El taller de un diseñador valiente: Jorge Duque

Iniciamos una serie de reportajes nacidos de la inquietud por conocer y develar el espacio donde los diseñadores colombianos producen sus creaciones. El primer turno es para Jorge Duque.
 
El taller de un diseñador valiente: Jorge Duque
Foto: Camilo Rozo
POR: 
Rocío Arias Hofman

Publicado originalmente en Revista Diners Ed. 528 de marzo de 2014

“A mí solo me gusta esto”. La frase resuena desde hace meses en mi cabeza. Digamos que a estas alturas, después de haber pasado horas diurnas y nocturnas con el diseñador Jorge Duque, su afirmación se ha ido convirtiendo –como un objeto al que el tiempo no le pasa de manera indeleble- en sentencia. Puedo constatar que así es. Lo cual le añade cierto dramatismo a su aseveración.

A Jorge Duque la moda en general y su taller, en particular, lo centra y lo concentra. Es su epicentro vital. Bueno, y Santiago. Su pareja. Un fotógrafo alto, discreto, cariñoso y sagaz que vela hoy por las finanzas de la firma Duque Vélez.

La persona que lo acompaña hace casi dos manotadas de años desde que se conocieron en el restaurante Primo’s de Medellín donde Jorge trabajaba como mesero, al tiempo que estudiaba Fisioterapia con una beca lograda en el Icetex.

El secreto del taller


El taller de Jorge Duque está en una casa discreta aupada en un cerro oriental de la ciudad de Bogotá. Pertenece a un barrio llamado Chapinero y desde su terraza, abierta sobre la transitada avenida Circunvalar, curiosamente no se oye nada salvo la voz mullida del diseñador, capaz de crear y conversar de manera incansable.

Hace diez años que Jorge Duque resolvió llegar a Bogotá e instalarse en este barrio, luego de haber vivido desde 1975 –con apenas un año de nacido- en Medellín. Su nacimiento en Manizales (capital de Caldas) fue pues, mera casualidad del destino.

Nada en su taller, en cambio, resulta fruto del azar. El escueto espacio del primer piso está ocupado por lo fundamental: una mesa de corte sobre la que se acumulan patrones, tijeras, muestras textiles, alguna prenda terminada y desde luego las manos del diseñador.

Son dos palmas fornidas y trigueñas están dotadas de los usuales cinco dedos –y la huella clara de tantas horas de costura- pero capaces de hacerle torsión extrema a un cuero o de pulir meticulosamente con un par de tijeritas que cuelgan siempre de su cuello los hilos rebeldes que se desprenden de la gasa que acaba de alfiletear sobre su maniquí adorado, un Albanon 2013.

De noche, la luz es tenue y apenas se distingue tras la mesa de corte, el muro donde cuelgan sus patrones cortados en papel estraza (“esto es un pantalón y esta una manga y aquí un escote” dice como un mago encantador hacia mis ojo profanos que se esfuerzan en imaginar la prenda final).

A la derecha reposa silenciosa el lugar donde se hacen los ojales, y la máquina plana en el rincón siguiente. En el lado opuesto está ubicada la plancha colgada de un cable negro que molesta infinitamente a Jorge Duque con su bailoteo imparable mientras él se afana en mostrar cómo se debe alisar la seda.

Su asistente no está aunque suele pasar muchas horas a su lado. Tantas como demanda este oficio sin calendario.

El nacimiento de un diseñador


Su relación con la moda tiene que ver con una maleta y una máquina de coser regalada. Ah, y con la circunstancia de ser el menor de los Duque Vélez y heredar ropa anticuada, fatal seguramente.

“Los años 80, una época de mucha restricción en la que viví el gusto por las prendas a través de las maletas cargadas de ropa que traía de París una tía. Acompañaba a mi mamá donde estaban las señoras que se entusiasmaban y compraban a plazos. Thierry Mugler, Balenciaga, Nina Ricci…” recuerda el diseñador sentado en el sofá gris de su estudio-taller-vivienda.

