El año más caliente de la historia: Crónica de un escéptico sobre el derretimiento del mundo

Desde el verano español, nuestro periodista explora qué hay detrás de "El verano más caliente de la historia, dentro del que, si todo sigue así, será el año más caliente de la historia."
 
El año más caliente de la historia: Crónica de un escéptico sobre el derretimiento del mundo
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Jaime Pérez-Seoane

El calentamiento global es uno de los asuntos con mayor alcance mediático desde que comenzó el milenio. Sin embargo, somos muchos los que aún no nos creemos todo ese cuento de que la tierra se derrite a ritmo de paleta en una playa del caribe. Este verano – el que reúne ahora a millones de habitantes y visitantes a lo ancho del hemisferio norte – está siendo el más caliente de la historia de la tierra.

Han leído bien: El verano más caliente de la historia, dentro del que, si todo sigue así, será el año más caliente de la historia.
Hasta después de que 2015 termine, como es lógico, los científicos no podrán certificar su condición de año más caliente del tiempo conocido. Mientras ese tiempo llega, 2014 mantendrá el título de periodo más ardiente (y contaminado), sutilmente por encima de 2010 y 2005.

El cambio climático: Una (muy) breve introducción a sus efectos
El calentamiento global es una más de las numerosas consecuencias que nuestro inadecuado uso de los recursos naturales y la energía está provocando. Pero los efectos van más allá de un calor sofocante y la molesta sensación de sudar hasta quedar pringoso como un caramelo. El cambio climático es mucho más, y esto fue, en pocas palabras, lo que causó el año pasado:

En primer lugar, el aire está más contaminado que nunca. Los niveles de dióxido de carbono, metano y óxido nitroso, entre otros elementos tóxicos, alcanzan cotas históricas. Las concentraciones de CO2 aumentaron 1,9ppm (partes por millón) hasta alcanzar un promedio global de 397,2ppm en el año, lo cual es mucho si lo comparamos con el promedio de 354,0ppm en 1990.

El calor siguió conquistando el mundo, con veinte países de Europa marcando récords absolutos en su temperatura media. México sufrió también su año más caliente. Argentina y Uruguay, el segundo en su cuenta particular, y Australia, el tercero. El globo en su conjunto se calentó, y todos los países de África y América Latina tuvieron un 2014 por encima de sus respectivas medias. La costa este de Estados Unidos fue la única región que no mostró subidas.

El nivel del mar, que además registró las mayores temperaturas desde que este indicador se tiene en cuenta, aumentó considerablemente. Las aguas que nos rodean suben desde hace dos décadas a un ritmo de entre 0,4 y 3,2 mm por año. El Ártico vivió el cuarto año más cálido del último siglo, el único del que se tienen datos.

Un planeta en la búsqueda de un plan
Ha llegado ese momento fatal para los escépticos e incrédulos; el tiempo de reconocer una evidencia incuestionable y reaccionar. El globo se está calentando como un horno escacharrado, pero, ¿Desde cuándo lo sabemos con certeza?

En noviembre de 2014 – un rato después de haber recogido el Premio Nobel de la Paz en 2007, que compartió con Al Gore – el Panel Científico para el Cambio Climático de Naciones Unidas (IPCC), presentaba su enésimo y definitivo informe sobre el cambio climático. A la composición de este documento habían contribuído más de ochocientos científicos galardonados. El mensaje de todos era tan unánime como la conclusión: El mundo se calienta y contamina más deprisa de lo que debería, por nuestra culpa. Y es nuestra responsabilidad revertir esa realidad.

Aquel día de noviembre, cuando preguntaron al doctor Rajendra Pachauri – entonces presidente de la organización – sobre la existencia de un Plan B, el investigador fue contundente. “No tenemos un planeta B, así que no existe un plan B”. El científico no supo decir cómo, pero sí supo decir qué: “Debemos reaccionar antes de que sea tarde”.

Navegando sobre una ola de calor
Hace unas semanas, ocho meses después de aquello, escuché mencionar por primera vez a la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA), organismo norteamericano que se considera una eminencia en el campo del estudio del derretimiento del planeta. Sucedió en mi última visita a Madrid, mi ciudad. Hacía un calor mortífero, y el hecho de que, durante el verano de la Europa mediterránea, el sol no se baje de las alturas hasta pasadas las diez, no ayuda. La aguja del termómetro parecía cómodamente alojada encima de los cuarenta grados. Era una ola imposible de navegar. Una ola de calor demencial.

En medio de aquella crisis térmica, atravesaba la capital de España con mi carro, un viejo Citroen cuyo aire acondicionado – no tardé en recordarlo – lleva un par de años estropeado. El viento de Madrid es tan caliente y seco, que si no fuera por los edificios erigidos en tiempos del rey Carlos III, nada hubiera distinguido aquel paisaje del Sahara africano. Con aquella estampa, no fue casualidad que diera comienzo un especial sobre el cambio climático en la radio. “Junio ha sido el mes más caliente de la historia de la humanidad”. Arrancaba el locutor con un tórrido titular, y citaba a la NOAA como fuente, antes de agregar que 2015 va camino de ser el año más caliente. Al menos hasta que llegue 2016.

El locutor parecía decidido a tumbar mi escepticismo a base de ciencia. Comenzó a relatar, año por año, las temperaturas registradas en los quince veranos que se han contado desde que comenzó el siglo XXI. “Dentro de los últimos quince años se encuentran los catorce más cálidos de la historia conocida”. ¿Será casualidad?

La tierra sigue batiendo registros, y no sólo en lo que a temperatura se refiere. Los niveles del mar aumentan de forma imparable – y proporcional al nivel en que se deshielan los glaciares y nevados – igual que aumentan los gases de efecto invernadero emitidos. Aquel día de noviembre, Naciones Unidas suplicaba a los estados del mundo que se redujeran a cero los gases en el año 2100. El próximo noviembre, quizás tengan que volver y recordarlo.

         

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julio
23 / 2015