Así iban a ser los años 80, según Daniel Samper Pizano
Daniel Samper Pizano
Los años sesenta se distinguieron por el vértigo romántico que imprimieron a la historia: una margarita insertada en el cañón de un fusil, los hippies con sus marañas capilares e ideológicas, la droga, las marchas en favor de la paz, el retorno a la naturaleza…
Los años setenta fueron de crisis: el terrorismo, la guerra en el Oriente Medio, los escandalosos precios del petróleo, Guyana, la recesión, el ascenso del beligerante poder islámico, Watergate, la expansión Soviética, las tensiones internacionales, la hambruna en el sudeste asiático…
El alborear de los ochenta estaba teñido de rojo: la figura sombría del Ayatollah Khomeini miraba amenazadoramente a América y Europa mientras las potencias occidentales tímidas y derrotadas no sabían bien cómo responder a la agresión.
El África veía avanzar las huestes comunistas, Camboya y Viet Nam padecían pavor y hambre, las dictaduras gorilas se afirmaban en Sur América, Europa se sentaba incómodamente sobre el barril de pólvora de su insuficiencia energética, y Estados Unidos buscaba un líder en los closets, debajo de las camas, en las guanteras de los carros. La década prometía ser estremecedora. Una tormenta oscura se cernía sobre la Tierra.
Entre tenebrosos augurios y malos vientos, se levantaba el gran interrogante: ¿estaría cercano el final del mundo? Pues no. Uno a uno transcurrieron los diez años que empezaban con la cifra 198, las 520 semanas, los 3650 días. Y tal vez desde la Edad Media el mundo no había atravesado una época más aburridora y sin gracia. Ha sido la Edad Boba del planeta.
Los pronósticos de guerra y devastación no se cumplieron, ni el mundo se bañó en sangre ni estuvimos a punto de volar en mil átomos por culpa del poder nuclear. Década provinciana, década de modorra, década perezosa, los años 80 podrían llevar un acápite que dijera: “A Luis Carlos López, el aburrido mundo…”.
Las épocas del Ayita
Poco después de que la tensión con el gobierno norteamericano alcanzó su máximo punto, vino la decisión genial del Pentágono: bombardear a Irán. Pero no con la bomba de hidrógeno ni artefacto por el estilo, sino con la que más devastadores efectos podría provocar en la frenética multitud islámica.
Millones de ejemplares de Playboy fueron lanzados desde los aviones de la Air Force y cubrieron el cielo de Irán como un alegre chaparrón. Al primer contacto con la revista, los desencajados musulmanes aplacaron su ira; y, en la medida en que pasaban las páginas, fueron soltando los fusiles y empezaron a sonreír.
El poster de la playmate del mes los enloqueció y entonces se olvidaron de los rehenes presos en la embajada norteamericana y empezaron a pedir “imraa”, que en árabe quiere decir mujer. Algunos, incluso, fueron más allá y exigieron “whisky”, que en árabe quiere decir whisky.
En seguida formaron una gran pila con los chadores de todas las señoras de Teherán y le prendieron fuego. Algo similar sucedió en todas las ciudades, incluso en la muy sagrada donde habitaba el Ayatollah Khomeini. Este, al observar desde su balcón la curiosa actitud de su pueblo, salió, energúmeno, a increparlo. Algún seguidor le mostró entonces el ejemplar de Playboy que había logrado arrebatar a un hermano y se cuenta que el Ayatollah sonrió por primera vez.
Lo próximo que supieron es que el Ayatollah mandaba comprar ropa Valdiri, se instalaba en una heladería y se dedicaba a piropear a todas las muchachas bonitas que, untadas de maquillaje hasta el cogote, llenaban ahora de color las esquinas de Irán. En 1988 se coronó campeón de billar de su país y se largó a vivir a Estados Unidos, donde es asiduo de las mejores discotecas neoyorquinas.
Saturado de sexo, trago y juego, Irán se ha vuelto ahora un país aburridísimo. Ya no lo visitan periodistas, ni aparece en los noticieros de televisión. Oriana Fallaci prefirió hacer un reportaje a Las Vegas, donde, según dijo, hay lo mismo, pero mejor. Los años 80 acabaron con el atractivo iraní. Hasta el embajador gringo dice que se muere de tedio y echa de menos las épocas duras del Ayita, que es como llaman sus compañeros de juerga a Khomeini.
Se armó la gorda
La situación en el sudeste asiático se tornó otra vez dramática.
Lo había sido en los años 60 debido a la guerra de Vietnam, volvió a serlo en los 70 por la hambruna y el drama de los refugiados y ahora, en la década de los 80, la región continúa devastada. Sólo que esta vez el mal se llama obesidad.
