La familia Santos Rodríguez: “Espero que ninguno de mis hijos siga mis pasos”

Desde que su papá decidió dedicarse a la vida pública, la familia del presidente ha estado expuesta al escrutinio permanente. ¿Pero cómo transcurre su vida cuando los reflectores se apagan?
 
La familia Santos Rodríguez: “Espero que ninguno de mis hijos siga mis pasos”
Foto: Archivo particular
POR: 
Pilar Calderón

En septiembre de 2012, María Clemencia Rodríguez de Santos estaba de vacaciones con sus hijos cuando sonó el teléfono. Era su marido, el presidente de la república. “Tengo que contarte una cosita”, le dijo. Fue entonces cuando la palabra “cáncer” entró al entorno de la familia. Como resultado de un chequeo regular, al primer mandatario le habían encontrado un tumor en la próstata. Los días que siguieron fueron –como los de todos aquellos que han tenido que enfrentar ese monstruo aterrador e incierto– de angustia y preocupación. La noticia estremeció a la familia y pronto conmocionaría también al país.

El soldado Esteban Santos estaba en la cafetería de la Escuela de Lanceros cuando en la televisión vio a su papá y su mamá hacer públicas las malas nuevas. “Me puse a llorar”, recuerda. En ese momento sus compañeros de servicio militar se dieron cuenta de que la familia de Esteban era como cualquiera otra y lograron sobrepasar la barrera que inconscientemente habían puesto para acercarse a él. “Todos se solidarizaron conmigo, incluso a los que no les gustaba mi papá”, cuenta emocionado.

El cáncer ha sido solo uno de los muchos episodios complejos que la familia presidencial ha tenido que vivir desde que llegó al Palacio de Nariño en 2010. Las paredes de este palacete –casa de todos los presidentes desde Julio César Turbay– han sido testigos mudos de muchos sabores y sinsabores que han puesto a prueba la capacidad de los Santos Rodríguez para unirse a la hora de afrontar dificultades. “Fue muy difícil para mis hijos –reconoce el presidente–. Pero también una lección de vida, de las muchas que hemos aprendido”.

La casa Santos Rodríguez

El área donde el primer mandatario vive con su familia está ubicada en el tercer y el cuarto pisos de la edificación. La zona social de la residencia es amplia y dista de ser ostentosa. Los muebles de estilo y las grandes obras de arte están reservados para los salones del Palacio. A los espacios, en los que se mezclan lo clásico y lo moderno, cada primera dama ha tratado de imprimirle su sello particular. “Muchas cosas personales viajaron con nosotros”, dice la primera dama. Los dos cuadros de Maripaz Jaramillo, que reciben a los visitantes al salir del ascensor, lo constatan. Uno es del presidente Eduardo Santos –tío abuelo del actual presidente– con su esposa, el día de su posesión, y el otro, una versión similar, pero del presidente Juan Manuel Santos.

Sobre la mesa principal de la sala, una enorme caja en forma de libro que contiene una edición especial de Cien años de soledad, editada por Norma y con grabados de Pedro Villalta Ospina, es la protagonista. Fue el regalo que el presidente Santos y su esposa entregaron a los mandatarios que asistieron a la Cumbre Iberoamericana de Cartagena en 2012. Los libros fueron dedicados y autografiados por García Márquez, un regalo único que tras la muerte del nobel adquiere todavía mayor valor.

Los libros que tapizan las paredes delatan las preferencias del presidente: historia, biografías y toda la obra de Churchill. “A Abraham Lincoln le he seguido varias fórmulas políticas como la de gobernar con los rivales”, me revela mientras vamos recorriendo uno a uno los estantes. “Y Churchill tuvo momentos muy difíciles y derrotas muy grandes, pero siempre se levantaba y seguía. Para mí eso ha sido un gran ejemplo”.

Entremezclados, se encuentran fotos y objetos con un gran significado familiar, como un quitapesares –réplica de la familia el día de la posesión, minuciosamente elaborada en tela– que sus hijos le regalaron a Tutina con un mensaje el Día de la Madre, como muestra de apoyo incondicional: “Cuéntanos tus problemas y nos encargaremos de resolverlos. Nada es más fuerte que aquello que nos une como familia”.

