García Márquez enseña cómo contar un cuento

Gabriel García Márquez enseña sus prácticas para escribir un guion para contar una historia sin importar su grado de complejidad.
 
García Márquez enseña cómo contar un cuento
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POR: 
Nohra Parra

El artículo García Márquez enseña cómo contar un cuento fue publicado originalmente en Revista Diners de mayo de 1987. Edición número 206

Su automóvil Toyota color blanco corre a un promedio de ochenta kilómetros por hora en una carretera amplia, bordeada de palmeras y de terrenos repletos de hortalizas.

“Ahí va Gabo”, me dice el director de cine Jorge Fraga, y cuando los automóviles consiguen hacer paralelas le gritó de ventana a ventana: “¿Qué vallenato vas oyendo?”. lo intuyo, porque lo sorprendo al volante, sonriente, pleno, como extasiado en el ritmo con el paisaje de un campo habanero donde, en la estación invernal del variable febrero, el Caribe adquiere un tono especial. Espero no equivocarme y que me conteste: “¡A Béla Bartók!”, uno de sus compositores favoritos.

Entonces, pausadamente, con su voz repleta de satisfacción me responde: “Rubén Blades canta cuentos de García Márquez”, y sube el volumen al equipo de sonido para que escuche las contagiosas notas tropicales.

En par segundos retengo esta deliciosa secuencia cinematográfica: absorbo el ambiente campestre, ubico al Nobel, al hombre que fue capaz de contarle al mundo en 1967 los cien años de soledad de Colombia, y en Suecia en 1982, la más estrujante, conmovedora y bella historia de nuestra América; lo veo radiante, sereno, solo, dueño de sí mismo, gozando la gloriosa plenitud de sus casi sesenta años.

Me desplomo en mi asiento y le digo al cinematografista cubano: “Definitivamente a García Márquez la vida le rueda…”.

Cómo contar un cuento desde Cuba

Le rueda la felicidad. Lo confirmo después de recorrer 45 minutos entre La Habana y San Antonio de los Baños, donde está la Escuela Internacional de Cine y Televisión, cuando nos encontramos en el acogedor apartamento de los Fraga- Posada con una copa de vino blanco en la mano, que Patricia, profesora colombiana en la Escuela, había enfriado para su esposo y dos compatriotas.

Mi encuentro con el Nobel tiene un solo fin: asistir a su taller para guionistas, “Cómo contar un cuento”. Es la primera vez que García Márquez es profesor y es la primera vez que un periodista logra traspasar la puerta de su clase. Un día antes lo había hecho Germán Vargas Cantillo, el gran periodista y crítico barranquillero, pero evidentemente, Vargas para Gabo es su hermano.

Una única condición me pone Gabo: puedo ir pero no hablar en su aula. Seguimos escuchando a Blades y luego pasa a los vallenatos. Lleva su ritmo con el cuerpo, con la voz, sin cantar ni bailar.

Así se convierte en un director de cine o un buen contador de historias

Habla de las primeras realizaciones de la Escuela que justamente tiene al frente, y como pensando en voz alta me dice: “Es, en las artes visuales, lo mejor que le ha podido suceder a Latinoamérica.

También a Asia y África, porque es para la formación de los jóvenes de los tres mundos”. Su rostro se ilumina y sus ojos brillan al contar el milagro de la creación y puesta en marcha la Escuela.

“Ochenta talentos dispersos por el mundo, sin la posibilidad de llegar a las pocas escuelas de cine de los países industrializados, empiezan aquí una carrera cinematográfica con los más modernos y sofisticados equipos técnicos y los mejores recursos humanos que puede dar la intelectualidad latinoamericana.

¿Te imaginas si nosotros hubiéramos tenido la oportunidad de estudiar en estas condiciones?

Entonces le recuerdo la clausura del VII Festival del Nuevo Cine Latinoamericano en diciembre de 1985 en La Habana, cuando en su discurso el presidente Fidel Castro retó a García Márquez, a Fernando Birri y a los más conocidos cinematografistas a crear una escuela de cine latinoamericano, para inaugurar en el siguiente festival.

Así sucedió. En diciembre de 1986 a Gabo se le vuelve realidad un viejo sueño, una eterna ilusión, quizá una escondida e inconfesable frustración de ser cinematografista.

