Guillermo Martínez, el matemático que se convirtió en escritor

Óscar Mena
El argentino Guillermo Martínez está sentado en un sofá del lobby de un hotel del norte de la capital bogotana. Habla con un periodista sobre Los crímenes de Alicia, la novela con la que ganó el premio Nadal de Novela, el reconocimiento literario más antiguo que se entrega en España.
Luce un pantalón azul oscuro y una camisa negra y, a pesar de haber llegado la noche anterior de Argentina, no se le nota el cansancio en sus ojos. “Su novela tiene una prosa tersa y precisa, fascinante y a la vez clásica y estrictamente actual, que en la tradición de Borges y Umberto Eco lleva el relato policial al terreno literario”, dice el discurso que dieron los jurados del premio Nadal en su 75 edición, celebrado en el Palace Hotel, de Barcelona.
Su travesía en la escritura empezó a los cinco años, cuando su padre, un ingeniero agrónomo y escritor empedernido, revisaba su ortografía y redacción. Aunque escribió su primer cuento a los 12 años, sus padres le aconsejaron que estudiara algo “que le diera de comer” y ahí sí, después, se podía dedicar a su pasión por los libros.
Fue así como se formó como un matemático, después de pasar fugazmente por una ingeniería (electricista). “Las matemáticas están muy cerca de los filosofía y la lógica, por eso quedé feliz con mi decisión, porque encontré una manera diferente de conocer el mundo”, cuenta Martínez.
Sin embargo, a medida que estudiaba a profundidad un problema matemático, encontraba que era cada vez más difícil resolverlo. La angustia y la inmersión se convirtieron en sus acompañantes todos los días. “Tenía la presión de resolver un problema que debía presentar para mantener mi puesto como doctor en matemáticas. También tenía que presentar una gran cantidad de papers y revisar los trabajos de alumnos de doctorados”, comenta.
En medio de la angustia y los problemas matemáticos siempre estuvo la literatura, como un refugio donde Martínez se pudo sumergir y escapar de los números: “nunca dejé de escribir, lo mantuve con intermitencia. Cuando publiqué mi primer libro de cuentos estaba estudiando la licenciatura en matemáticas, cuando publiqué mi primera novela, terminé el magister; cuando terminé el doctorado, a la vez, publiqué mi segunda novela”.
Luego llegó la hora en la que Martínez se preguntó qué haría con el resto de su vida. ¿Un matemático o un escritor? Por fortuna, la respuesta llegó con Crímenes Imperceptibles (2003), la novela traducida a 40 idiomas y que fue llevada al cine por Álex de la Iglesia, bajo el nombre Los crímenes de Oxford.
“Con lo que gané con esta novela pude comprar una casa y se me simplificó la decisión de cuánto dinero necesitaba para vivir”, comenta seriamente Martínez y continúa, “Ahí tomé la decisión de dedicarme a los libros sin descuidar la matemática, por ejemplo, ahora me estoy leyendo una colección de 60 biografías de matemáticos. Ya voy por la 50”.
En sus manos sostiene Los crímenes de Alicia, una ficción que se remonta a 1994 en Inglaterra, donde un respetable profesor de Lógica, Arthur Seldom, y su discípulo argentino, G (porque su nombre es impronunciable para los británicos), se encuentran con un crimen que implica a Lewis Carroll, autor de Alicia en el País de las Maravillas.
Con diálogos que rompen la idea de los lugares comunes, escenas memorables y el ritmo inconfundible de una novela policiaca, los protagonistas van en busca del responsable que quiere ocultar el crímen de Carroll.
Si disfruta de las novelas policiacas con el misterio que concibió Jorge Luis Borges, y el enigma que consagró a Umberto Eco, vea lo que nos contó Martínez sobre su más reciente novela: Los crímenes de Alicia.
¿Por qué hacerla en 1994 y no en la actualidad?
Es una coincidencia feliz, porque el hecho histórico al que me refiero, que es el hallazgo de las páginas de papel con las anotaciones arrancadas fue real y este papel se valoró en el año 94. Mi anterior novela había terminado en el año 93, e la época en la que estudié en Oxford.
Me pareció natural que la novela continuara para extenderle un año más la beca al protagonista. En este caso fue una coincidencia.
¿Por qué sus novelas transcurren en el pasado?
Me gusta que mis novelas transcurran más en el tiempo pasado, no muy lejano, que en el presente rabioso. Si la hago en nuestro tiempo, puede que haya una cantidad de marcas que quedan desactualizadas. En cambio, cuando uno va al pasado funciona mejor, porque hay cosas que perduran y se pueden diferenciar mejor.
