Óscar Iván Zuluaga y el poder de una familia unida

Dicen que es la sombra de Uribe, pero a él le resbalan esos comentarios. Porque sabe lo que tiene: la popularidad de su mentor, el apoyo de los suyos y el deseo de querer ser presidente desde niño.
 
Óscar Iván Zuluaga y el poder de una familia unida
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Lina Cuartas

“Mi papá no se haría una cirugía plástica. Él dice que la política debe estar lejos de las frivolidades. Y que no estamos en un reinado de belleza”. Lo dice David Zuluaga, hijo mayor del candidato a la Presidencia por el Centro Democrático, Óscar Iván Zuluaga, quien tiene una admiración reverencial por su papá. Recuerda también que le han recomendado a su padre el botox para eliminar las acentuadas arrugas de su ceño, marcas inevitables a los 55 años y que, según sus asesores, lo hacen ver enojado, mal encarado. Pero nadie lo ha visto bravo. Ni en la casa, ni en el trabajo. No grita, no se irrita, no insulta. Ni manotea siquiera. Tiene un temperamento tranquilo, cómo decirlo, ¿dócil? Lo dudo.

Lo de no responder con las vísceras y calcular milimétricamente lo que se dice y hace lo heredó de su papá, Ovidio Zuluaga. De su mamá, Carina Escobar, en cambio, dice que le sacó muy poco. Es una paisa fuerte y orgullosa, la describe él, confesando incluso que es dada al rencor. Pero es incondicional. Hace unos días estuvo hospitalizada, con bronquitis. Su talante y entrega a la campaña los demostró hasta en la cama del hospital. Un día sorprendió (o no) a la familia cuando llamó a pedir volantes con propaganda electoral de su hijo. Les dijo: “Necesito entregárselos a los médicos y enfermeras de acá para que voten por Óscar Iván”. Le llevaron 300 y los repartió todos, personalmente. Por contraste, Zuluaga cuenta que su papá es tan cuidadoso y prudente, que sería incapaz de pedir o insinuar un voto. Prefiere el bajo perfil. Lo que se hereda no se hurta… Los Zuluaga Escobar llegaron a Bogotá hace 50 años para levantar cuatro hijos, tres hombres y una mujer, en un entorno profundamente católico, que aún persiste. Óscar Iván es el segundo.

El cuento de llegar a la Presidencia viene desde que tenía diez años. Doña Carina, su recia mamá, lo recuerda buscando gente para armar su propio gabinete. Dependía de la profesión y fortaleza que tuvieran los integrantes de la familia: “¡Ah!, usted es comunicadora social, listo, la nombro ministra de Comunicaciones. ¡Ah!, usted es ingeniero, va para el Ministerio de Transporte”. Las memorias de esa infancia incluyen a un niño cargado de papeles en cada mano que recogía de todos los rincones de la casa, como el que juega a ser importante. Óscar Iván cree que el “paraíso” político y de servicio que, según él, alcanzó cuando fue alcalde de Pensilvania, Caldas, entre 1990 y 1992, puede repetirse esta vez para 47 millones de colombianos. Para él y su familia sería la conquista de lo más alto, ¿del cielo? Ese fue su punto cero. Ahí comenzó a visualizar una carrera hacia la Presidencia. “El imán de la política no es el poder, es el servicio”, dice convencido este hombre al que le gravita el tema la totalidad del tiempo y de las horas del día. La campaña la viven todos en la casa Zuluaga Martínez, y están entusiasmados.

Hoy todavía carga papeles, escritos con frases claves para echar mano de ellos cuando la memoria flaquea y que llevan sus propuestas de campaña. Van en un morral que no suelta. Ahí carga el computador personal, un cepillo de dientes, crema dental y un frasco de pastillas. Desde que tiene memoria lo acompaña un dolor intermitente e intenso: una espantosa jaqueca. No existe razón científica para explicarla. Su mamá buscó una cura para ese mal que atormentaba a su hijo. Cuando Óscar Iván tenía 15 años lo envió a una clínica en Estados Unidos con la esperanza de que su tía, una enfermera que trabajaba allá, encontrara la razón de la insoportable dolencia. El dictamen: no tiene nada, nada que podamos curar. Porque no hay nada.

De buenas en el amor

A Óscar Iván Zuluaga no le ha dolido el corazón. No ha tenido decepciones, ni hay heridas abiertas por desamores fortuitos. Antes de su esposa, la barranquillera Martha Ligia Martínez, tuvo tres novias. “Yo me enamoré de él porque era el más inteligente de los hombres que había conocido. Hace 30 años coincidimos en un congreso estudiantil en Barranquilla, él era la estrella, todos tenían que ver con su liderazgo. Yo era una estudiante de segundo semestre de Administración de Empresas y me descrestó. Era tan galante”. Martha Ligia vivía en Barranquilla y él se la pasaba entre Londres y Bogotá, así que la costeña y el paisa sostuvieron un romance epistolar. La esposa del exconcejal y exalcalde de Pensilvania, exsenador, exministro de Hacienda y candidato presidencial es una barranquillera que no ha perdido el acento ni la chispa de su región. Cuenta que se conocieron bailando. Martha Ligia dice que es bueno en el merengue, no tanto con la salsa, que el tango es una deuda que los dos tienen pendiente y que el pasodoble en la Feria de Manizales es un baile obligado. “Le encanta cada vez que suena ‘Ay Manizales del alma’, de inmediato me saca a bailar y él se siente feliz”. Llevan 27 años parrandeando…, aunque también se derrite por los boleros.

