Jean-Claude Ellena: la historia del experfumista de Hermès

Melissa Serrato Ramírez
Publicado originalmente en Revista Diners Ed. 536 de noviembre de 2014
Diez años como perfumista exclusivo de la prestigiosa casa Hermès, cuatro libros publicados sobre la labor del perfumero, un origen que lo condujo directamente hacia el mundo de los olores y una personalidad suficientemente astuta y rebelde para ir en contra de los dictámenes del mercadeo.
Cuando Jean-Claude Ellena dice que “la finalidad de un perfumero es simplemente hacer perfumes”, no peca de falsa modestia; es la serenidad y la sencillez que le da el conocimiento de su oficio lo que le ha permitido deshacerse de misterios para dejar que sea la creación, muy a la francesa, la que se exprese en sus perfumes.
Ellena habló con Diners acerca de su trayectoria y de la manera como concibe su labor desde los principios que rigen la muy tradicional casa Hermès.
¿Qué significó haber nacido en Grasse, por excelencia, la ciudad de los perfumes?
Es una pequeña ciudad que huele, que tiene su propio olor y que vive alrededor del perfume. Antes, todas las familias estaban ligadas de alguna manera a los perfumes; era un mundo del que no se podía escapar.
Cuando era niño, el aire olía mucho más, porque a causa de las reglamentaciones se les ha pedido a los industriales controlar la emanación de olores, ¡una lástima!
¿Cómo recuerda esos primeros años allá?
Mi abuela, a quien adoraba, recogía las flores de jazmín en unas cestas enormes. Un buen recolector lograba hasta tres o cuatro kilos al día.
Un oficio difícil, porque todo el día se estaba encorvado. Ella me cuidaba en mis vacaciones y me llevaba a recoger flores, yo no era muy hábil, pero me gustaba hacerlo y sentir su olor puro.
¿Cómo influyó esto en su profesión?
Sabía que las flores que recogía mi abuela irían a una fábrica y que extraerían su olor para formar las materias primas, que luego serían perfumes.
Gracias a mi infancia allí, sé cómo es el proceso desde la planta hasta la botella. Esa fue una gran formación.
¿Hubo un momento en el que decidió ser perfumero?
No, jamás. No sucedió así, pues, en realidad, entré al mundo de la perfumería porque era muy malo en el colegio, era un muy muy mal estudiante. Mi padre estaba desesperado, mi madre peor y él me dijo:
“Escucha, vamos a ponerte a trabajar en algo” y me encontró un trabajo de auxiliar de laboratorio y comencé prácticamente como obrero de una fábrica de perfumes. Todavía no tenía ni 17 años y fue una buena manera de aprenderlo todo, ahora ya son 50 años de estar en la perfumería.
Y ahí encontró su talento…
Sí, pero era la gente quien me lo decía, yo no lo creía. Incluso todavía tengo dudas –suelta una risa enorme mientras lo dice–.
Eso es muy modesto de su parte…
No, no es modesto. Es que me habían demostrado tanto en el colegio que era malo, que no creía en mí mismo. Pero con los perfumes pude mostrar que sabía hacerlos.
¿Cómo se convirtió en el perfumero exclusivo de la casa Hermès?
Fue un bello encuentro entre Jean-Louis Dumas, el presidente de Hermès, con la ocasión del lanzamiento del perfume Un Jardin en Méditerranée, que creé por encargo de Véronique Gautier, la presidenta de perfumes de Hermès.
Era un hombre abierto, que tenía un discurso franco y simple. Luego, él fue a ver a Véronique y le dijo que intentara ver si podíamos hacer juntos algo en perfumería, porque yo le había agradado y la expresión que utilizó fue “es astuto”.
Para ese momento, Jean-Louis sentía que la perfumería de Hermès no había recibido una buena respuesta. Total que discutimos los tres por más de un año sobre cómo funcionaríamos, hasta junio de 2004 cuando todo se formalizó.
¿Hubo algún punto neurálgico en esas discusiones?
Sí. Le dije que si aceptaba, los perfumes se harían entre él y yo; es decir, el presidente, bien fuera él o cualquier otro que lo sucediera y el perfumero. Eso significaba que yo lo crearía y sería él quien opinaría y aprobaría, y que no habría nunca pruebas de mercado, una práctica habitual de todas las sociedades.
Le dije que estaba en contra de eso, porque el mercadeo no está al nivel de la creación, es un veneno y produce una mala aproximación al perfume.
¿Por qué se rebeló contra el mercadeo?
Porque enmarca, cerca y encierra profundamente a la creación, no la deja expresarse, pues se acerca a los perfumes con una mirada que yo llamo “de retrovisor”, solo mira la moda, las tendencias, lo que está pasando; lo cual implica mirar lo que ya pasó. Así no se es creativo.
Foto: Cortesía Hermès.
Christine Nagel, su sucesora, contó hace poco que antes de empezar el empalme y los entrenamientos en Hermès, usted le dijo que le iba a enseñar a ser libre, ¿se refería al mercadeo?
Sí, esa es la piedra angular de la aproximación de Hermès a los perfumes. Privilegiar la creación para ser libre del mercado y de las tendencias. Y ha dado resultados que prueban que no era una idea idiota, parecía tonto, pero ahí ha estado el fundamento de la diferencia entre Hermès y cualquier otra casa.
Para usted el perfumero es a la vez un artesano y un artista, ¿en qué sentido?
