“Nadie sabe definir la inclusión con exactitud”, Aldo Ocampo González en FILBo
Adrián David Osorio Ramírez
El diccionario de la Real Academia Española define inclusión como la “acción y efecto de incluir”. El término, que en nuestros días es muy utilizado para referirse a poblaciones minoritarias, surgió en la década de 1990 como un concepto teórico de la pedagogía.
Desde entonces, la educación inclusiva ha sido materia de estudio e investigación. Para la Unesco , este concepto consiste en “el proceso de identificar y responder a la diversidad de las necesidades de todos los estudiantes a través de la mayor participación en el aprendizaje, las culturas y las comunidades”.
En el marco de la Feria Internacional del Libro de Bogotá, FILBo, el teórico, ensayista y crítico educativo Aldo Ocampo González lideró conversaciones alrededor de la necesidad de una educación inclusiva en Colombia y en Latinoamérica.
El chileno es el director del Centro de Estudios Latinoamericanos de Educación Inclusiva (CELEI), “un espacio para el pensamiento crítico y la transformación de la educación inclusiva. Concebida esta, como una estrategia audaz que desafía a la educación global e imagina de un modo diferente la construcción de otro mundo de posibles”.
Durante el evento, que este año se realiza en un formato híbrido, Aldo Ocampo González participó en charlas como Aulas incluyentes, Educación lectora y justicia social, y Los retos de la lectura fácil. Con Diners conversó sobre el sentido de la educación inclusiva y su incidencia en Colombia.
Quiero comenzar por preguntarle… ¿educación inclusiva o incluyente?
Uno de los problemas epistemológicos que tiene la inclusión es que nadie sabe definirla con exactitud. Eso demarca un problema teórico pero a su vez político. Estos calificativos de alguna manera tienen el mismo uso y una cuestión retórica, no sintáctica, por lo que podríamos denominarla inclusiva o incluyente.
Lo que habría que pensar más complejamente es que cuando quitamos el calificativo del sintagma nos topamos con dos cosas. La primera es que hay una recuperación de acciones que son inherentes a la educación, como el respeto por la diferencia y la construcción de espacios de justicia.
Sin embargo, cuando examinamos qué hay en el calificativo de inclusivo nos damos cuenta de que estuvo presente en muchos proyectos de conocimientos en resistencia como el feminismo, la interseccionalidad, la descolonialidad y la multiculturalidad.
Estos proyectos no se denominaron inclusivos pero sí tienen las mismas luchas. Entonces lo interesante es que el calificativo no nos hace pensar en acciones que son inherentes a la educación pero que de alguna manera son producto de un proyecto neoliberal que regula nuestra subjetividad. Y los sistemas educativos han sido cómplices.
Aldo, ¿cómo llega usted a interesarse en la educación inclusiva?
Siempre, por alguna razón, estaba interesado en lo que comúnmente a los otros no les interesaba. Cuando estaba en la universidad tenía asignaturas que me parecían muy tradicionales y no nos hablaban de inclusión.
Pero cuando llegó el momento de hacer mi tesis de grado me dí cuenta que en todos los trabajos anteriores se hablaba del síndrome de down, y de la enseñanza de la lectura y escritura. Yo quería abordar algo diferente, por lo que comencé a estudiar el tema de la inclusión pero con niños con síndrome de asperger.
De allí diseñé un modelo de gestión para las instituciones educativas que abarcara el aparataje directivo, institucional y curricular para atender a estos estudiantes.
Y luego como docente…
Como profesor, llegué a impartir clase en pregrado sobre inclusión y comencé a visualizar que el argumento teórico que llega a los estudiantes es una inclusión bastante extraña. Siempre está travestizada con la educación especial y nadie sabía definirla a ciencia cierta.
Por eso cuando llegué al doctorado creé esta epistemología, que es a lo que yo me dedico -estudios epistemológicos-. Hoy en día me ocupo de cuestiones mucho más teóricas que tienen que ver con cómo se produce este conocimiento, cuáles son sus relaciones políticas. Eso es lo que me interesa.