No se sabe cuál de los dos está más enamorado. Hablan de su luna de miel como si hubiera sido ayer. Fue un viaje por Suramérica. Por etapas y por disponibilidad de los tiquetes gratis que encontraran por cuenta del trabajo de ella en una agencia de viajes. Fueron más aeropuertos que países visitados, se ríen contando. Pero aun así, pasearon por Bariloche, hicieron el Cruce de Lagos, en Chile, y llegaron a Salvador de Bahía, en Brasil.

Quieren envejecer juntos. Y hay dos lugares en la tierra en los que ella siente que podrían hacerlo. Un lugar, además, para recibir a los hijos y malcriar a los nietos. Uno tiene el verde extremo de las montañas de Pensilvania, Caldas. En su finca de paisaje campesino, olor a hierba y sensación de hogar. No hay vacaciones en las que la familia no pegue para allá. Pero también está ese otro lugar pintado de azul. Con mar. En Barranquilla se conocieron, se casaron y, por qué no, despedirse de la vida. Se le sale una carcajada maliciosa de imaginarse cómo la costeña y el paisa van a conciliar entre las montañas y el océano: “No hay afán”.

Yo me llamo, Raphael

Hay una faceta que Martha Ligia desconoce de su marido. La escena es difícil de imaginar, pero Óscar Iván la revela con orgullo. A finales de los años setenta, aún en la universidad, cuando estudiaba Economía en la Javeriana, se vestía todo de negro, se ponía botas con tacón, camisa entreabierta dejando ver solo un poco del pecho y con el pelo peinado hacia un lado. Todo este ritual para convertirse en el monstruo de la canción, en Raphael. Dice que tenía la voz idéntica a la del cantante español, que zapateaba como él. Que era un imitador de miedo. Tuvo tanto éxito que en una jornada universitaria, en Playas, Ecuador, en tercer semestre, una pareja española fue testigo de los talentos ocultos del candidato del uribismo y se le acercó, lo felicitó y le dio una botella de whisky. Pero desde entonces ni su esposa lo ha visto cantar como Raphael, ni sus hijos lo han visto peinado de lado.

No obstante, esta habilidad histriónica la heredaron sus hijos. David (24), el mayor, tiene todos los movimientos, la voz y los gestos del expresidente Uribe. Lo imita con total perfección. Y cuando se reúnen los tres hermanos, con Esteban (23) y Juliana (19), montan una parodia del aturdidor show peruano Laura en América. Ese es el entorno añorado de Óscar Iván Zuluaga: su familia. Los dos varones trabajan en la campaña, Esteban es el reportero gráfico, y aunque no ha terminado su carrera en Comunicación y Medios audiovisuales, está recorriendo el país con su papá con una cámara de video. David, gerente de la campaña, es delgado, de ojos claros, fuma con intensidad y habla mucho más que su papá. Actualmente adelanta un doctorado en Teoría política en Estados Unidos y se graduó en Filosofía de Harvard, con honores. ¿Un delfín en construcción?

“Mi papá no tiene apegos materiales, no es persona de lujos.Mi mamá define qué se pone. Le escoge las corbatas, los vestidos. Él se deja, no se molesta”, cuenta David. Zuluaga es terrenal y cercano. Es simple. Podría uno decir que lo que ve, es.

En los últimos meses ha bajado de peso. Unos kilos de menos que se reflejan en su cara y en el cuerpo. Su esposa dice que fue por una milagrosa máquina elíptica que compró y una rutina de natación que tuvo que dejar atrás. Por estos días queda poco tiempo para el ejercicio, la campaña es la prioridad. Pero, claro, la intensidad en las jornadas de correría política también son las responsables de ello. Cuando está de gira come, pero a destiempo, lo que le den, pero no siempre los tres golpes. Muere si le dan fríjoles con chicharrón. Le encanta picar, come papitas, chitos, rosquitas, todo paquete de chucherías que se le atraviese. O, su debilidad, las obleas. Su manjar preferido: el maní. David dice que su papá es un “monstruo come maní”.