Luego de las espantosas escenas de los camboyanos sin comida, el mundo se movilizó como nunca antes lo había hecho para socorrer a los sudasiáticos. Miles de toneladas de alimentos empezaron a llegar a la región. Todos los países del orbe contribuían con sus envíos. Hasta de Colombia llegaron cargamentos de guarapo, arracacha y por error, marihuana.
Foto: Archivo Diners.
Durante 1980 y 1981 los camboyanos y vietnamitas consiguieron aliviar su difícil situación. La población comió bien y se repuso. Pero UNICEF seguía mandando comida y todos los países continuaban remitiendo sus sobrantes agrícolas, para evitar la caída de los precios. Fue preciso entonces desalojar las escuelas para almacenar allí el grano. Luego los bultos ocuparon las salas de las casas, los teatros, los cuarteles, las plazas, los retenes y los edificios públicos.
El gobierno ordenó inicialmente cuatro comidas diarias y luego hizo compulsivo el consumo de dos desayunos, tres almuerzos y dos cenas. En vez de impuestos, los contribuyentes fueron forzados a tomar onces, medias nueves y media mañana; mecatear se volvió un deber constitucional, según reforma a la Carta introducida en 1985.
Un año después, camboyanos y vietnamitas enfrentaron el toque de queda matinal: todos los habitantes debían madrugar a las 3 a.m. para empezar a devorar los bultos que inundaban la región y sólo podían acostarse después de cenar a las 12 p.m. Cientos de vegetarianos fueron fusilados. Se prohibió la circulación de libros sobre dietas. Los gordos empezaron a no trabajar, primero porque no podían y segundo porque no lo necesitaban. Niños rollizos como barriles aparecían tirados en las calles.
Revista Time dedicó su portada a una especie de hipopótamo envuelto en 22 yardas de tela verde. Era el nuevo jefe del Khmer Rouge, elegido líder de su país luego de un concurso en el cual devoró, en menos de dos horas, el contenido de cuatro cajas enviadas por la CARE, 156 huevos australianos, un quintal de leche suiza en polvo, medio chivo etíope, 14 gallinas rumanas, 7 chimpancés de Namibia y medio bulto de azúcar cubano. El que clasificó segundo en el democrático certamen fue elegido vicepresidente.
La situación en el sudeste asiático es angustiosa. Los otrora gloriosos ejércitos que derrotaron a Estados Unidos en 1975, son hoy repositorios de Budas vivientes y descalzos, ya que el tamaño de la panza les impide amarrarse las botas. Las plantaciones de arroz amenazan con invadir las ciudades, pues desde hace muchos años no hay quien
recoja las cosechas. Lo único que piden los sudasiáticos, en llamamiento que conmueve al mundo, son toneladas, cerros, avionados de Alka-Seltzer.
Claroscuro africano
A raíz de la paz entre negros y blancos en Sudáfrica y Rhodesia, el continente africano pareció perder todo interés periodístico. Solamente la llegada de los chinos, contratados de común acuerdo por unos y otros, ofreció una nota atractiva para la prensa. El asunto empezó en 1980, cuando Suráfrica, hasta entonces cuna de racismo y apartheid, aceptó que los negros compartieran el poder con la minoría de origen europeo. Rhodesia había empezado a hacer lo propio a fines de la década anterior e intensificó sus esfuerzos al comenzar la que termina.
En 1983 los blancos parecieron darse cuenta de que el ideal no era compartir el mando con los negros, sino instalar a los negros en el poder y dedicarse ellos a cultivar sus jardines y ver betamax, mientras los otros solucionaban los problemas del país. Optaron entonces por retirarse de todas las actividades públicas. En un principio los negros disfrutaron de su nuevo status.
Pero al poco tiempo se dieron cuenta que no era justo que ellos sostuvieron sobre sus espaldas toda la carga de problemas que una nación genera e invitaron a los blancos a participar en el poder.
Los blancos se negaron, por supuesto. Los negros pretendieron hacer obligatoria su intervención y, luego de largas discusiones, unos y otros llegaron a un acuerdo: serían contratados especímenes de una raza neutral para que manejaran el país, mientras blancos y negros se dedicaban a cultivar jardines y mirar betamax. Fue así como llegaron los chinos en 1986. Desde entonces, las actividades de negros y blancos se reducen a celebrar reuniones anuales conjuntas para cambiar el nombre a sus países.
