La vida contradictoria de Jorge Eliécer Gaitán, el “caudillo del pueblo”

Alberto Casas Santamaría
El artículo Recordando a Jorge Eliécer Gaitán, el “caudillo del pueblo” fue publicado originalmente en Revista Diners No. 335, de febrero de 1998
Gaitán tendría hoy 123 años, pero como todo lo que tiene que ver con él, inclusive la fecha de nacimiento es controvertible. No son pocos los libros y las enciclopedias que traen mal el dato respectivo, señalando que vino al mundo el 23 de enero de 1898 y el 26 de enero de 1903.
Ni más ni menos un libro que lleva el pomposo título ¿Qué es el liberalismo colombiano?, de Plaza & Janés, el Diccionario de escritores colombianos, también de Plaza & Janés. Y Así fue el nueve de abril de Arturo Abella, consignan la información según la cual el mártir de esa fecha debería tener hoy 128 años y no 123, como sostiene en efecto su hija Gloria, en contraposición a su tío, el abogado Carlos Julio Ayala.
Este le relató al periodista e historiador Arturo Abella que su primo hermano Jorge Eliécer había nacido en Manta el 23 de enero de 1898 y que su madre se había casado dos veces, la primera con Domingo Forero y la segunda con Eliécer Gaitán, y que de su primera relación tuvo un hijo, que se fue para Panamá y luego desapareció.
La contradicción de Gaitán
Pero si eso sucede con la fecha de su nacimiento, con la investigación del crimen cometido contra su vida, el resultado es todavía más extraño.
Nunca aparecieron autores intelectuales, por lo que hoy, 70 años después de su sacrificio, siguen saliendo a luz las más conspicuas teorías que tratan de encontrar el verdadero móvil del trágico acontecimiento.
Al principio se pretendió responsabilizar al presidente Ospina y a su gobierno. Pero esta hipótesis fue descartada rápidamente por lo absurda y porque, justo para enfrentar la descabellada acusación, el Gobierno designó un investigador de las entrañas del liberalismo, quien era el más cercano amigo de la víctima y como si fuera poco, magistrado de la Corte: el abogado Ricardo Jordán Jiménez, que contó con la colaboración de la Scotland Yard.
Para agravar las cosas, el informe de Scotland Yard, muy a la colombiana, se perdió, o lo que es peor, se lo robaron.
De izquierda a derecha: Jorge Eliécer Gaitán, Absalón Fernández de Soto, José Umaña Bernal y Juan Lozano y Lozano.
Estados Unidos y los comunistas
Aparecen entonces dos nuevas versiones. Una, que advierte la presencia de funcionarios de la policía secreta estadounidense en Bogotá y cuya misión habría sido la de organizar el magnicidio haciéndolo coincidir con la reunión de la Conferencia Panamericana y la asistencia a ella del secretario estadounidense.
Se trataba de descargar la eventual responsabilidad que pudiera recaer sobre los agentes de inteligencia Gobierno de los Estados Unidos y desviar la atención hacia otros sectores nacionales (el Gobierno) o extranjeros (Fidel Castro y el partido comunista), lo que en realidad sucedió en los días inmediatamente posteriores a los desórdenes de abril de 1948.
En particular, se sabe de la presencia en Bogotá de un individuo de origen judío-austríaco, experto en inteligencia y quien había formado parte de las fuerzas británicas durante la Segunda Guerra Mundial y luego habría pasado a colaborar con los servicios de inteligencia estadounidense.
A él se le encontraron unas fotografías de la oficina y de la casa del fogoso político liberal, junto con una gran cantidad de planos e información relativa a los movimientos de la víctima.
Este espía había ingresado al país unos meses antes del 9 de abril y el motivo que invocó para entrar en Colombia fue el de adelantar estudios de contabilidad, aunque de acuerdo con testimonios que merecen credibilidad, el espía de marras en la realidad se ocupaba y desempeñaba muy bien en tratos “clintonianos” con mujeres que le suministraban información privilegiada.