Desde otro estante, un colorido Pepe Grillo lo observa todo. Es la voz de la conciencia, un regalo que esta vez la primera dama le hizo a su familia como símbolo “de claridad, de conciencia, de obrar bien, buscar el bien y hacer el bien”.

Contiguo al gimnasio donde el presidente se ejercita todas las mañanas, pequeños marcos blancos, cuidadosamente dispuestos, recorren la carrera política de Juan Manuel Santos en caricaturas, recortadas religiosamente por Tutina durante varias décadas. “Las convertí en libros y le tengo uno guardado a cada uno de mis hijos”, cuenta ella. “Y a mi primer nieto hombre le coleccioné el álbum de este mundial, para que se acuerde que después de 16 años, la Selección Colombia volvió a un mundial durante el gobierno de su abuelo”. Y es que así es Tutina: cálida, detallista, dedicada a su familia y sobre todo a hacer posible que su marido pueda ser presidente de la república sin que la vida familiar se altere demasiado.

La familia y las mascotas

Aunque los Santos conservan su apartamento en el norte de Bogotá y a veces se quedan allá, la vida cotidiana transcurre en este espacio, donde han aprendido a convivir con tres Rositas, Marina, Néstor y Luis Antonio –que los atienden con prudencia y dedicación diariamente– y un centenar de personas encargadas de su seguridad personal, que son ya parte de la familia. “Crecí con ellos –dice Esteban que tenía 12 años cuando su papá fue ministro de Defensa. Son mis amigos, nunca nos sentimos invadidos por ellos”. “Les estamos muy agradecidos”, agrega María Antonia, a quien más de una vez han visto llegar a una hamburguesería a pedir comida para ella y para todos.

Julio y Nicanor, un bulldog francés y un pug, se encargan de cambiarle el ceño al presidente y de entretener a la familia con sus diabluras. Julio aprendió a escaparse por las ventanas de Palacio y más de una vez ha tocado buscarlo a través de las cámaras de seguridad.

A pesar de haber sido educados bajo el mismo techo, los tres hijos son muy distintos. Martín, de 25 años y el mayor, es psicorrígido, perfeccionista y organizado, como su mamá. Estudió Derecho en la Universidad de los Andes y trabaja en Miami en una fundación de emprendimiento social, a través de la cual mejicanos y colombianos invierten en proyectos de alto impacto. Es al que más le gusta la política y, aunque descarta seguir los pasos de su papá, pidió una licencia para acompañarlo en la campaña a recorrer el país.

María Antonia, con 23 años, es la pila de la familia y la adoración de su papá. “Siempre fue la mejor estudiante y en el colegio nos hacía quedar mal a Esteban y a mí”, cuenta Martín. Estudió Neurociencias en la Universidad de Brown, trabaja en una compañía de neuromarketing en Bogotá, y es la contraparte intelectual del presidente, con quien debate permanentemente sobre distintos temas, excepto política. “Tiene un carácter fuerte, pero me encanta que sea contestataria y que no trague entero”, dice el presidente con orgullo. Con Tutina también tiene una relación muy especial. “Somos las dos niñas de la casa, nos apoyamos mucho y nos aliamos cuando pensamos diferente a los hombres”, anota María Antonia.

Esteban, con 20 años, es el consentido. Sencillo y despreocupado, como él mismo se define, estudia Políticas públicas e Historia en Estados Unidos. “Es muy ecuánime y amoroso, un ángel”, asegura María Antonia, a cuya admiración se suma la de Martín: “Tuvo el coraje de renunciar por un año a la vida cómoda y prestar el servicio militar. No sé si yo hubiera sido capaz”, dice con franqueza. Esteban lo tenía claro desde las épocas en que su papá era Ministro de Defensa.. “Tengo una repisa con pañoletas de los batallones, monedas, boinas de lancheros… Nadie entendía que cambiara el Palacio de Nariño por un catre en un batallón, pero yo quería vivir esa experiencia y fue la mejor decisión de mi vida”, anota.

