De cuando Marta Lucía Ramírez quería ser presidenta de Colombia

Margarita Posada
El artículo De cuando Marta Lucía Ramírez quería ser presidenta de Colombia fue publicado originalmente en Revista Diners Ed. 530 de mayo de 2014
El recibimiento en la casa de la candidata presidencial Marta Lucía Ramírez y su marido, Álvaro Rincón (la pareja altera el orden típico donde el “y Sra.” es pan de cada día), está a cargo de unas gallinas criollas que parecen ovejas al mando de un perro amarillo, viejo y cariñoso de nombre Tony.
A su paso, y dado el alboroto matutino en la comarca de La Calera, un señor canoso de librea y corbatín sale a la puerta a saludar. Es Gilber, el mayordomo que ha llevado las riendas de la casa por más de veinticinco años y que conoció allí mismo a su señora, Rosita.
No son personajes secundarios, la pareja es el mejor activo de la familia, según Álvaro. Detrás, sale una joven espigada, muy bien arreglada, con una camisa salmón que resalta su color trigueño. Es María Alejandra, la hija única de este matrimonio que ha perdurado 38 años, a pesar de los cambios que la carrera política de Marta Lucía ha implicado. Porque, digámonos la verdad, no muchos hombres latinoamericanos están dispuestos a aceptar que el show se lo roben sus mujeres.
Detrás de una gran mujer hay mucha gente envidiosa. Al lado de ella, si alguno se le mide, debe haber un gran hombre de bajo perfil.
El sueño de ser presidenta
Álvaro Rincón es uno de esos especímenes extraños que lo ha entendido casi a la perfección: “Para mí es muy fácil: si el sueño de Marta es ser presidenta, tiene que figurar mucho. Y si es ella la que necesita figurar, yo no puedo ponerme a hacerle competencia.
En esta casa, la que figura es ella y yo la ayudo a que figure”. Esta pareja, que se casó cuando ambos rondaban los veintiuno, ha pasado por todas las vicisitudes por las que pasa cualquier pareja que busca mantenerse unida contra viento y marea.
Solo que al viento y a la marea hay que añadirle la política. Por más de que haya habido desavenencias con respecto a otros temas cotidianos, como la decisión de su hija María Alejandra de irse a vivir con su novio sin casarse o la escogencia de la ropa que Álvaro va a ponerse para el matrimonio que tienen este fin de semana en Anapoima, los verdaderos giros de su historia familiar han sido por cuenta de la política.
Sin mermelada, gracias
En un desayuno sin mermelada en el que conviven padre, madre e hija como hace un tiempo no lo hacían (Alejandra ha vivido casi toda la vida por fuera y actualmente vive en Nueva York, pero vino a acompañar unos meses a su mamá en campaña), todos convienen en que quizás una de las pruebas y sacrificios más grandes que han hecho fue la separación de María Alejandra del núcleo familiar a la fuerza. Marta Lucía lo narra todo como un relato político al que Álvaro y Alejandra le ponen el toque íntimo.
Corría el año 2002 y Uribe estaba a punto de ofrecerle el Ministerio de Defensa. Marta Lucía acababa de aceptar el cargo de embajadora en París tan solo cuatro meses atrás, finalizando el gobierno de Pastrana.
Dos meses después de ello, su marido cerró la oficina de arquitectos en Bogotá para irse a acompañarla en su nuevo reto. María Alejandra casualmente estaba aprendiendo francés en Nantes y fue a reunirse con sus papás. Apenas estaban ya todos instalados cuando Uribe, recién posesionado, la conoció en su gira por Europa y le propuso el Ministerio de Defensa. Rudolph Hommes, Fabio Echeverri y Fernando Londoño la convencieron en dos días. Su marido solo atisbó a decir que el presidente estaba loco. Luego intuyó que quizás ella quería asumir el reto, y la apoyó.
La gran damnificada de la decisión fue María Alejandra, quien por esa época ya había sido aceptada en una universidad en París. La decisión de su mamá la hizo regresar al país a estudiar en Los Andes. Pero dos semanas más tarde, y según Marta Lucía con algo de mala saña de parte de algunos generales del ejército que buscaban hacerle la vida imposible, su hija tuvo que salir del país porque fue declarada objetivo militar de la guerrilla y en el ejército aseguraron que no tenían cómo protegerla estando en Colombia.
Trabajando en la sombra
Cada vez que surge esta historia a lo largo del desayuno, María Alejandra baja la mirada o suspira. En ese momento no tenía ni voz ni voto. Diez días más tarde estaba montada en un avión rumbo a Madrid. “Era muy chiquita, pero a pesar de la incertidumbre y la angustia, no le lloré ni le reproché a mi mamá como cualquier hija haría.