En el segundo piso está el comedor adornado con una reproducción de puro pop-arte en el que Jorge Duque almuerza tranquilo cada día lo que cocina Santiago dedicadamente para los dos y para cualquier amigo que suele aparecer de repente.

En el tercer piso, guiados por “Libertad” el perro que los acompaña fiel, llegamos al tercer piso: una suerte de mansarda que huele a pegamento y cuero. Aquí trabaja Andrea, una entregada estudiante que está dispuesta a resolver el enigma de fabricar un zapato hasta altas horas de la madrugada.

Ganador del Proyect Runway Latin America

“Si uno no sabe para dónde va, cualquier bus le sirve. Ahora sí lo sé y no quiero tener excesos de gastos. Soy enamorado de mi taller”. Lo dice el hombre que en 2010 ganó el concurso Proyect Runway Latin America, un participante que se estaba jugando el todo por el todo en este reality al que llegó debiendo 80 mil dólares (por su proyecto de moda) y del que salió convencido que el quiebre económico no iba a poder con él.

No es difícil entender cómo se sobrepuso Jorge Duque a la adversidad y al posible estigma de darse a conocer masivamente habiendo sido un concursante. Su calma y atención por el detalle dan cuenta de su carácter meticuloso, pacífico y aguerrido.

“Tengo un grupo de amigos antropólogos, sociólogos y empresarios con los que converso y me ayudan incluso a editar la colección. Los diseñadores acabamos por enredarnos a veces en nuestro discurso y un ojo exterior puede detectar lo que sobre. Para mí una colección debe contener dosis de teatralidad, funcionalidad y estética. Sobre estos pilares me siento seguro” asegura Jorge Duque.

Inspiración matutina


Por las mañanas, el diseñador suele dedicarse a la búsqueda de materiales para su trabajo. De la calle regresa con preciosos herrajes italianos galvanizados en dorado, envueltos en papel crujiente, que acaricia amoroso y luego convertirá en sorprendentes cierres de faldas o de zapatos.

Los libros le rodean. En pequeños estantes aquí y allá de este primer piso, Jorge Duque ha ido acumulando una biblioteca admirable. Textos técnicos y estimulantes sobre su oficio que consulta sin misterio, justamente concentrado en saber más y más.

“Los nuevos diseñadores estamos llamados a jugar dominó, tenemos que saber seducir para que nuestros clientes potenciales lo consideren una ventaja” me dice sonriendo con sus ojos pequeños, risueños, convencido de la importancia de los números en su oficio.

Jorge Duque está inmerso por estos días en la concepción y producción de dos exigentes colecciones, la suya propia y la que presenta bajo la marca Pineda Covalín, que verán la luz en la semana de la moda de México, el próximo mes de abril.

Una locura creativa y física que, sin embargo, no le hace perder el aliento para sentarse de nuevo en el sofá gris de su taller y desmenuzar con preciosismo verbal los pormenores de su trabajo que –como la casa-taller- es también su vida.

El trabajo de corte

Respeto mucho el trabajo limpio, clásico. Soy muy purista. Mis líneas de escape suceden en la gama cromática, en los cortes, en la alteración de módulos para lograr volúmenes. Sin embargo siento que debo conocer a fondo la regla para deconstruirla. Para llegar ahí hay que coser de manera magnífica. El ejercicio no es al revés. Las cosas muy bien hechas son realmente un fetiche. La mística en un trabajo es lo que lo convierte en algo excitante. Para romper la norma hay que conocerla a fondo. Tú ves un saco de Margiela con las mangas deconstruidas y te das cuenta que están cortadas como por cirujano.

¿Qué es lo más difícil de su trabajo?

Se me hace muy difícil modelar. Este vestido sobre maniquí hay que desbaratarlo para verterlo sobre el papel. Soy muy tosco para manejarlo, aprendí a hacer este proceso de hacer la escala sobre papel estraza, grueso. Si hay una falla, lo veo en el momento en que lo pongo sobre la mesa. Me acuerdo, ¡ah, esta curva sí estaba sobre el maniquí! Debo quitar los alfileres sobre el maniquí para recuperar el textil. Rosita, mi asistente, me desbarata todo y me ayuda a volver a armarlo. Pero siempre me falta ver cómo se comporta el volumen.