Pocas veces están juntos, pero son muy cercanos, chatean a diario, llaman con frecuencia a su mamá y con su papá se cruzan mensajes permanentemente. Su vida cotidiana transcurre con los problemas y vicisitudes de cualquier familia. “Sin embargo –dice Tutina– están más expuestos que los jóvenes normales y no me refiero a la seguridad, sino a sus vidas personales. Tienen que tener actitudes y comportamientos más responsables y es más costoso equivocarse”. La fragilidad de su intimidad quedó demostrada hace unos meses cuando interceptaron los correos personales de la familia. “No tenemos nada que esconder, pero que nos infiltren los correos y las llamadas es inaceptable”, dice Martín con evidente molestia.

En estas circunstancias particulares, educar hijos bajo la mirada del público ha sido un gran desafío. “Tratamos de garantizarles que estuvieran tranquilos. Que así su papá no fuera, había vacaciones y si no podía ir al colegio, yo iba. Mis hijos no sienten ausencia de papá. Aprendieron que el tiempo con él es sagrado, corto o largo, y las herramientas que les hemos dado no son diferentes de las de otros padres, lo que cambia son las circunstancias”, explica Tutina.

Se aplazó la rumba

Como en muchas casas en las que el papá tiene un trabajo absorbente, en la de los Santos la mamá lleva las riendas de la vida cotidiana. “Hago mercado como cualquier ama de casa, ¡me encanta!”, dice Tutina riéndose. Más estricta que el presidente, a quien sus hijos califican de “relajado”, ha sido la encargada de los permisos y de que sus hijos marchen. “Todos han rumbeado, pero por las circunstancias les ha tocado ser más responsables. A Esteban le tocó la peor parte. Entre los 12 y los 16 años su papá era MinDefensa, cuando llegó a los 18 estaba de presidente, y después se fue al ejército. Así que la rumba se le ha ido aplazando”, precisa Tutina

Como en muchas familias, el día de encuentro es el domingo. Desayunan juntos, en el cuarto de sus papás, algunas veces salen a comprar pan de chocolate en los alrededores de Palacio (Santos es un chocoadicto), María Antonia y el presidente hacen ejercicio –afición que comparten– y luego pasan buena parte de la mañana en un debate que suele ser motivo de discordia familiar: qué pedir para almorzar. “A mi papá y a Esteban les gusta el sushi y a mi mamá y a mí, lo típico. María Antonia es la que inclina la balanza”, relata Martín. Por la tarde usualmente se quedan en la casa con los perros y ven una película.

“A veces tenemos diferencias de opiniones –dice María Antonia– pero no grandes conflictos. Mi papá es muy tranquilo y los problemas siempre los resolvemos con diálogo. No es gratuito que esté buscando la paz para el país. Es un conciliador”. Y es que una de las mayores virtudes del presidente –según sus hijos– es la serenidad; nada le quita el sueño y siempre piensa con cabeza fría. “Es el cerebro de la familia, y mi mamá, el corazón”, señala Martín.

A pesar de que no falta quien se acerque a ellos buscando algún beneficio, sus amigos son los de la vida. “Tengo buenos amigos, pero nunca he sido de verme con ellos todos los días, y ahora menos porque no tengo tiempo”, dice el presidente. “Pero cuando nos necesitamos ahí estamos”. Los de sus hijos   –la mayoría del colegio– también son incondicionales. “Ni mis amigas han cambiado conmigo ni yo con ellas”, anota María Antonia, la única ennoviada desde hace varios años. Para Martín, el más noviero de los tres, el tema sin embargo no ha sido fácil. “Cualquier niña que salga conmigo sabe que va a estar observada, entonces muchas se alejan. A otras, supongo que les parece chévere salir con el hijo del presidente, pero sigo soltero”.