Who’s the Boss

Algo que genera suspicacias y que los gurús de la política cuestionan es la capacidad de liderazgo de Óscar Iván Zuluaga. Lo que en la milicia se conoce como “la voz de mando”. Sus más cercanos colaboradores no le temen, pero igual le corren. Sabe que aborrece la mentira. Algunos de ellos trabajaron con Álvaro Uribe: “A Uribe le tengo gratitud, pero a Óscar Iván le tengo un cariño altísimo”, dice uno de los asesores de prensa.

Muchos quisieran aconsejarle que sea más fuerte en las formas y en los argumentos, como lo es Uribe, también decirle al oído que la pelea es peleando, que hay que ser más contundente, más alzado y más bravito para que la gente se convenza que sí tiene pantalones, y sí tiene carácter, y que no le va a quedar grande el país. Para su familia, sin embargo, eso que dice la gente –¿qué gente?, se preguntan– los tiene sin cuidado.

“Mi papá tiene una cosa rara: no tiene como meta el poder para ser feliz. No es una persona que colapse porque no sea exitoso. No actúa con desespero. En mi casa todas las decisiones pasan por la sala y cada cosa que él va a hacer la consulta con nosotros. Si alguno no está de acuerdo, no se hace. Esto de la Presidencia él nos lo preguntó. A todos, a mi mamá y a mis hermanos. Le dijimos de una que sí. Y aquí estamos. Yo suspendí temporalmente mis estudios para venirme y estar con él”, cuenta David. Ahora, concentra sus días en la campaña de su papá. Sin lujos. Se mueve a pie, sin escoltas. Para el propio Óscar Iván todo esto es una cuestión de saber desde dónde mirar, y ver siempre las cosas positivas de las personas, nunca lo malo. “Mi liderazgo es un punto de encuentro, no de rechazo”. Dice que lo suyo es la inteligencia emocional. Cuando llegó al Ministerio de Hacienda, en el gobierno de Uribe, no sacó ni a un solo empleado de los que trabajaron con su antecesor. “Si están haciendo las cosas bien, ¿por qué los voy a cambiar?”. Su oficina tuvo las puertas, literalmente, abiertas, sin citas.

Y es así como papá. Consentidor, alcahueta, conversador, amoroso. David dice que se muere por su hermana, Juliana “es la ‘ñaña’ de la casa”, confiesa. “Con Juliana se debate entre decirle algo cuando llega tarde a la casa o quedarse callado. Ella hace lo que le da la gana. Se inventó un viaje a Kenia, África, después del colegio, para hacer un servicio social. Fue voluntaria en un asilo de huérfanos. Enseñó inglés, matemáticas y ciencias sociales. Es muy cariñoso con ella, todo el día le manda mensajes al celular, se derrite”, cuenta emocionado.

La niña de la casa está cursando materias de Arquitectura y Economía en la Universidad de los Andes, pero se va a decidir por Administración. Y los fines de semana lidera un grupo de retiros espirituales para jóvenes. Es muy creyente, religiosa y católica, como todos en la familia. Juliana dice que su papá se parece mucho a su abuelo Ovidio: “Es un pan de Dios. Cuando estamos juntos es muy amoroso. Le encanta que uno se le siente al lado y lo consienta”.

Quien no quiere quedarse fuera de la foto de esta familia es Gladys Villalba. Desde hace 13 años ayuda con los deberes del hogar a los Zuluaga Martínez y se ha ganado su lugar. Le dice a su jefe que está muy gordo y se ríe y él, para seguirle el ritmo, le cambia el nombre. Todos los días. Él le ayudó a conseguir el crédito para tener casa propia y por eso le está eternamente agradecida. Pero dice que el mérito lo tiene ella, que el gerente del banco atendía más fácilmente a Gladys que al político. La mujer es parte de la familia. La invitaron a la posesión de su jefe como ministro de Hacienda y les dijo que no iba. Que le daba mucha pereza. En cambio, cuando la inscripción de la candidatura presidencial estuvo ahí, sin falta. Un buen augurio para la familia.

Así es Óscar Iván Zuluaga. Para quienes esperan un cambio súbito en el tono o en la actitud de este candidato, un consejo, siéntense, porque ese giro no está cerca. Desde que se despierta, a las cinco, está tranquilo. La temperatura nunca se altera pues prefiere el agua helada. Bastan 25 minutos para el baño, afeitarse y vestirse.

En los días en los que recogí información sobre el candidato, en los que fue necesario conocer a los cercanos de Óscar Iván, a sus amores y colaboradores más íntimos, hubo un común denominador. No apareció la sombra o el reflejo de Uribe. Nadie habló de él. ¿Casualidad o estrategia? Definitivamente las dos. Es casual que la familia y los cercanos se refieran a quienes conocen y aman. Es intencional que Óscar Iván hable solo de él mismo porque a unos días de la primera vuelta presidencial siguen hablando mucho más de Uribe que de él. Habrá que ver qué talante prevalecerá, la prudencia de don Ovidio, o la verraquera de doña Carina. Un poco de los dos, seguro.

         

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mayo
12 / 2014