¿Qué toma su ojo para depositarlo luego en una prenda?

Nunca me autoanalizo, no sé qué llega a mi cabeza exactamente. Pero sí se que, por ejemplo, el recuerdo de mi madre con su vestido de corazones de Nina Ricci en el Medellín de los años 80, el trabajo de corte de Oscar de la Renta, el poder de las marcas italianas, la estructura de Givenchy, el drapeado de Lanvin me despiertan mucho. Ahora, entiendo también la moda sin referencias. Para mí el asunto de fondo es lo capaz que puedo ser para liberarme: pensar, saber y crear. A veces me preocupa más ser muy sofisticado y vuelco todo eso en la calidad de los textiles, en los cortes que provienen de moldes difíciles que voy construyendo sobre maniquí.

Otras veces incorporo elementos difíciles: una llave. No se abre el vestido si se pierde la llave y la llave va colgada en un punto exacto de la prenda. Hay herrajes de cartera que traslado a cierres de faldas o a los zapatos ( Risas) El power dressing me interesa mucho. Vivo en el día a día también de mis clientas particulares, a ellas me debo y por eso busco elementos para personalizar el trabajo.

Pero es un diseñador de pequeña escala. ¿Cómo vive la angustia de la producción?

Todavía no he sido capaz de producir volumen en grande. Si me piden cien vestidos no tengo con quién hacerlo porque en Bogotá no encuentro talleres satélites de “high-end”. Me toca entrenar a personas para lograr la calidad que deseo en los terminados pero no puedo asumir los costos directos que supondría eso para mi pequeño taller. Y no doy abasto solo. Quiero una marca a futuro que viva sin mí. Así me puedo asegurar además una independencia digna. Realizar una colección me cuesta mínimo 20 millones de pesos y producirla para venta requiere de unos costos descomunales que no puedo asumir solo. De manera que salir adelante es bien difícil.

Es el tema de los creadores y su dificultad para encontrar un modelo financiero…

Las plataformas de moda dejan a los diseñadores al final de la “cadena alimenticia”. Hacemos el show para los eventos con unos costos enormes que nos dejan endeudados hasta arriba. Si existe el sponsor los beneficios no son reales pues las marcas se toman la pasarela, dan productos de esas marcas a las invitadas, ubican su logo y como diseñador acabas sustentando esa marca en lugar de que sea al revés. Cuando la realidad es que sin prendas suficientemente definidas y fuertes no hay nada. Tampoco tenemos el consumo adecuado porque si existieran los compradores efectivos en las primeras filas de nuestras pasarelas, entonces quizá me le podría medir a hacer esa inversión tremenda. Mientras tanto, esa oportunidad será solo para las marcas poderosas, con músculo financiero. Ahora, también espero que surja un sponsor que quizá respete mi marca por encima de todo y entonces compense hacer el esfuerzo. Lo mejor es tomar distancia. La realidad es que yo quiero cumplir con tener mis colecciones listas en los eventos de calendario de moda.

Pero hay piezas en cada colección suya que son puro capricho…

La mayoría de las piezas que presento en pasarela las vendo, alguna es imposible. Lo sé. Por ejemplo, esta de sarga contiene una fibra muy larga con la que logro un efecto magnífico desde el punto de vista editorial pero que no resiste más de una presentación. Sucede con los brassieres inspirados en cananas de mi nueva colección inspirada en el mundo militar. La moda tiene capacidad para movilizar fenómenos mundiales y las colecciones las concibo así.

¿Cómo vende sus piezas, ha ido descartando obsesiones comerciales?

