100 años de Álvaro Mutis, el escritor que jamás envejece

Ramón Cote Baraibar
Las cábalas de Álvaro Mutis
A primera vista su sentido de la amistad no tiene límites. Pero el que cometa la imprudencia temeraria de pronunciar el nombre de alguno de los autores vedados por su temible inquisición, de decir la palabra “vivencia” o de tararear alguna canción de Julio Iglesias, puede dar por cancelado con una atronadora desaprobación lo que parecía el ingreso a la eternidad.
Un súbito ataque de epilepsia, un desencajamiento progresivo de su mandíbula, acompañado de una sudoración excesiva, serán los primeros síntomas de su latente desaprobación.
Cuando está en vena y la compañía es apropiada, la exageración es su fuerte. Sus frases lapidarias destrozan a sus odiados o establecen una alabanza con sus predilecciones que no dan pie a interrupción.
Pero así como son de cáusticos sus comentarios, de letal su veneno, son de prolongados sus arrepentimientos. Como un flagelante encapuchado pasa días enteros sumido en la desgracia de lo dicho, castigándose por su imprudencia.
Un hombre agradecido
Quienes lo han acompañado en sus peregrinaciones saben de sobra que Álvaro Mutis camina con un sentido ritual: con una devoción absoluta regresa a sus lugares, cargado de agradecimiento.
Cada uno de los muelles, librerías, esteros, fondas, ríos, que forman su obra, son una constante y minuciosa retribución, y cada una de sus palabras, una revelación compartida.
Se podría decir mucho de sus oficios y peripecias, pero basta leer el admirable texto que García Márquez escribiera con motivo de la celebración de sus 70 años, para darse cuenta de lo desmesurado de su vida.
Un guía atónito de la cultura
A la pregunta ya obligada del próximo paso en falso de Maqroll, pocos, sin embargo, lo han interrogado por otras de sus pasiones paralelas: la música y la pintura.
Su memoria prodigiosa emitida por una voz que hace temer a los propietarios de las casas por la cristalería y por las lámparas, gracias al desenfrenado movimiento de sus manos, sacude con datos y precisas observaciones el mobiliario más rústico o el más selecto.
Mutis no se queda en un compositor o en un pintor. Al contrario, su conocimiento, que ha sabido convertir en intensidad, lo conduce a establecer relaciones siempre reveladoras, y una compleja red de nombres y lugares, alejada de toda improvisación, sirve de guía al atónito observador para que inicie, más tarde, ese mismo viaje.
Todo un bromista
Sus más cercanos amigos no han escapado al látigo de sus bromas. En el descanso del rodaje de una película, Mutis le propuso a don Luis Buñuel que tomaran el aperitivo. Estando ya en el bar, una ruidosa docena de niños se abalanzó con lápiz y papel a pedir el consabido autógrafo.
Buñuel, sonriendo y con la condescendencia propia de estos momentos, sacó su pluma, pero le dijeron que no era él el elegido, sino su compañero a quien dirigían sus peticiones. Una vez acabada la ronda, Buñuel le manifestó entre triste y confundido su perplejidad. Para no alargar su padecimiento, Mutis le confesó, entre carcajadas, cómo previamente se había encargado de pagar a los muchachos.
Un escritor colombiano que merece más reconocimiento
Y como la perversidad suele ser recíproca, Mutis también ha sido blanco de sus bromas. Un grupo de jóvenes poetas mexicanos inventó que en 1982 Jorge Luis Borges, muy enfermo, con débiles síntomas vitales, preguntó a uno de sus allegados:
“Contáme, che, a quién le dieron este año el Nobel”. Y el más próximo a su cama contestó: “Borges, se lo dieron a un colombiano”.
Y el autor de El Aleph, ya moribundo, con voz entrecortada, dijo: “Qué alivio, al fin se hizo justicia con el bueno de Mutis…”
Acostumbrados como estamos a que la invención supere la realidad y la transforme, todos los que queremos y admiramos a Mutis sabemos que esta broma se cumplirá algún día.
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El artículo Álvaro Mutis, el escritor que jamás envejece fue publicado originalmente en Revista Diners de agosto de 1997