Me mantuve fuerte y si me derrumbaba era con mi papá, que también lloró el día que me fue a dejar en el aeropuerto”. El costo-beneficio de este sacrificio quizás no fue muy tangible cuando, un año y medio después, Uribe destituyó a Marta Lucía mandándole razón, lo que ella aprovechó para pasar un par de meses con su hija en España y, luego de dos años de hacer consultoría en el sector privado, se convirtió en senadora de la U. No para.
Lo importante, anota María Alejandra, es que “otros momentos compensan, como por ejemplo hace apenas unos meses, cuando mi mamá y mi papá fueron a acompañarme en plena tusa luego de terminar con mi novio de ocho años.
Aunque ella ya era candidata puso por encima mi dolor y fue a paladearme una semana”. Cuando niña, María Alejandra tampoco sintió la falta de mamá, porque jamás le tocó ir a un médico o a algo importante sola.
“Si la llamaba a la oficina siempre me la pasaban”. Era la época en que, luego de ser asesora jurídica de Luis Carlos Sarmiento y presidenta de MazdaCrédito y de la ANIF, Gaviria la nombra directora del Incomex y ella decide inventarse el Ministerio de Comercio Exterior.
“No había Internet y yo revisaba folios y folios que los embajadores me mandaban sobre la organización de comercio exterior de cada país. Así empezamos a armar nuestro modelo para sacar adelante el proyecto del nuevo ministerio en el Congreso”.
María Alejandra tenía ocho años y en la familia había un solo carro, así que el bus la dejaba en la oficina de su papá y allá hacía las tareas hasta que llegara la hora de recoger a su mamá para subirse los tres a La Calera.
Anécdotas políticas
Pero como no todo en esta vida es meritocracia, a Marta Lucía le dijeron que no se hiciera ilusiones de ser ministra de esa cartera porque Gaviria necesitaba a alguien con peso político, de suerte que nombraron a Juan Manuel Santos. “Yo la vi matándose hasta medianoche y vienen y ponen a Juan Manuel, que ¡además asegura que llegó con un lápiz a crear el ministerio de cero! Pero Marta Lucía supo hacer caso omiso de eso y aceptó ser su viceministra”, dice Álvaro tomando de la mano a su esposa.
Las anécdotas alternan entre la carrera profesional de Marta Lucía y la vida familiar. Es de anotar que casi todos los aspectos personales los narra su marido y que, cuando ella toma la palabra, lo hace para explicar con absoluta claridad lo que logró en cada uno de sus cargos.
Pero más allá de que el hilo conductor de esta historia sea la carrera política de Ramírez, su marido a veces la interrumpe para contar anécdotas más cotidianas, como que la que cocina es ella, o que nunca han tenido una cuenta bancaria conjunta, o que el fin de semana generalmente se van para Anapoima (hace dos años tienen una finca allá), donde caminan, trotan y juegan al bádminton. Si no, se quedan en la casa. Leen mucho.
La parte social es solo la indispensable, se han enfocado en el trabajo y la familia. Por eso se pusieron como meta llegar antes de las 8:30 de la noche, aunque a Marta Lucía le ha tocado incumplir muchas veces. “Pobre, Alejandra desde chiquita siempre ha tenido que trasnochar mucho para estar con nosotros”.
El mundo al revés
“Mi vida quizás tenga muchas cosas del mundo al revés, esa canción que me cantaba mi mamá de chiquita”, dice la hija y luego se une a su mamá para cantar: Había una vez un lobito bueno / al que maltrataban todos los corderos / y había también una bruja hermosa / un príncipe malo / y un pirata honrado / todas esas cosas había una vez / cuando yo soñaba el mundo al revés.
Marta Lucía se transforma en la mamá que seguramente pocos han tenido la oportunidad de ver en acción, aunque las personas más cercanas de su ámbito familiar aseguren que es tierna y sensible, como afirma Rosita su empleada, que ha vivido a su lado veinticinco años. Acto seguido, Álvaro corta la melancolía de su hija diciendo que de todas maneras “Alejandra fue siempre tan independiente, que de niña nos propuso mudarse a vivir sola a su casa de muñecas”.
Mucho tendrá que ver con todo lo que le tocó en suerte como hija única, aunque sus padres le buscaron el hermanito. “Que quedara embarazada de Alejandra fue difícil, tratamos mucho. Marta Lucía tuvo una pérdida y por esa época los tratamientos de fertilidad eran otra cosa.
Cuando finalmente nos resignamos, y Marta Lucía quería convencerme de adoptar, estábamos de paseo en Miami y nos tocó estrenar la prueba de droguería que recién había salido al mercado”. Se levantaron a las cinco de la mañana, pusieron la muestra de orina y las gotas reactivas, se hicieron los dormidos dos horas, expectantes, hasta que apareció el circulito negro que anunciaba la llegada de María Alejandra, a quien le prometieron un hermanito que nunca llegó porque Marta Lucía tuvo otra pérdida.