El artesano es alguien que conoce el fin de lo que hace; por ejemplo, el artesano de las carteras Hermès conoce sus materiales: cueros, forros, cremalleras, herrajes; y sus procesos: pliegues, costuras, terminados.
Tiene una técnica muy elaborada, para que a partir de un modelo que recibe o que crea, pueda reproducir múltiples ejemplares y que cada uno quede realmente perfecto. El perfumero busca la perfección en la manera de hacer, de crear el perfume, pero a diferencia del artesano, se convierte en artista porque su finalidad consiste en crear algo que no existe, que ni él mismo conoce, que no es el mismo nunca.
¿Qué tan racional puede ser la intuición en la perfumería?
Es un oficio que está en la cabeza. Tengo en mi memoria cientos de olores que existen en estado natural y sintético, sé cómo huelen y gracias a eso puedo crear combinaciones, imaginar olores y anticiparme a los resultados que juntos pueden dar.
La nariz solo sirve para controlar, todo el resto se hace con la inteligencia, con el saber. Después escribo las fórmulas en un papel, las compongo y recompongo como lo hace un músico. Lo cierto es que no mezclo por azar un poco de esto y un poco de lo otro, aquí y allá, no funciona así.
¿El perfume también tiene poesía?
Para mí, el olor es una palabra, el perfume es la literatura… Creo que eso le responde.
¿Cómo ha sido su experiencia en el mundo de la escritura?
Me he divertido, me gusta escribir, pero no soy escritor, no pretendo convertirme en uno. Solo escribo de lo que sé, de lo que me es cercano; es decir, del perfume.
He escrito cuatro libros, el último fue el más arriesgado: una novela. Confieso que no me dejó del todo satisfecho, pero tenía ganas de hacerlo y lo hice.
¿Qué le ha aportado a la perfumería de Hermès?
En Hermès no queremos crear la gran novedad del momento ni ser los perfumeros más grandes del planeta. Hermès no es imperialista en su manera de pensar y de hacer, sino una sociedad que quiere quedarse pequeña, siempre que sea grata, disfrutable.
En ese sentido, pienso que hago una perfumería clásica, en términos de la sofisticada y tradicional perfumería a la francesa. Mi perfumería tiene acento francés, no tiene acento internacional. Y eso es una herencia, una marca de distinción.
No busco códigos olfativos que funcionen en los Estados Unidos o en Inglaterra, no busco complacer a todo el planeta, eso me ha liberado, pues lo que busco en mi perfumería es algo más evidente, más claro, más sencillo.
¿Qué tiene Hèrmes que no tenga ningún otro?
Al ser pequeños, tratamos con clientes y no con consumidores. Sabemos que quienes nos han seguido y quienes llegan por primera vez a nuestras fragancias buscan más que un perfume: un sueño, deseo, placer, calidad, un conjunto de códigos, de impresiones que les permiten estar bien consigo mismos.
Siempre he creído que necesitamos mitos para vivir, porque el mundo, la vida es difícil y hay que encontrar pequeñas razones que consuelen y que den ganas de vivir. En ese sentido me gusta pensarme como un constructor de mitos. Tal vez mis propósitos, mis declaraciones y lo que le respondo es poético, pero no tengo más respuesta que esa…
Uno diría: mitos de lujo…
El lujo es un término que me da miedo, porque no resulta definible: cuando uno dice que una joya cuesta un millón de euros, ese lujo no se considera del todo cierto. Para poner el ejemplo de alguien que fuma, su lujo es el primer cigarrillo de la mañana: lo llena, lo gratifica y solo cuesta algunos céntimos de euro.
Ese es el lujo de esa persona, aun si me parece un mal lujo. Lujo son, en realidad, esas pequeñas cosas que resultan importantes para uno, que le permiten vivir y sentirse bien. Lujo es una palabra que no utilizamos en Hermès.
Foto: Cortesía Hermès.
¿Tiene relación con las divisiones de marroquinería, sedas y diseños?
Hay momentos en los que todos los artesanos nos encontramos. Ahí nos damos cuenta de que todos nos hacemos las mismas preguntas y eso tranquiliza, pues conoce uno que los otros tienen las mismas dudas, angustias e inquietudes.
En esos intercambios busco, aquí y allá, cosas que me interesan para emprender un nuevo proyecto, en ese sentido soy un merodeador.
¿Por qué se define como merodeador?
Merodeador quiere decir atrapar, robar a diestra y siniestra, yo soy eso con los olores, con las experiencias olfativas.
En realidad se trata de una actitud: es estar abierto y tener la nariz alerta para recuperar pequeñas informaciones sobre los olores, que luego me permiten crear perfumes.
¿Qué significa ser un heredero de la tradición Hermès?
Para la tradición es muy importante inscribir la perfumería dentro de la duración. La perfumería de Hermès comenzó en 1951, desde entonces, solo un perfume ha desaparecido, todos los otros están ahí.
¿Cómo se conjuga la idea con algo tan efímero como el perfume?
Evidentemente, el perfume es algo efímero, pero que puede durar toda la vida. Me gusta pensar en alguien que compra su primer perfume a los 20 años, lo usa como la más personal y más íntima de todas sus prendas durante toda su vida y cuando vuelve a buscarlo a los 60 años, todavía puede encontrarlo. Ese también es un sentido del lujo, de la tradición.
Mi perfumería tiene acento francés, no tiene acento internacional. Y eso es una herencia, una marca de distinción. No busco códigos olfativos que funcionen en los Estados Unidos o en Inglaterra, no busco complacer a todo el planeta.