Gabo profesor, los secretos del premio Nobel para enseñar

El periodista y politólogo Rodrigo Pardo recuerda cómo fue su experiencia como alumno de Gabriel García Márquez en México. Archivo.
 
Gabo profesor, los secretos del premio Nobel para enseñar
Foto: Administración Nacional de la Seguridad Social/ Flickr/ (CC BY-SA 2.0)
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Rodrigo Pardo

A Gabriel García Márquez -el Gabo profesor- lo esperaban, en un patio del Museo de las Intervenciones de Ciudad de México, doce reporteros menores de treinta años y un colado que ya se acerca a los cuarenta.

Alguno trató ingenuamente de romper el hielo con un comentario obvio sobre el edificio, donde hace años funcionó un convento, pero su audacia chocó contra la primera lección: “Más bien veamos cómo se hace un reportaje”, dijo, y rápidamente entró en el salón.

Durante tres días, la conversación del profesor fue un desafío permanente a los dogmas y a las costumbres imperantes en el ejercicio del periodismo. Para empezar, ser reportero no es el primer paso en la carrera: es el último.

Gabo profesor enseña sobre la labor del periodista

El oficio del periodista, el más bello, es también el que exige mayor responsabilidad. Escribir novelas, relatar cuentos o hacer reportajes, es lo mismo: contar lo que le pasa a la gente, de una manera creíble. Detrás de cada línea, no importa que sea parte de un cuento o de un reportaje, siempre hay un hecho real. Y puesto que lo único que existe es una realidad cruda -y no el realismo mágico-, no hay que inventar nada, sino contarlo todo.

El Gabo profesor es generoso en su actitud. La sencillez del maestro le abrió la puerta a la preguntadera de sus alumnos, y sus respuestas construyeron una espiral que volvía una y otra vez a la esencia del periodismo: narrar la verdad, hacerlo bellamente y ganar la credibilidad a punta de rigor.

Cumplir esta responsabilidad significa revisar muchos valores. Dentro de esta ética que exige el más bello de los oficios.

No hay espacio para la habilidad de leer al revés el documento que un funcionario tiene sobre su escritorio, o para omitir el último dato por la presión del cierre o la tentación de la “chiva”.

La rebelión del periodista

Las palabras del maestro, pensadas y exactas, delataban que le gustaba lo que estaba haciendo. Y aunque pausado, sembró semillas de rebelión. Porque las frases del Gabo profesor fueron una invitación a una libertad que va en contravía de lo que tienen que hacer los editores.

A su manera, por eso, el maestro dejó sobre las espaldas de los alumnos la tarea de fijar los límites: “De pronto lo que hay que aprender es a no ser periodistas”, dijo.

El tiempo se agotó y los estudiantes no intentaron detenerlo. Sentían ganas de escribir, y el amor por el oficio les brotaba por los poros. Como nadie quería irse, salvo el Gabo profesor, este rompió otra vez el hielo con una última lección:

“El que se despida o se ponga sentimental no vuelve”, dijo, y salió por la misma puerta por la que había entrado tres días antes.

Iba a tomar su carro y enfrentar al volante el tráfico de la ciudad, por las vías menos congestionadas, para regresar a su casa y sentarse a escribir con la tranquilidad que hoy solo puede ofrecerle al mundo.

El artículo Gabo: el profesor fue publicado originalmente en marzo de 1997.

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mayo
16 / 2022