García Márquez enseña sus secretos

En San Antonio de los Baños, en lo que fuera un instituto agropecuario, más de un centenar de jóvenes novatos y otros profesionales inician, unos, la carrera que se prolongará por tres años y medio, y otros los talleres o post-grados en diferentes disciplinas: guión, dirección, cámara, fotografía, realización, edición. Ocho son los colombianos.

Todo funciona como un relojito. Cuba pone a disposición la infraestructura humana y física. Los demás países, las becas para los profesores y los alumnos; también los equipos técnicos.
Gabriel García Márquez preside la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano. La Fundación crea la Escuela que dirige Fernando Birri, el gran cinematografista argentino. Gabo busca dinero, en especie, por supuesto.

El empeño, prácticamente obsesivo, de que en nuestro continente se formen cinematografistas y hagan su propio cine, conduce a Gabo a la más importante y mágica gerencia de Latinoamérica. Riguroso, disciplinado, exigente, como lo es su trabajo literario, diariamente controla la demanda de la fundación para exponer la oferta a los jefes de Estado, director y representantes de la UNESCO y a filántropos del mundo.

El vallenato sigue sonando. Han desfilado Alejo Durán, Colacho Mendoza, los hermanos Zuleta…

Bolívar de carne y hueso

Gabo intuye mi pregunta ante el asombro por todo lo que cuenta y antes de que mis conjeturas se formulen, aclara: “No he dejado de escribir un solo día. Estoy trabajando en la más divertida y recóndita historia de Bolívar. Sí.

Su biografía. El Bolívar humano. El Bolívar del amor, de la intriga, del coraje, de la pasión, de la locura, si se quiere… Creo que antes de finalizar el año estará lista. El problema que tengo es que no he podido precisar algunos detalles fundamentales, especialmente el del Bolívar como estratega político.

Los historiadores, casi todos, lo cuenta a medias; dejan muchos vacíos. Tengo varias personas en América y en Europa investigando, buscando con mucho cuidado porque pienso que entre varios relatos y casi que rearmándolos como un rompecabezas, voy a encontrar claves preciosas.

Por ejemplo, el nombre exacto de un traidor del cual habla Bolívar sin nombre propio y que el historiador no se atreve a revelarlo”.

Un arroz con camarones, genuino de todo el Caribe, nos anuncia que hay que comerlo aprisa, porque se aproximan las dos de la tarde, hora en que Gabo inicia su clase- y no puede llegar un minuto tarde porque le aplican, no la ley de fuga como lo hicimos todos los estudiantes, sino la del cierre de puerta. Quien no llegue a tiempo se queda afuera y pierde la clase, incluyendo al Nobel.

El profesor García Márquez

Diez jóvenes guionistas, dos mujeres y ocho muchachos, están en el aula. En un rincón, Nohra Rodríguez, la única colombiana, sirve café en vaso de vidrio. En la esquina opuesta, el brasilero Sergio Toledo ensaya la grabadora y el mexicano Gregorio Rocha arregla en el tablero el riguroso texto que encierra el argumento.

Doce pupitres forman un cuadrado perfecto para que todos se enfrenten, circulen libremente entre los equipos y rompan con lo tradicional de una clase.

García Márquez enseña “Cómo contar un cuento”, su clase está a punto de concluir. El taller lleva más de un mes con una intensidad semanal mínimo de cuatro horas diarias. Cuando tomo el asiento número doce, como la alumna que hacía falta pero sin derecho a hablar, la discusión gira sobre la ambientación en lugares históricos habaneros, el esplendor en la época del dictador Machado, los encuentros furtivos de parejas enamoradas… Me parece que se enredan entre la temática propiamente dicha y la técnica de un futuro guión.

La línea y la variante

Gabo oye y al cabo de un rato les dice: “Les propongo un juego. Constrúyanlo lineal. Ya está prácticamente lista la escalera de secuencia… entonces, tomen la otra variante. Porque aunque a mí también me preocupa le técnica, por ahora lo más importante es la estructura narrativa. De ella no nos podemos salir porque entonces ni hay cuento, ni tampoco habrá guión”.

Antes del guión debe escribirse el cuento, es la tesis que García Márquez enseña. Afirma que los guiones en general son malos porque la historia en que se basan, no se escribe previamente.

