dote que incluía un embarazo de tres meses. No. No podría decirse que D´Annunzio era ejemplo de fidelidad conyugal.

En cambio, lo era de fidelidad personal. Aquella frase de San Pablo que le leen a los contrayentes- “Juntos, hasta que la muerte los separe”- no iba con él. En materia de amores, la muerte era para D´annunzio un mero accidente que podía superarse con medios muy curiosos de comunicación. Así ocurrió con el último gran amor de su vida, la actriz Eleonora Duse, cuantro años mayor que él y con la cual compartió techo, lecho y mecha durante diez. Era una relación misteriosa. “En los buenos tiempos- observa el historiador Aaron Kass- solían beber juntos unas extrañas pócimas que tomaban en la calavera de una virgen”. Parte del misterio consistía en saber, por el mero dato de la calavera, que se trataba de una virgen-

El caso es que cuando murió Eleonora el poeta no se resignó a separarse de ella. Durante muchos años más se comunicó con su ánima a través de un sistema bastante barato que podría adoptar Telecom: se paraba frente a una estatua de Buda, mordía una granada y pensaba intensamente en Eleonora. SI ella le contestaba o no, es algo que se ignora. Lo que se sabe es que por esos tiemops aumentó la venta de grandas.

Cleopatra y los que no eran Marco Antonio

Siempre se habla del romance de Cleopatra y Marco Antonio. Pero la verdad es que esos son inventos de Hollywood. A Cleopatra le inspiraba Marco Antonio ese cariño que las macedonias tenían a sus sandalias viejas. (Ahora: ¡hay que ver las cosas que hacían las macedonias con las sandalias viejas…!). Antes y después de Marco Antonio tuvo Cleopatra varios amores sobre los cuales la historia pasa rapidito. Más exactamente 10.003 amores.

La Unidad Erótico Investigativa ha llegado a establecer esta cifra con base en cálculos sólidos. ¿Por qué 10 mil? Porque los griegos llamaron a Cleopatra “Meriochane”, que quiere decir “aquella que puede acomodar 10 mil hombres”, ¿Y por qué otros tres? Pues porque Cleopatra estuvo casada primero con Ptolomeo XIII, después con Ptolomeo XlV y más tarde fue amante de Julio César.

Su segundo esposo tenía apenas doce años cuando contrajo con Cleopatra, y quizás debe su nombre de micción universal a incontinencias renales propias de su tierna edad. Los Ptolomeos despertaron en Cleopatra una sed de amor que ellos, por puros sardinos, no estaban en condiciones de aplacar. En realidad no era sed. Era sedón. como si hubieran comido emparedados de pescado panche con jamón serrano. De allí que se dedicara a unas orgías fastuosas que escandalizarían a los actores de “Dinastía”. Para nada de esto necesitaba a Marco Antonio, el cual apenas ocupa un pedazo de su vida y eso que no quiero hablar de la culebra.

Bonaparte y el ejército

El Bonaparte a que me refiero no era Napoleón sino su hermana, Paulina. Pero el ejército sí era el del emperador francés. Mujer bastante alegrona, Paulina tuvo amores con la mayoría de los generales de Napoleón, y si no alcanzó a entender otros rangos-coroneles, mayores, capitanes- ello se debe a que murió, exhausta, a la edad de 44 años.

Para lograr el gran acumulado de amantes que le acredita la historia, Paulina debía empezar temprano. Y así lo hizo. A los 15 a ya le había montado apartamento el “Rey de los dandies”, Louis Frerón. A los 16, Napoleón logró casarla con Charles Víctor Leclerc, a quien promovió a brigadier general como premio por llevar a Paulina al altar… y a la alcoba. Después de Lecrerc vino una larga lista: Camilo Borghese, Luis Felipe augusto de Forbin, Félix Blangini, armando Julio de Canouville y Francisco Talma, entre otros.

Tal vez el único que la conoció sin bata y sin embargo no pudo ser seducido por Paulina, fue el esculor Antonio Cánova. Gracias a que Cánova era con ella frío como el mármol, nos dejó una famosa estatua de Paulina en mármol frío. Era a la larga, lo único frío de la hermana de Napoleón.

Enrico Caruso y Enrico Caruso

El gran amor del cantante italiano Enrico Caruso fue el cantante italiano Enrico Caruso. Estaba tan tragado de si mismo, que permaneció soltero hasta los 45 años. No que no hubiese tenido otros romances. Estuvo saliendo con la soprano Ada Giachetti, con la cual alcanzó a tener dos hijos mientras interpretaban dúos de “Rigoletto”. Pero estos romances dejaban en Caruso la sensación amarga de haber sido infiel a Caruso y terminaban por suscitar terribles escenas de celos consigo mismo y hasta promesas de regresarse los regalos y no volverse a ver nunca más.

Estas promesas se rompían al día siguiente, por supuesto, tan pronto como Caruso miraba en el espejo la estampa regordeta de Caruso. Por la noche, cuando Caruso escuchaba a Caruso en el escenario, volvía a enamorarse perdidamente de su propio yo. Y entonces eran otra vez las atenciones, las miradas coquetas, las frases sugestivas a solas y los sorpresivos envíos de flores y bombones.

