¿Cómo ser una mujer según Caitlin Moran?
Gabriela Sáenz Laverde
Publicado originalmente en Revista Diners Ed. 518 de mayo 2013
Soy una feminista estridente.
Tenemos que recuperar la palabra ‘Feminismo’ y tenemos que hacerlo urgentemente. Cuando las estadísticas dicen que solo el 29 por ciento de las mujeres en Estados Unidos se consideran feministas y que solo el 42 por ciento de las mujeres británicas lo hace, yo pensaba: ¿Y acaso qué crees que es el feminismo? ¿Qué parte de la “Liberación de la mujer” no es para ti? ¿El derecho al voto? ¿El derecho a no ser una propiedad de tu marido? ¿La igual remuneración por el mismo trabajo? ¿Los jeans? ¿La canción Vogue de Madonna? ¿Todo eso realmente les molesta?
¿O ES QUE ACASO ESTABAN BORRACHAS EN EL MOMENTO DE LLENAR LA ENCUESTA?
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Son palabras de Caitlin Moran, la británica de 38 años del enorme mechón blanco de pelo, que se ha convertido en una voz fundamental del panorama actual por cuenta de sus atrevidos comentarios sobre el lugar que ocupa la mujer.
Por los baldados de agua fría que nos lanza con sus tantas certezas, fina mirada e indudable humor. Ese tono desenfadado y franco está presente a través de toda su obra, y es justamente esa falta de reverencia para tocar temas complejos –y normalmente asumidos con una densidad que aburre a muchos– lo que la hizo merecedora del Galaxy National Book Award por How to be a woman (Cómo ser una mujer), como libro del año en 2011.
De hecho, su influencia es tal que defendió en una columna del Times de Londres las celebraciones de miles de personas en el Reino Unido por el fallecimiento de Margaret Thatcher.
La Dama de Hierro, según escribió, representaba para ella la pobreza de su infancia, los disturbios y la desolación que se vivió en su pueblo durante su gobierno, que redujo el apoyo a la educación pública, eliminó empleos y recortó el acceso a viviendas de interés social, convirtiéndolo prácticamente en un pueblo fantasma, habitado por ratones y malos ratos.
“De eso se trató el júbilo del 8 de abril. Fue el simple asombro y alivio de la gente –en los valles, los hostales, las viviendas estatales, las marchas fallidas– que sintieron que habían sobrevivido a algo inclusive contra sus propias predicciones”.
¿De dónde salió Moran?
Moran, quien comenzó su carrera escribiendo de música para la revista Melody Maker, creció en un hogar de ocho hijos que dependía de ayudas gubernamentales. La pobreza era tan extrema que la joven Caitlin (cuyo nombre de pila es Catherine, pero en un momento de afición a la numerología decidió acortarlo) debía usar la ropa interior que dejaba su madre y su idea de una golosina era un pedazo de queso insertado en un tenedor, razón por la cual nunca logró sentirse remotamente similar a las niñas de su edad.
En cambio, decidió leer todos los libros que tenía la biblioteca pública de Wolverhampton, el pueblo obrero al noroeste de Birmingham donde creció. Uno a uno, la joven Moran devoró todos los tomos disponibles, desde astrología hasta zoología, pasando por literatura, economía y filosofía.
Sus condiciones de pobreza, sumadas a un sobrepeso que, en sus palabras, le daba una forma que “no era humana”, la convirtieron en un blanco fácil para el matoneo escolar, por lo que fue en la biblioteca donde recibió la mayor parte de su educación. Y fue allí donde leyó por primera vez La mujer eunuco, el manifiesto feminista radical de Germaine Greer, que marcaría su pensamiento de ahí en adelante.
Los hombres feministas
Aunque la escritora reconoce que el feminismo extremo de Greer no es para todo el mundo (después de todo La mujer eunuco sugiere, por ejemplo, que todas las mujeres deberían probar al menos una vez su propia menstruación), sí defiende la idea de eliminar las connotaciones negativas que tiene la palabra.
Cuando sugieren que lo que ha mantenido oprimidas a las mujeres todo este tiempo son otras mujeres, creo que están sobrestimando el poder de un chismorreo durante el descanso de la oficina.
Recordemos que decir que alguien tiene un mal peinado no es lo que está evitando que las mujeres ganen 30 por ciento menos que los hombres o no tengan un lugar en la junta directiva. Creo que se trata más de los cientos de miles de años de misoginia económica y dominación patriarcal.
Con todo, en su mundo, como en el de la mayoría de las feministas, hay hombres. Moran está casada desde 1999 con Pete Paphides, crítico musical de The Guardian y disc jockey de la BBC, con quien tiene dos hijas.