Persiguiendo un sueño
Quizás en esa época, las ambiciones políticas de Marta Lucía no existían siquiera, aunque su marido asegura que un sábado cualquiera, aún muy jóvenes los dos, Marta Lucía salió del baño diciéndole que le gustaba la política. “Yo voy a ser presidente de Colombia, me dijo de la nada”. Desde entonces, Álvaro se las ha arreglado como un Sancho Panza para acompañarla en su locura. “Conozco muchos hombres que han estado casados con mujeres que figuran.
Muy pocos de ellos siguen con ellas”. La pregunta es si las dejan porque se sienten opacados, o más bien porque aparece otra mujer menos ocupada en el panorama, a lo que Álvaro refuta: “Durante el Ministerio de Comercio Exterior de Pastrana, donde estaban tomando forma las alianzas más serias a nivel comercial, Marta Lucía tenía que viajar y no era raro que llegara de un viaje de diez días para desayunar conmigo, hacer otra maleta y volver a irse. A pesar de que ella estuviera tan ausente, yo ponía una barrera para que no se acercara nadie y que cuando ella regresara siempre encontrara su hogar y su marido”.
En el Ministerio de Defensa, que quizás es el que más se imaginaría uno que cambia la vida de una mujer, no viajaba tanto y siempre dormía en la casa. Muchas veces, la familia se pegaba a su rutina laboral, para poder estar más tiempo a su lado. “Mi papá la acompañaba y se dedicaba a tomar fotos, que le encanta. Cuando yo podía venir de España, también me anotaba al plan”.
El sacrificio de alcanzar un sueño
Álvaro ha tenido que hacer sacrificios, pero no se arrepiente porque tampoco le produjeron dolor y todo lo compensa con el apoyo que ha recibido de su mujer para hacer sus cosas y salir adelante.
“En 1996, cuando se cayó el sector de la construcción, Marta me daba plata hasta para la gasolina. Al principio me avergonzaba, pero después entendí que así deben funcionar las parejas. Aunque Marta Lucía se sentía contrariada por mi situación e incluso me hizo ir a una psicóloga para lidiar con mi síndrome del fracaso (que atendía 85 % de hombres por la crisis), siempre me apoyó”.
Las separaciones también han tenido que ver con la carrera profesional de Álvaro. Durante el gobierno de Samper, cuando toda la familia, incluida Rosita, se fue a Massachusetts a acompañar a la mamá a cursar una beca de investigación en Harvard, Álvaro tuvo que regresar casi un año antes que ella para resolver la disolución de una de sus empresas de arquitectura en la que además su socio le jugó sucio. “Tenía una compañía con cincuenta personas que tuve que cerrar. Me quedé sin trabajo por uno, dos, cinco, ¡ocho años, inventándome cosas!, hasta que decidí hacer uso de mi nacionalidad norteamericana e ir a buscar qué hacer”.
Figura pública, pero con tiempo para la familia
Marta Lucía era ya ministra de Comercio Exterior para la época. Durante un año y medio, Álvaro se fue a buscar un negocio rentable. “Ahí la posibilidad de caer en una infidelidad era alta. Por eso nunca fui a South Beach a un bar durante ese tiempo. Se dio la oportunidad de un negocio allá, pero cuando se lo planteé a Marta Lucía, la conversación duró más o menos una hora hasta que abandonamos la idea. Si yo me hubiera ido, posiblemente tendría una compañía inmensamente grande, pero no estaría con ella”.
Después de hablar de esas “separaciones menores”, por fin Marta Lucía se atreve a decir que también estuvieron separados un año por temas más personales, mucho antes de que ella se convirtiera en figura pública, cuando llevaban apenas cinco años de casados.
La mamá de Álvaro murió muy joven y sus seis hermanos quedaron prácticamente a cargo de ellos dos, lo cual desestabilizó la relación. Es curioso que, en dos momentos muy diferentes de su vida, esta pareja parece haber estado destinada a hacerse cargo de los hijos de otros. Primero asumieron esta responsabilidad con los hermanos de él, y años más tarde se convirtieron, durante cinco años, en los padres putativos de Natalia Ramírez, una sobrina de Marta Lucía que quedó medio huérfana luego de la separación de sus papás.
“Hace poco le dio el uso que nosotros esperábamos a esos árboles que sembramos cuando llegamos acá y que ves enfrente. Echamos pica y pala para hacer ese sendero y que algún día uno de nuestros hijos se casara ahí”.
Nadie sabe para quién trabaja. Ellos labraron el sendero para el matrimonio de su sobrina, y hace ya mucho tiempo Álvaro participó en la restauración del Palacio de Nariño, cuando aún no era la residencia presidencial. A lo mejor, sin saberlo, también en ese, su primer trabajo grande, estaba poniendo más que un granito de arena para que su mujer llegue a donde quiere estar. A lo mejor allí, en Palacio, María Alejandra pueda volver a recrear siquiera uno solo de esos domingos de boleros con sus papás, leyendo frente a la chimenea en un silencio de comunicación perfecta.