El ejemplar romance vino a terminar cuando Caruso se casó con Dorothy Benjamin, una joven inteligentísima que consideraba a la ópera como “ruidosa y poco natural”. Y aunque de vez en cuando Dorothy se ponía celosa porque Caruso volvía a tener efímeros devaneos con Caruso, vivieron felices y comieron millones de perdices, cosa que explica la gordura final de ambos.

Rosseau y el mobiliario

No fueron muchos amores del filósofo suizo-francés Jean Jacques Rousseau. Siendo muy joven tuvo un affaire masoquista con su amiguita de once años de edad Madmoiselle Goton; en vez de jugar al papá y la mamá, los dos jugaban a la maestra regañona y el alumno indisciplinado. Él era el indisciplinado u ella lo golpeaba para que la letra entrara con sangre. Con este procedimiento no sólo le entró la letra a Rousseau, sino también una vocación irrefrenable hacia el masoquismo, que es como ser dentista pero al revés. Después tuvo amores con Madame de Warens y su distinguido esposo, Claude Ante, en un menage a trois que duró cerca de diez años, a pesar de que ella lo llamaba “gatito” y él le decía “mamá”. A Claude ambos le decían Claude, lo cual pudo haber motivado su prematura muerte.

Luego de Madame de Warens -de la cual se separó al morir Claude, con el pretexto de que es imposible hacer un buen matrimonio solamente entre dos-conoció a una camarera ignorante de la cual se enamoró como loco: Therese le Vasseur. Y a los 44 años tuvo un apasionado amorío con la condesa Sofía d´Houdetot, mayor en edad que él; la vieja Sofía le inspiró su novela La nueva Eloisa.

Pero la verdadera pasión de Rousseau fueron los muebles. El hombre era bastante fetichista. Cuando vivía con Madame Warens y su esposo, le agarraba la manía de recorrer el apartamento besando la mecedora de la distinguida dama, las cortinas, el tocador, las alfombras y hasta el piso. Era un fervor por los muebles que ni siquiera existió en los tiempos buenos de Camacho Roldán. La historia calla sobre los alcances finales de estos amores. Pero algunas averiguaciones permiten afirmar que in día entró a la iglesia de gancho con una silla de brazos, escuchó la epístola de san Pablo acompañado de una lámpara de pie u se fue de luna de miel con una reclinomatic: siéntese, recuéstese, acuéstese…

Newton y la manzana

Es una historia muy simple: no hay prueba alguna de que Isaac Newton, el famoso científico inglés, hubiera compartido jamás la intimidad de su alcoba con ninguna mujer y ni siquiera con hombre alguno. Nació, vivió y murió virgen.

La única vez que, estando acostado, se precipitó algo sobre él, fue aquella tarde famosa en la cual, cuando descansaba bajo un árbol, le cayó una manzana en la cabeza. Por eso el único amor de Newton fue la manzana. Ella le permitió descubrir la célebre ley de la gravedad. De la enorme gravedad de haber nacido, vivido y muerto virgen.

María Sklodowska y el señor del radio

No se trata de un romance arrullado por los boleros de alguna emisora de F. M., María Sklodowska era el nombre polaco de Marie Curie antes de que viajara a París y se casara con Pierre Curie. El hombre del radio era Pierre Curie. Y el radio fue el elemento químico que descubrieron ambos.

Marie y Pierre se conocieron en casa de un físico polaco residente en París. La conversación fue altamente erótica. Él expuso una nueva fórmula para obtener hipoclorito de sodio utilizando permanganato de potasio como catalizador, y ella habló del comportamiento del ácido acetilsalicílico en presencia de los etanoles. No era raro que terminaran perdidamente enamorados. De allí en adelante, se la pasaban en el laboratorio. Él le mostraba las propiedades físicas del anhidrido de cloro y ella combinaba en presencia suya nitrato de plata con nitrato de amonio. Ni trato de explicarle lo que los dos sentían, porque sería preciso describir una reacción química con expulsión de energía y liberación de isótopos. Precisamente durante una de esas liberaciones fue cuando descubrieron el radio y el polonio.

Pero nadie es completamente feliz en el mundo de la química, especialmente en época de exámenes finales. El 19 de abril de 1906, Pierre Curie fue atropellado por una carroza de caballos y murió instantáneamente. Marie se refugió durante años en la soledad de su laboratorio, a donde iba a consolarla con frecuencia un amigo de su difunto esposo, el profesor Langevin. De esas visitas surgió otro romance lleno de pipetas, retortas y tubos de ensayo. Langevin dejó a su mujer, una señora simple carente de todo cloruro de sodio, y se fue con Marie. Pero no por mucho rato. El profesor resultó incapaz de descubrir ningún elemento nuevo. Y Marie resolvió terminar con él. Ya le había pasado la bella época de Pedro y el radio. Langevin demostró que ni siquiera servía para la televisión.

         

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julio
14 / 2016