No estoy interesado en ese discurso de propaganda. Ese mensaje directo que dice que todos somos diversos y que refuerza persistentemente el problema ontológico de los grupos sociales y también la concepción de diversidad como índice de asimilación. Eso me parece perverso porque lo que tenemos que pensar es un proyecto de estado, un proyecto cívico ciudadano que intervenga las reglas de funcionamiento institucional.
Entonces cuando hablamos de educación inclusiva ¿a quién estamos incluyendo?
Cuando hablamos de una inclusión real, que es como la denomino en mis trabajos, estaría pensada en varias manifestaciones. Primero se entiende como una fractura a nivel de la teoría educativa contemporánea. Moviliza las fronteras del conocimiento. Nos lleva a pensar otras coordenadas de alteridad. Nos invita a hacernos preguntas críticas.
Pero también esa inclusión debe materializarse como un proyecto político. Esto es muy importante porque no tiene un carácter partidista sino de intervención. Es decir, esta inclusión está interesada en entender cómo funcionan las reglas de la sociedad que producen la estructura económica, política y cultural, y cómo eso se relaciona con el sistema educativo. Si el sistema social es neoliberal , segregador y discriminador por consiguiente las coordenadas de configuración estructural del sistema educativo van a tener esas características.
Porque, de hecho, la inclusión en la escuela termina siendo ficticia. La inclusión se materializa una vez que la persona se mete en la sociedad, por eso hay que entender ese tránsito con la ciudadanía. Si ese tránsito no se hace esta cuestión es estéril y fútil.
¿Cómo se enmarca la conversación alrededor de la educación inclusiva en espacios como la FIlBo?
Soy un infiltrado en esta feria porque si bien soy investigador, no me considero un escritor (risas). Pero la invitación fue una sorpresa.
Mi participación está circunscrita a la franja FILBo incluyente, que es apoyada por el Instituto Nacional para Sordos, la Fundación Saldarriaga Concha y el Ministerio de Educación. La idea es reflexionar en torno a la metodología de fácil lectura, que es cómo adaptar ciertos textos, de distinta naturaleza estructural, para poblaciones que sabiendo leer tienen dificultades para comprender aquello a lo que se están enfrentando en el texto.
También hablé sobre lectura e inclusión desde un enfoque crítico para pensar los problemas coyunturales del presente. Y finalicé con un taller de aulas incluyentes con profesores para pensar la parte más práctica y el diseño de la enseñanza. Me alegra mucho que un evento como este, con tanto alcance internacional, le dedique un espacio a la inclusión, para pensarla más seriamente.
Este año la Filbo incluyó en la parrilla charlas con lenguaje de señas. ¿Es este el camino de este tipo de eventos hacia la inclusión?
Creo que es muy importante visibilizar otras experiencias lingüísticas que han estado presentes hace ya casi un siglo. Eso visibiliza, sensibiliza y ayuda a que todos los espacios comunicativos puedan respetar esa singularidad lingüística comunicativa. Además, hace sentir partícipes a quienes habitan ese campo comunicativo en discusiones que pueden ser interesantes para ellos.
Desde su perspectiva ¿cómo se encuentra Colombia en materia de educación inclusiva?
En el CELEI trabajamos con varias instituciones de educación superior de Colombia. La primera vez que trabajamos en el país fue con personas de Neiva y conocimos la política que puntualiza en el problema ontológico de los grupos sociales, donde la diferencia era concebida como una alteridad especular.
Sin embargo, hoy día han avanzado mucho más en el país en pensar una política y unas directrices que pongan el foco en la totalidad de estudiantes pero no en una totalidad homogénea, sino en una totalidad basada en las múltiples singularidades.
En ese sentido, esta nueva política no va a redondear en este sujeto soberano de la inclusión como la discapacidad. Sino que entiende que la discapacidad (el autismo, los problemas de aprendizaje, los problemas afectivos, las identidades sexuales) como parte de la inclusión pero no es exclusivamente lo que le interesa a la inclusión. En el fondo todo eso le interesa pero va más allá de eso.
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