Tengo familiares que son hombres,
tengo amigos, me casé con un hombre, los Beatles eran hombres.
Un hombre feminista es uno de los productos más gloriosos de la evolución.
Caitlin Moran intenta por todos los medios romper con los clichés. Sobre todo aquel que dice que parecería que la vida doméstica va en contravía de esa idea feminista que supone que la mujer debe salir del hogar para sentirse realizada o liberada del “yugo patriarcal”.
El feminismo al que ella se refiere, que bien podría llamarse “feminismo del sentido común”, no se trata de eso. Se trata de la libertad de elegir si se sale o no del hogar, de la libertad de decidir con quién se construye un hogar y de planear cuántos hijos existirán en ese hogar. O si no habrá.
Nadie diría ni por un segundo que los hombres sin hijos se están perdiendo de un aspecto vital de su existencia y fueron menos exitosos o terminaron traumatizados por ello. Da Vinci, Newton, Faraday, Platón, santo Tomás, Beethoven, Kant, Hume y Jesús. Todos ellos parecen haberlo logrado bastante bien.
¿Cómo ser una mujer?
En How to be a woman hay dos capítulos claves: “Por qué hay que tener hijos” y “Por qué no hay que tenerlos”. En ambos narra sus propias experiencias con la maternidad, desde el parto de su primera hija (por cesárea después de 72 horas y con un dolor que la llevó a orinarse encima) hasta la decisión consciente junto con su marido de abortar cuando resultó embarazada de un tercer hijo, así como su reiteración del júbilo que le produce pasar una noche en la cama con su familia, qué tanto cambiaron sus idea del tiempo y la ambición y cómo ahora siente que puede hacerlo todo.
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Pero sobre todo, Moran es enfática al afirmar que se debe entender este paso trascendental como lo que es: una decisión. Y así dejar de encasillarnos en la pregunta social de “¿cuándo planeas dejar de ser una adolescente rebelde y convertirte en una verdadera mujer?”, a la que ella responde con su humor característico que la maternidad es importante principalmente porque es lo único que logra que las personas dejen de preguntar cuándo una mujer planea tener hijos.
Y es que la indignación frente al sexismo está presente en toda la obra de Moran. Sobre el tema de la pornografía asegura que el problema no es que existan imágenes de sexo mecanizado donde la mujer es un objeto más. Es que las mujeres que aparecen en la pornografía en ningún momento están disfrutando de ese sexo; no existe el deseo en ese porno, ni está pensado para las mujeres. Y las mujeres también queremos porno.
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Postura original
Por supuesto, no le han faltado detractores. En 2012, una de sus seguidoras le preguntó vía Twitter qué opinaba de la falta de diversidad en el elenco de la serie Girls. A lo que Moran respondió “Me tiene sin cuidado” (I literally don’t give a shit), con lo que le llovieron cientos de críticas. Y aunque se disculpó por lo que consideró una falta de modales, defendió su posición asegurando que, si bien es feminista, su experiencia no representa la de todas las mujeres, tal como la propia guionista de Girls ha descrito su exitosa serie. “Escribí un libro que se llama Cómo ser UNA mujer, no Cómo ser TODAS las mujeres”.
Es eso, justamente eso. Gústenos o no, lo realmente original de su postura, además de ese desparpajo que le fluye y demuestra su aguda inteligencia y sensibilidad, es que amplía el panorama de “lo femenino” y devela algo que durante siglos se redujo a un artículo: LA.
No existe LA mujer, somos MUCHAS mujeres distintas, únicas. Irrepetibles. Libres.
–Ya no uso ese top blanco y la falda negra para las reuniones, pues todos hacían cola detrás de mí en la pausa del café, pensando que yo era la mesera… –No te preocupes mi amor, al menos todavía tienes buenas piernas… Se lo dijo su jefe.
Por supuesto, la razón de que este tipo de cosas sean tan perniciosas y dañinas es el elemento de duda que lo rodea. ¿Son sexistas a propósito o es simplemente sexismo ocasional, nacido del descuido y la estupidez? ¿Se pondrá a gritar como una loca y amargada si la gente le dice algo parecido? No sería mejor pasar por alto a ese que, cuando usted está tomándose un té, viene y le dice “Con leche y sin azúcar, ¿y tendrá galletitas?”. En resumen, ¿cómo puede usted saber cuando es objeto de sexismo?
Lo que al final nos ayudaría sería simplemente preguntarnos de estos episodios sexistas: ¿Es esto respetuoso? Si nosotros –la población de hombres y mujeres por igual– somos esencialmente “la gente” entonces, ¿acaso una de esta “gente” no acaba de ser grosera con el otro? No lo llames sexismo, llámalo buenos modales.