Quiero expandirme, claro está, más allá de este taller pero mantener almacén en Bogotá es complejo porque no me dan los números. No quisiera tener encima ese costo. En cambio voy a estar en un corner en el Soho en Nueva York. Desarrollo trabajos alternos: asumo la dirección creativa de colecciones de Pineda Covalín México; me convirtieron en mentor del proyecto Runaway Latin America, le desarrollo a Pat Primo colecciones para que sus compradores puedan apreciar hasta donde pueden llegar con su amplia oferta textil. De esta manera puedo mantener el taller vivo, mantener una meta de ahorro, producir colecciones con sostenibilidad. Pero no me puedo permitir que el flujo de caja provenga de una tienda. Al revés, la tendré cuando pueda subvencionarla. Por ahora, envío por DHL vestidos a Chile, México, Panamá y me consignan en mi cuenta. Este taller cuenta con tres personas y estamos, por fortuna, en cero. Así podemos funcionar sin angustia.

¿Cuántas horas trabaja?

No sé. Hay días en que estoy quince horas seguidas cosiendo. O paso muchísimas horas haciendo bocetos a mano. Luego viene Andrea, mi asistente en el taller de marroquinería y me muestra la evolución de nuestras hormas de zapatos. Elijo textiles, los pruebo sobre mi maniquí y comienzo a alfiletear el encaje, el crêpe, la seda, el algodón, a forzar las pieles para hacer cinturones, a imaginar las botas convertidas en largas polainas. El tiempo no pasa, sucede simplemente. Salgo a la terraza y converso.

¿Y qué sucede con los precios?

La gente cree que soy costoso y no es verdad. Quiero demostrar que un vestido en Colombia bien hecho y exclusivo no tiene por qué ser exorbitante en precio. Necesito que mis clientas fluyan y que se vuelvan adeptas a la marca. Mis vestidos cuestan 1.5 millones de pesos, las chaquetas son de 300 mil pesos. No quiero llegar a la categoría deluxe. Si la prenda luce linda, moderna y contiene todos los criterios estéticos y de calidad, entonces a las mujeres les encanta. Así gastan y no están haciendo una inversión. Quiero tener una marca aspiracional. Deseo que DuqueVélez sea deseable y además asequible. Mi producto tiene que ser muy competitivo en este segmento, seductor y comprable. No quiero que la gente venga con cita, sino por ocasión. Es decir, la clienta tiene cierta plata disponible, se acuerda de mis piezas, viene y las compra aquí mismo. Ese es el momento de la moda: cuando lo que concebiste, le gusta a alguien y además se lo vendes.

La moda es una secuencia imparable que solicita y aspira colecciones de moda en dos  temporadas al año, incluso con colecciones dirigidas a mercados muy distintos (ready to wear, haute couture, etc..). Satisfacer este gran monstruo es la pesadilla y el motor en simultánea del quehacer de los creadores de moda. Jorge Duque tiene en la mira esta exigencia aunque viva en un país tropical ¿Cómo será la próxima colección?

Un mundo militar (proviene de la posguerra civil española) para la colección otoño-invierno 2014: abrigos, brassieres como cananas, encajes como representación del poder oculto bajo el verde militar de las prendas externas, botas como polainas y chaquetas de bolillos. Mi expresión plástica debe ayudar a la femineidad y colaborar con lo que está sucediendo en el mercado. Así satisfago mis caprichos estéticos pero pienso siempre en la mujer contemporánea que quiere mostrar y ocultar. La paleta de colores es gris basalto, crudo, gris perla, verdes, plata y está compuesta de muchos elementos superpuestos que recurren a ese poderío silencioso, acallado pero presente. Algo real, mortificante para muchos pero una salvación para otros porque se permiten expresarse libremente en un ambiente de represión.

El armario secreto de Jorge Duque se abre sorpresivamente como una suerte de premio en un momento del recorrido. Una suerte de concesión íntima. Es un espacio reducido donde se aprietan los ganchos y las prendas. Un lugar del que es preciso sacar algo concreto para elevarlo bajo la luz amarilla del techo y entender que el diseñador se juega la piel en cada prenda acometida.