En la década del 80, Rhodesia se ha llamado Sibambe, Kamamba, Watanka y Mbw Berta. Suráfrica, por su parte, se ha llamado Wa Libia, Kalivia, Halivia y Rhodesia. Esto último, sin embargo, ha producido alguna confusión en los Almanaques Mundiales y la ONU solicitó a los ex-sudafricanos reconsiderar el nombre. Parece que en la década de los 90 el país se llamará Volibia.
Foto: Archivo Diners.
Exceso de distensión
Por su parte, el mundo occidental también ha enfrentado varios problemas por el exceso de paz y tranquilidad. Luego del acuerdo SALT III. Estados Unidos y la Unión Soviética procedieron a efectuar el desarme total. Empezaron por hundir todos sus buques de guerra e inutilizar la aviación. Luego convirtieron los tanques en máquinas de fabricar yogur y después diseñaron varias fórmulas para transformar en lámparas de pie las bazucas y fusiles.
El acuerdo SALT IV, que está a punto de firmarse, determinará cuántos cortauñas por millar de habitantes puede haber en cada país, permitirá la presencia de inspectores del país rival en las fábricas de cuchillos de cocina y limitará el uso de la pólvora a triquitraques en tres fiestas patrias de cada nación. Este número irá disminuyendo gradualmente hasta acabar, primero, con el uso de la pólvora y, más tarde, con las fiestas patrias.
Estados Unidos atraviesa un periodo de exasperante armonía luego de que Jimmy Carter se dedicó al trote como profesión y renunció en 1980 a la presidencia, mientras que Edward Kennedy quien prometía ser el sucesor de Carter, no obtuvo el permiso de la mamá para postularse. Desilusionado, Kennedy organizó una Fundación Anti-Madres y
ahora es feliz como árbitro de fútbol.
Historia de diamantes y arena
Giscard D’Estaing, quien fuera primer mandatario francés al comenzar la década, también se retiró de la vida pública. Maneja ahora una próspera cadena de joyerías especializadas en diamantes, usa afro, tuvo un hijo mulato y compró apartamento en Bocagrande.
El actual presidente francés Jean Paul Belmondo, obtiene periódicas licencias del Congreso para alejarse de la jefatura del Estado debido a que sus compromisos cinematográficos no le permiten permanecer constantemente en el cargo, a donde fue conducido ante la escasez de líderes con carisma. Como fórmula de conciliación para hacer compatibles las dos actividades, Belmondo filmará este año una película de capa y espada en el Palais de L’Elysée.
En cuanto a los territorios que antes ocupaban Israel, Egipto, Jordania y el Líbano, serán declarados bienes mostrencos. Árabes y judíos acabaron por convencerse de que no valía la pena seguir peleando por unos monótonos desiertos, hicieron maletas y se marcharon.
Los primeros viven dichosos en Londres, donde ocasionalmente se presentan en los grilles algunos shows británicos, aunque algo orientalizados, como un grupo de gaiteros que baila la danza del vientre. Los judíos, por su parte, se instalaron definitivamente en la calle de los diamantes en Manhattan y allí, entre bostezos, siestas y religiosos con vestido negro y cachumbo, añoran los excitantes tiempos de la guerra.
Los antiguos territorios en conflicto continúan en licitación. Los interesados pueden verlos a cualquier hora y solicitar mayores informes a la ONU. Se anticipa, sin embargo, que la licitación será declarada perfectamente desierta.
Italia la dulce
Así transcurrió la década de los 80. El Papa Juan Pablo Il acabó por delegar buena parte de sus funciones a monseñor Brezhnev, un hijo del antiguo jefe soviético que se metió de cura, y se dedicó a organizar una gigantesca agencia de viajes. Hoy en día, The Vaticano Tours prácticamente monopoliza el turismo católico y cuenta con guías que hablan varios idiomas, especialmente el latín.
Italia eligió un estable gobierno de coalición que lleva diez años en el poder y los italianos se aburren porque no tienen primeros ministros para tumbar. En España el destape llegó hasta el punto de que, para entender qué presa está exhibiendo la bailarina en el tablao, se hace indispensable consultar un manual de obstetricia y ginecología.
En Suecia el amor libre fue reemplazado por el discreto encanto de la pacatería y ahora el libro más vendido entre los suecos es “María”, de Jorge Isaacs. El Japón suspendió la fabricación de aparatos electrónicos y hay que ver el entusiasmo de los dentistas mientras pedalean las fresas mecánicas.
Todo parece ser tranquilidad, molicie y dolce fare niente en el mundo al terminar la lentísima década del 80. El único país que muestra agitación y movimiento es Colombia, donde las autoridades realizan desproporcionados esfuerzos por contener la ola de marihuana mentolada que llega por tierra, mar y aire desde Estados Unidos y que niños famélicos venden en los semáforos.