“Si Allende muere, a lo mejor el presidente vive para la historia”, entrevista con Miguel Littín

Esta entrevista con Miguel Littín evoca recuerdos de la dictadura en Chile, el apoyo de Gabriel García Márquez al director y un encuentro fraternal.
 
“Si Allende muere, a lo mejor el presidente vive para la historia”, entrevista con Miguel Littín
Foto: Wikimedia Commons/ Rodrigo Fernández/ (CC BY-SA 4.0)
POR: 
Esteban Duperly

El artículo “Si Allende muere, a lo mejor el presidente vive para la historia”, entrevista con Miguel Littín fue publicado originalmente en Revista Diners de octubre de 2014

El 11 de septiembre de 1973, cuando el general Pinochet derrocó al presidente Allende, Miguel Littín era el jefe de la cinematografía chilena. Se salvó por un pelo de que aquel día lo llevaran a la concentración masiva de prisioneros políticos que los militares golpistas organizaron en el Estadio Nacional de Santiago, gracias a un sargento que lo reconoció como el director del Chacal de Nahueltoro y lo dejó escapar del edificio sitiado de Chile Films.

Ya exiliado fue a vivir entre México y España hasta que, en las vísperas del plebiscito que trajo de vuelta la democracia a Chile, pudo regresar.

Amigo personal de García Márquez, es uno de los pocos directores que ha tenido el coraje de filmar sus historias y salir bien librado. Ambos se conocieron en 1974 y en adelante nunca dejaron de verse.

A veces, incluso, todos los días. Era usual que temprano en la mañana Littín fuera a verlo escribir, García Márquez vestido con su proverbial overol de trabajo. Y, del mismo modo, muchas veces el escritor estuvo presente en el estudio mientras Littín filmaba, o junto a él en la moviola.

“Hay películas mías en que el Gabo estuvo siempre muy cerca. Por ejemplo, en El discurso del método él estuvo ahí en la edición conmigo. Llegaba a alguna hora y veíamos roches o fragmentos de película. Y a la primera persona que yo le mostré Actas de Marusia, que fue mi primera película de exilio, fue a Gabo”.

Hoy, recordamos su largometraje sobre las últimas horas de Allende. Se trata de una obra cinematográfica que aborda el conocido suceso desde una perspectiva artística no documental, y en lo personal es la película que más le ha costado, pues rodó muchas veces en contra de sus propios estados de ánimo.

Su película cuenta las últimas siete horas de Salvador Allende. ¿Puede considerarse como una anatomía del suceso?

No exactamente. No está desmenuzada hora por hora. No tiene un orden cronológico sino un orden de sentimiento. Es una película muy libre, una película de autor, en la cual hay una mirada hacia Allende. No es que Allende hubiese sido así, sino que es una interpretación.

Si tú quieres encontrar un símil sería Galileo Galilei de Brech [Bertolt Brech] que es la mirada ciertamente distanciada hacia un personaje histórico y unas circunstancias que lo rodean y determinan su conducta y sus decisiones.

¿Cómo contar una historia en donde el público, de entrada, ya sabe lo que va a pasar y cuál es el final?

El público sabe lo que sucedió, pero no sabe cómo. Esa es la clave. Ese suceso siempre se ha mantenido en un silencio muy hermético, hay un misterio muy grande, no se sabe nada. Ahí esta justamente el enigma a descifrar.

¿Por qué las cosas sucedieron de esa manera? ¿Por qué Salvador Allende tomó las decisiones que tomó? He ahí una incógnita que se mantiene todavía. Una gran interrogante existencial para todo un país.

Yo diría que en la película hay una mezcla entre la realidad y lo que pudieron haber sido esas 7 horas en que el hombre tuvo que decidirlo todo y estuvo solo. Esa también es una pregunta e interrogante: ¿por qué nuestros héroes terminan solos?

El título es Allende en su laberinto. ¿Se trata de una referencia a la novela El general en su laberinto, de García Márquez?

De cierta forma sí. Aunque el laberinto está presente en toda la literatura clásica: desde los griegos hasta hoy un hombre se enfrenta a un laberinto. Cómo salir del laberinto es un planteamiento clásico.

Primero yo la llamé durante mucho tiempo Allende, tu nombre me sabe a hierba, porque él esa mañana cantó esos versos de Machado que luego cantó Serrat: “tu nombre me sabe a hierba/ de la que nace en el valle/ a golpes de sol y agua”.