Esta falda es  un pencil (entallada). Este vestido tiene un aire “sado” importante. Mira este vestido de malla. Esto es ciento por ciento piel, se adhiere al busto y por detrás se cierra como una chaqueta americana. Aquí está Perséfone en el algodón de un vestido amplio que envuelve el cuerpo.

La ortopedia no ha sido solamente parte de la formación inicial de Jorge Duque como fisioterapeuta, sino que incide en su trabajo físico cuando al volver manual sus propuestas debe hacerse entender con su equipo más cercano:

Aquí tengo férulas profesionales con las que he ido desarrollando piezas. Arneses en cuero dorado con hebillas galvanizadas para la espalda. Inmovilizadores dinámicos de dedos que se vuelven un accesorio como guantes fucsias, por ejemplo. No me cuesta nada volver a la fisioterapia en ese sentido. Pero mi vocación verdadera está en la moda.

En el tercer piso de esta vivienda-taller se encuentra el taller de marroquinería y zapatos de DuqueVélez. Antes de llegar a él, hay que subir unas escaleras empinadas que inician justo al lado de los fogones de la cocina. Es inevitable sentir que la puerta de “Alicia” se abrió de alguna manera.

Desarrollo el molde de cada zapato que imagino sobre la pasarela en mi taller y lo concibo trabando mi propio pie, el de Santiago o el de mis asistentes del Sena que me producen luego el zapato como tal. Recubro el pie con cinta como si estuviera haciendo una inmovilización con venda. Luego desprendo esa cinta, se pasa a plano el molde resultante, tengo cuidado de respetar el eje, los dedos, calculo el escote… Ahí sí lo escalamos para hacer la talla, compramos material en el barrio Restrepo y luego los montamos. ¡Y ya!

Los materiales tienen permiso para ingresar en el espacio de Jorge Duque sin apenas pedir permiso. Mientras no sean pieles exóticas, el diseñador no tiene problema en ensayar uno y otro hasta lograr resultados personales para su marca.

Estoy trabajando con bambú, es materia quebradiza, quizá no tan firme como el algodón pero tanto el bambú como el lurex son una maravilla porque son frescos, livianos y muy agradables para estar en contacto con la piel. Por eso forro con ellos mis prendas, como este impermeable dorado. El PET es ecológico y maleable. La seda es mágica. El terciopelo es voluble, maravilloso.

Las tallas, qué problema en el diseño en Colombia. Exige honestidad por parte del diseñador y por parte de la clienta.

Los diseñadores estamos obligados a desarrollar las prendas hasta las tallas que estas piezas permitan y a utilizar maniquíes de prueba actualizados. Por otro lado, encuentro en clientas de alto poder adquisitivo que compran vestidos, carísimos, mal aplicados en una talla y parecen alquilados. El principal problema que puede tener una mujer es que no se auto-reconoce y se quiere meter a la brava en un vestido. A veces, los que cosemos podemos abolir pinzas y godets, afilar los escotes para evolucionar la prenda y ofrecerla en el mundo comercial pero sería absurdo desdibujar una silueta iniciar si no sirve para crecer en talla. Quiero conseguir para mi taller un nuevo maniquí profesional Albanon con piernas que vale US$ 3.000.

En varios racks en el taller cuelgan indolentes abrigos, faldas y vestidos que se balancean esperando algún tipo de señal. Son prendas que pertenecen a colecciones pasadas y no por ello son obsoletas. Sin embargo, perturban de alguna manera al diseñador. ¿Qué sucede con las prendas una vez elaboradas?

Una vez en pasarela, hechas y visibles, ya están. No necesito verlas mucho más tiempo. Prefiero que sean vestidas, que se vayan de alguna manera. Debo reinventarme de nuevo. Solamente conservo algunas, como las que hice con los textiles artesanales colombianos que me elaboró especialmente la firma Hechizoo de Jorge Lizarazo para mi presentación final en el Proyect Runaway Latin America. Fueron piezas únicas, tan impactantes que nunca las voy a poder vender. Están ahí, recordándome el poder del fique, de la plata, de nuestra cultura indígena…

         

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febrero
12 / 2020