Es mejor situar las novelas en un pasado difícil de verificar, sin que el lector tenga que estar corroborando el presente.
En 2011 publicó su novela Yo también tuve una novia bisexual y ahora Los crímenes de Alicia, ambas separan la historia del dilema moral, ¿por qué?
En esta novela hay un juicio a la historia de Lewis Carroll donde se pone en juego toda la suspicacia de la época contemporánea, como la defensa de su época. La idea es dejarle un dilema a los lectores que puedan resolver con sus valores personales.
¿En qué piensa cuando habla y escribe novelas policiacas?
Sin duda las novelas de Sherlock Holmes, Agatha Christie y Patricia Highsmith. Esto me ayudó a conformar mi pasión por las novelas policiacas, y las psicológicas, para entender cómo funciona la mente criminal de una persona “civilizada”. Estas son las dos vertientes que me interesan. No tanto el género negro a manera de Chandler o Chasse.
Cuando escribo pienso en la evocación de estas novelas, pero a la vez quiero darle un giro diferente y este se da por una cuestión epistemológica. En ese sentido me centro en novelas policiales como En el nombre de la rosa (1980) de Umberto Eco, o las novelas de Leo Perutz, o los relatos de Borges que tienen esa especie de deriva de la trama policial y connotaciones filosóficas.
Incluso también los cuentos de Chesterton y el padre Brown. Esos eran los modelos.
¿Existe una fórmula para hacer una novela policiaca?
Esa es la dificultad mayor. No hay una fórmula, debe haber astucia para ocultarle al lector la revelación final, a la relación que el lector no debe ser capaz de llegar, más que muy cerca del final.
Pero también hay que darle la posibilidad para vaya por caminos equivocados, algo que sucede en los laberintos. Hay una historia que se lee en primer plano y hay elementos que el lector sabe que van a jugar de alguna manera diferente a cómo se les presenta. El autor tiene que darle a la vez esas alternativas y que sean las que oculten el verdadero final.
Tanto en los Crímenes imperceptibles, como en Los crímenes de Alicia, su narrador no revela su nombre
Es un pequeño chiste, es mi firma personal en todas mis novelas, así como en Acerca de Roderer, que publiqué en 1992.
Como se trata de una saga, en cada libro se sabe un poco más del nombre. Por eso en esta segunda novela que tenía una doble ll, los ingleses suelen tropezar con esta letra.
En el caso de Lewis Carroll y Alicia en el País de las Maravillas ¿Se puede separar al autor de sus obras?
Hay que separarlo siempre, salvo que la obra sea performática, pero el autor siempre crea un personaje que puede parecerse a sí mismo pero son diferentes porque sino hay que tirar bibliotecas enteras.
Me acuerdo que una señora me dijo: “nunca más podré abrir Alicia en el país de las maravillas, después de leer su novela”. Yo le dije que no tiene que ser así, porque hay que separarlo.
Imagínese a Lawrence Durrell, que tuvo relaciones incestuosas con su hija, quien luego se suicidó. Entonces tocaría tirar El cuarteto de Alejandría. Neruda forzó a una mujer a acostarse con él, lo contó en su autobiografía, ¿entonces botamos los poemas?, Borges dijo cosas horribles sobre los indígenas y los negros, ¿pero por eso vamos a tirar sus obras? Todos los autores van a tener un pecado que aumentan y cambian de acuerdo a la época.
¿Piensa en un lector en particular a la hora de escribir?
No un lector de punto de vista sociológico, sino el lector que soy. Que esté escrito para ser leído, tengo que ser consciente que tenga coherencia, una expresividad, profundidad, como cuando uno escribe un teorema para que todos interpreten lo mismo.
En la literatura hay muchas más ambigüedades, por lo menos debes escribirlo para que sea claro con nuestra biblioteca. Este lector tiene que tener de algún modo cantidades de libros encima a los libros que leí yo, pero no es un lector medio o un lector estadístico.
¿Qué cree que hace falta para fomentar la lectura?
Ahora mismo hay un club de lectura que se llama Qué libro leo, que están haciendo una lectura de mi novela en toda hispanoamérica y me gusta mucho ver que cada vez que aparece un personaje lo investigan y le hacen un perfil. Creo que la lectura debería ser comunitaria, y estas experiencias son importantes para no estar solos en casa, cada uno en su propio mundo.