Por eso su taller para guionistas consiste en enseñarles a contar, literaria y técnicamente, un cuento. Claro está, con características muy especiales tanto en la forma como en el contenido:
¡inventándolo y escribiéndolo!

En ningún momento, por ejemplo, parte de la teoría o de los academicismos. Tampoco imprime reglas o parámetros estrictos sobre técnicas literarias y aun cuando trata de no imponer su criterio, su estilo o su forma de narrar, también es cierto que no esconde su oficio de escritor. ¡Qué indudablemente, es muy vivificante para cualquiera!

Gabo, desde el primer día de clase, rompe las grandes distancias entre el profesor y los discípulos. A pesar de sostener una organizada disciplina en el trabajo diario, propicia una deliciosa camaradería donde parece como si los once estuvieran descubriendo el fabuloso mundo de la creación y la escritura.

El cuento, una nota

“Bunda Vermelha” es el título del cuento. Buda Vermelha o la Rabo Colorado, mosca del Amazonas brasilero, pone en jaque mate a las autoridades de seguridad y de sanidad, a científicos y a muchos otros cubanos, porque a “Cuba, territorio libre de moscas” le ha llegado ésta, en la maleta de un turista procedente de Brasil.

El tema, apasionante, con suspenso, en el fondo no es más que una conmovedora historia de amor que, aun cuando partió de cero el primer día de clase y el maestro respetó la imaginación y la decisión de los muchachos, lleva el inconfundible sello garciamaquiano: Burda Vermelha es portadora del amor eterno; los protagonistas son dos seres que se amaron de jóvenes y al reencontrarse 40 años después…

Con mi impaciente e insólito silencio sigo en el desarrollo y el estilo de la clase: las ideas surgen, las imaginaciones encontradas, los hechos y datos históricos, las costumbres, la moda y todo lo que se escribe en un apretado renglón que al final de la tarde debe corresponder a doce minutos cinematográficos.

Anotaciones milimétricas

Asisto al capítulo 17 de los 22 que tiene el argumento. No me es difícil entenderlo, porque en el tablero está, rigurosamente ordenado y numerado, en la llamada escalera de secuencia. Son 17 renglones y cada uno compendia, en un grado de perfección extraordinario, cada capítulo del cuento.

Llegar a ese poder de síntesis, después de todo un derroche de imaginación, es en definitiva el éxito del taller, donde García Márquez enseña una técnica en la enseñanza que quizá solo estaba en su imaginación.

García Márquez enseña con cada acción que realiza. Va al tablero, aporta una palabra, alguna puntuación, una idea. Unas veces calla, otras se desborda con extraordinarias historias que parecen inverosímiles.

La imaginación de los estudiantes

No hay recreo en toda la tarde, pero se toma café y frescos; permite fumar, aun cuando ni fuma ni toma café. Pero por sobre todo, deja echar al vuelo la imaginación de los alumnos. Hasta se encanta con ella y los anima:

“Siempre hay que imaginarse lo más inverosímil y de ahí reversar. Es, entonces, cuando el escritor encuentra la atmósfera, la medida, lo justo. Además, muchas veces no se consigue desde el primer momento. Para encontrar el clima de La mala hora tuve que pasar por El coronel y Los funerales de la Mama Grande… fue, en definitiva, la primera que escribí, así aparezca de última”.

Vuelve al tema de “Bunda Vermelha”. Los muchachos retoman la historia. Gabo se regodea.

El secreto está en los detalles

La pareja protagonista del cuento-una entomóloga brasilera y un dibujante de publicidad cubano- en un delirante recorrido por escenarios de los años treinta en un sábado lujurioso…

“Cuidado. Dejen la belleza a un lado. El suspenso y la intriga en el otro. Y no olviden, a veces, la belleza es más importante”.

La inventiva y la escritura del cuento se vuelven más apasionantes al atardecer cuando García Márquez enseña que hay dos historias, perfectamente claras, metidas en él: “No es muy fácil ni muy usual encontrar dos buenas historias. Hay que separarlas. Dan para dos cuentos”.

Y antes de abandonar la clase exclama con el brazo en alto:

“¡Qué barbaridad, es toda una historia de amor encabronada… Tiene imagen literaria… Si la idea hubiera salido de mí, ya hubiera escrito una novela!”.

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agosto
3 / 2020