Lombana VS Granados: dos penalistas en el ring jurídico

Aunque se han enfrentado durante el proceso que trata de esclarecer las circunstancias por las que murió el estudiante Luis Andrés Colmenares, los abogados Jaime Lombana y Jaime Granados tienen varios puntos en común.
 
POR: 
Hugo Chaparro Valderrama

Publicado originalmente el 19 de diciembre de 2012

Sus oficinas respiran el ritmo vertiginoso que les permite un país donde abunda el crimen. Son dos personajes emblemáticos de un territorio donde el miedo se expresa con ejércitos de escoltas. Han defendido a un personaje tan polémico como el expresidente Álvaro Uribe. La prensa tiene sobre ellos un ojo vigilante al mismo tiempo que los ha convertido en protagonistas de la justicia como espectáculo noticioso. En las pesadillas de la historia reciente del país su presencia ha sido frecuente en los estrados judiciales en casos como el del almirante (r) Gabriel Arango Bacci, en la demanda que presentó Jaime Granados en contra del exalcalde Gustavo Petro por pánico económico o en el caso del hijo de Uribe, Jerónimo, en el que Lombana lo representó contra Nicolás Castro por la creación en Facebook del grupo “Me comprometo a matar a Jerónimo Uribe”.

La energía de Lombana no desmiente su pasado como basquetbolista. El manejo del idioma y la precisa elocuencia que tiene Granados sugieren su pasión por la lectura. La imagen pública de dos combatientes jurídicos, defendiendo de manera enfática sus puntos de vista a través de las discusiones que ha transmitido la radio, desconcierta cuando en sus bufetes pueden ser tajantes pero afables como Lombana o lucir el tono de velocidad verbal de un abogado con la apariencia gentil de un catedrático que sabe ser cauteloso como Granados. Me sugieren la imagen de dos samuráis jurídicos con trajes de ejecutivos. Dos guerreros que han forjado su temperamento en un campo de batalla como el derecho penal. En la geografía del Sagrado Corazón de Jesús donde el poder tiene en Lombana y Granados a dos penalistas que saben cómo actuar de una manera implacable para defender a sus clientes o acusar a los que consideran culpables.

La expresión de Lombana tiene el brillo de la inteligencia rápida cuando asegura que “no estoy enemistado con Granados, pero simular que le tengo simpatía o respeto sería una gran hipocresía”. El detonante para su respuesta es el caso Colmenares, ante el que Granados se muestra prudente y recuerda que tiene una restricción por órdenes judiciales para referirse a él. Las paralelas se encuentran de nuevo cuando le pregunto a cada uno en sus oficinas sobre la esperanza que tienen ante un país tan violento y desalmado como sugiere la historia reciente de Colombia.

Acerca del futuro que desean para sus hijos, Lombana admite una tregua al vigor que define su carácter cuando recuerda que sus enemigos envenenaron con arsénico el perro de su hijo de once años. Fue una señal con la que le demostraron que no estaba tan blindado como podría suponer. Granados baja la voz. Prefiere dejar el tema familiar aparte de la conversación por prudencia y porque no le interesa involucrar su vida íntima con la pública, aún menos cuando son posibles las amenazas.

Si Lombana se considera “un peleador”, Granados parece un observador que mide el territorio antes de aventurarse con la astucia de su oficio. El estilo puede ser distinto, pero ambos logran una contundencia similar: Lombana vs. Granados constituye uno de los más llamativos carteles en el ring del pugilato jurídico y el combate ha hecho de la prensa un jurado paralelo que ha seguido su desempeño en un país descompuesto. El diagnóstico de Lombana y Granados para definir el malestar que trastorna a Colombia obedece a la degradación de la vida nacional por la ansiedad desmedida de lucro. Por una actitud política que para Granados “ha hecho del terror un arma para el poder”.

Con su tesis doctoral, titulada “Corrupción, cohecho y tráfico de influencias”, Lombana quiso demostrar que en Colombia no hay una cultura fiscal a causa de la corrupción. Con “El delito político”, Jaime Granados se graduó en la Universidad Javeriana la noche del 6 de noviembre de 1985, cuando se recrudecía la toma del Palacio de Justicia en Bogotá. En su tesis analiza cómo los delincuentes políticos tienen que ser tratados en las mismas condiciones que cualquier otro ciudadano. Una ilusión que no se cumple del todo cuando el poder sabe cómo, por qué y, sobre todo, para qué logró escalar posiciones en un país donde es criticado y temido.

Preparados para litigar, Lombana y Granados han demostrado su sagacidad para cruzar con destreza los laberintos políticos. El hecho de compartir la defensa del expresidente Uribe y enfrentarse por el caso Colmenares no es del todo paradójico. Explica los matices de una profesión alrededor del crimen, que durante un proceso se pueden presentar como una trampa capaz de vulnerar la justicia.

¿Cuál la explicación doméstica de la maldad? Para Lombana es la corrupción y la impunidad. Para Granados es una condena que se debe tal vez a nuestra estructura genética o nuestra formación sicológica luego del narcoterrorismo y las masacres de paramilitares y guerrilla. Ambos han conocido al monstruo por dentro. Saben que el delirio por conseguir riqueza degrada las relaciones y se transforma en violencia.

Tienen cincuenta años de edad. En medio del caos que vive Colombia, Lombana está convencido de que ser feliz cuesta muy poco. Granados recuerda otra época, cuando pesaba 78 kilos y no tenía canas. “Hoy, con 70 kilos de más, muchas canas y treinta años de experiencia, mi idea es que el derecho sea el instrumento para lograr un orden justo”, asegura.

Lombana admite una tregua al vigor que define su carácter cuando recuerda que sus enemigos envenenaron el perro de su hijo de once años de edad con arsénico. Fue una señal con la que le demostraron que no estaba tan blindado como podría suponer.
Granados baja la voz. Prefiere dejar el tema familiar aparte de la conversación.

No deja de sorprender que dos abogados con una larga carrera asumida de manera vehemente adopten un tono romántico, años después de que Lombana cambiara las canchas de basquetbol por los códigos o que Granados, luego de pasar su juventud leyendo libros de historia y filosofía, decidiera sumergirse en una aventura mucho más riesgosa como el derecho penal. En un país donde la corrupción, según Lombana, va unida a la sangre. En el que no es imposible preguntarse cuánto trabajo necesita la justicia para enseñar la verdad cuando a Salvatore Mancuso lo aplauden en el Congreso de la República.

         

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