Pero luego lo cambié, porque en el transcurso mismo del rodaje hay un personaje muy cercano a Allende que le plantea la salida: si el presidente se rinde, Allende muere; si Allende muere, a lo mejor el presidente vive para la historia. Todo tiene mucho que ver con mi forma de hacer cine, donde yo tengo un guión y lo cambio, lo cambio, lo cambio.

La relación de García Márquez con Chile fue de mucha cercanía y estuvo atravesada por el sentimiento. Incluso hizo una promesa, en parte incumplida, de no volver a escribir mientras Pinochet fuera dictador…

(Interrumpiendo) Pero porque nosotros se lo pedimos. Los chilenos le pedimos que no insistiera en eso, porque la única favorecida con que él no publicara era la dictadura.

(Retomando) Entonces, ¿esa cercanía sentimental de dónde provenía?

Es un misterio, pero un misterio gozoso. Él amó mucho a Chile, y en consecuencia también a los chilenos. Siendo un escritor, y que su vida estaba dedicada a escribir, ofreció lo más preciado cuando dijo “no voy a publicar más”.

La semblanza que él hizo del presidente Allende después del golpe es magistral, y no fue nunca superada. Es preciosa. Allí él coloca magistralmente las paradojas del personaje y su desafío a la historia. Paradojas porque la revolución de Allende fue una revolución pacífica, y terminó con un fusil en la mano.

¿Por qué cree que García Márquez no tuvo la misma fuerza en la cinematografía?

Yo creo que la obra de García Márquez es una obra integral, y cada vez que él plantea una imagen literaria está planteando también una imagen que podríamos llamar cinematográfica. El mismo inicio de Cien años de soledad es lo que podríamos llamar un flashback, que es un recurso cinematográfico, entre comillas, porque los recursos narrativos son los mismo desde los griegos hasta hoy. Lo que cambia es la historia y la magia de quien los cuenta.

Ahora, en la literatura el Gabo es quien cuenta directamente. Él es el mago. Pero cuando entrega un guión le entrega la magia a otro, quien naturalmente no tiene lo que tenía él. Es un problema de forma.

Habría que hacer un largo estudio de por qué, de una voz a otra voz, el cuento deja de tener la magia original. Gabo, en la literatura, era un barco sin ataduras, y al ponerle ataduras en el cine la libertad del barco era distinta: no navegaba con la misma libertad. A eso había que soltarle ataduras, dejarlo.

Entre ustedes dos hubo un juego de reciprocidad. Usted hizo una película sobre un libro suyo, y él hizo un libro de una película suya. ¿Qué recuerda del proceso de escritura de La aventura de Miguel Littín clandestino en Chile?

Yo sólo hablé. Conversamos y hablamos mucho. Él me preguntaba, yo contestaba. Él hacía un comentario, yo seguía hablando. Nuestras reuniones se caracterizaban por largas charlas, por largos tiempos donde conversábamos y hablábamos mucho de todo.

Lo de Chile fue salpicado, no fue que habláramos solamente de eso, sino que a veces intervenía él y me contaba algo que era apasionante para mí escucharlo, y yo a su vez le contaba cómo había sido el viaje, cómo había ocurrido. Y luego él, magistralmente, lo fue ordenando y dándole cause y consecuencia.

Una última pregunta. Según la desinformación que se encuentra en internet usted fue alcalde de Palmilla. ¿Es verdad?

Es verdad. Es un pueblo que yo amo mucho porque yo nací ahí. Y donde nacieron mi padre, y mi madre, y a donde mi abuelo griego y el árabe llegaron en 1914.

Como estuve tantos años en exilió cuando regresé yo no entendía nada de Chile, ni entendía a los chilenos. Es cierto que tenía una gran avidez por recuperar Chile, sus pedazos, su tierra, su olor, pero no entendía a la gente en la calle.

Eso me confundió mucho. En un momento tuve una crisis, de regresar a México, un país que amo mucho. Y entonces tiré un ancla, que fue ir a las elecciones, e hicimos un gran trabajo. Fue fundar un pueblo, porque era una aldea muy abandonada.

Esa aldea era espacio de latifundio donde nunca había sido alcalde alguien que no fuera de la derecha más extrema. Yo fui el primero con ideas socialistas y democráticas. Desde eso nunca más ha ganado la derecha. Allí la izquierda se saca el 70%.

 

         

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abril
25 / 2020