Bajo el escrutinio público

Vivir bajo el escrutinio público ha marcado, sin duda alguna, la vida de los Santos Rodríguez. “Me siento como una tortuga que solo a veces se atreve a asomar la cabeza y salir de su caparazón”, narra María Antonia, quizás la más sensible en este terreno. “Cuando llegué de Estados Unidos me bajaba del carro con la cabeza baja, sentía las miradas de la gente pensando que me creía gran cosa. Nada produce más inseguridad. Hasta que me dije que no estaba haciendo nada malo, así que no tenía por qué avergonzarme”. El presidente es consciente de lo que esto ha representado para sus hijos: “Es uno de los precios más altos que se pagan en la vida pública”, dice.

Fue precisamente esa permanente mirada de los otros, en muchas ocasiones perversa y maliciosa, la que produjo el episodio que más dolor y rabia ha causado en la familia: el video grabado durante el lanzamiento de la campaña en Barranquilla, en el que el presidente sufre un percance de incontinencia urinaria, secuela de su operación de cáncer. La rabia llegó primero, luego la indignación y la impotencia, y María Antonia fue la más golpeada: “He sido muy fuerte cuando le dan palo a mi papá, pero que lo tocaran en las fibras más íntimas me destrozó. Me desmoroné y lloré sin parar. Fue un golpe demasiado bajo”. El episodio fue una dura prueba para el temperamento sereno del presidente, pero terminó por mostrar su lado humano. “La gente entendió que es una persona como cualquier otra”, destaca Esteban.

Los Santos coinciden en que lo más enriquecedor de la Presidencia ha sido la oportunidad de recorrer el país y conocerlo a fondo, lo cual les ha permitido aprender más que en cualquier universidad. “Lo malo –dice Esteban– es que te juzgan permanentemente, sin saber. Cuando presté servicio militar muchos dijeron que era para ganar votos”. Y es que la especulación de la gente en este terreno ha sido insólita. A Martín, en la universidad llegaron a reclamarle porque –según algunos– había hecho bloquear todos los celulares para que el suyo funcionara mejor.

Una piel dura de roer

Todos estos episodios han curtido a los Santos Rodríguez y han aprendido a cubrirse con una piel muy dura que, sin embargo, algunos han logrado vulnerar. Las críticas del lado del expresidente Uribe y particularmente las de Francisco Santos, primo hermano doble del presidente, han dejado en ellos un sabor amargo. “No entiendo cómo las ambiciones personales se sobreponen a la familia. Todos crecimos juntos”, se pregunta María Antonia. Para Martín la razón es evidente: “El poder seduce, embriaga y hace a la gente prisionera de él. Por él se terminan las amistades, las relaciones profesionales y las familias”.

Es por eso, quizás, por lo que ninguno de los Santos Rodríguez quiere hacer política. “Espero que ninguno siga mis pasos”, dice tajante el primer mandatario. “La vida pública es aún más difícil para el hijo de un presidente”. Y es que estos años han representado crecimiento y aprendizaje, sin duda alguna, pero los tragos amargos han dejado cicatrices. “Me siento culpable cuando sufren por las críticas que me hacen a mí o a ellos, que no tienen nada que ver. Definitivamente el poder saca lo peor de la condición humana. Lo estamos viendo en esta campaña”, agrega.

También para él, la Casa de Nariño ha tenido un costo. “Eso de la soledad del poder es cierto”, me dice en tono de reflexión. “Las decisiones difíciles solo las puede tomar uno y hay que asumir sus consecuencias”.

Las encuestas muestran que en esta oportunidad ganar no será tan fácil, lo cual naturalmente lo inquieta, pero –según dice– no tanto como la gente cree. Tanto él como su familia confían en que los electores apoyarán su gestión y la continuidad en el proceso de paz. “No tenemos miedo de perder. Mi papá nos ha enseñado a no dejarnos afectar por eventualidades. Pase lo que pase, seguiremos estando juntos”, concluye Esteban, quien quien regresará a Colombia en los primeros días de mayo a unirse a la campaña. “Y si pierde, el 8 de agosto estaremos todos metidos entre la cama viendo una película. Así es la política”.

“Espero que ninguno de mis hijos siga mis pasos. La vida pública es muy difícil  y aún más para el hijo de un presidente”. Juan Manuel Santos.

         

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marzo
11 / 2020