De izquierda a derecha: Jorge Eliécer Gaitán, Carlos Lleras Restrepo, Alberto Lleras Camargo, Juan Lozano y Gabriel Turbay.
Gaitán en medio de un lío amoroso
La segunda hipótesis es la que reveló el ex presidente Alfonso López a una nieta del dirigente inmolado, según la cual el asesino de Gaitán actuó por móviles personales y como producto de un lío de faldas. El abandono que le propició su amante al autor material del crimen, un miserable llamado Juan Roa Sierra, sería la explicación del atentado.
Había vivido con ella tres años, asegurándole que él era la reencarnación del general Francisco de Paula Santander. La pobre mujer, convencida de que su novio se estaba volviendo loco, optó por cambiarlo por uno cuerdo, y cuando Roa fue a reclamarle su infidelidad, ella le contestó que se había conseguido un hombre mejor, más importante, porque sí trabajaba, y que él, Roa, debería trasladarse a Sibaté.
Esta decepción habría provocado una respuesta inmediata de parte de su ex amante: “Va a ver, ¿oyó? Cuando vea mi nombre en los periódicos se va a dar cuenta de lo importante que yo soy, y ahí sí vamos a ver quién es quién…”. Roa Sierra, entonces, resuelve asesinar a la figura máxima de la vida nacional y a quien, según el testimonio de su madre, doña Encarnación, conocía, porque le había solicitado una beca para estudiar abogacía.
Pero la pregunta que brota en todo momento es:
¿Por qué matar a Gaitán, un personaje lleno de merecimientos, por cuenta únicamente de su talento, de su voluntad y de su disciplina?
A Gaitán nadie le ayudó, no tuvo padrinos ni mecenas, ni siquiera acudientes, nadie le dio la mano. Él se impuso a base de codazos.
La famosa huelga de choferes bogotanos a causa de la medida expedida por el alcalde Jorge Eliécer Gaitán, que los obligaba a llevar uniforme.
La fuerza descomunal de Gaitán
Cada vez que mostraba la mano para pedir que lo dejaran intervenir, aparecía la fuerza para impedirlo. Desde muy temprano comenzó la lucha. En un homenaje a Antonio Ricaurte en el centenario de su sacrificio y al que concurrieron.
Entre otros, monseñor Carrasquilla, Hernando Holguín y Caro y Fabio Lozano, un joven mal vestido intentaba participar cada vez que uno de los oradores programados concluía su discurso, obteniéndose la inmediata reacción de la policía, que lo retiraba.
Así, una y otra vez, hasta que finalizado el acto. Consiguió el desharrapado espontáneo que lo escucharan y lo que fue más importante, que lo aplaudieran. Ese era Gaitán. Con una mano levantada y la otra entre el bolsillo del pantalón, se fue abriendo paso hasta llegar a ser el jefe del liberalismo.
Las mismas manos que le sirvieron para manejar los más lujosos automóviles que para la época habían llegado a la capital. Le fascinaban las mujeres bonitas y los automóviles finos.
Sí, siempre con las manos, por eso, Hernando Téllez aseguraba que estas volaban, descansaban. Que acompañaban con eficacia a la palabra, a la pasión, al entusiasmo, al buen humor; que eran órganos esenciales de la locución, y que sin las manos, sin sus gestos, sin sus posibilidades mímicas, la vengativa y soberbia, la wagneriana y embriagadora palabra de Gaitán no habría alcanzado el milagroso poder de conmoción que representaba la suprema y tremenda virtud.
Iba derecho a la jefatura del Estado, y a lo mejor Colombia. De la mano de Gaitán, habría tomado un rumbo diferente, de enfrentamientos ideológicos muy fuertes, tal vez, pero sin la corrupción que hoy nos asfixia. Mucha falta nos hacen las manos de Gaitán.
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