Los cuadernos de N: nuestra “antinovela” recomendada

Juan Gustavo Cobo Borda
Los cuadernos de N, una antinovela.
Nicolás Suescún
Seix Barral Editorial Planeta, Bogotá, 2018.
284 páginas.
Un hombre preso en sí mismo. En sus sueños y fantasías. En sus ilusiones fallidas. Es bogotano. Recorre infatigable la ciudad. Hace trabajos absurdos y mal pagados como arrumar paquetes de correspondencia y conversar, en los cafés, en las calles, con personas como él. Un tanto orates. Un poco desquiciados.
Son todos fracasados. Pero mantienen activa la terquedad de vivir, en medio de lo irrisorio de su pobreza insalvable. Lleva sus cuadernos. Se llama solo N y sus páginas están salpicadas de citas que reflejan a un lector culto, que va de Oscar Wilde a Karl Marx y del Talmud a Basho. También redacta poemas, donde el humor atrabilario no elude la amargura y su vivir reptante en medio de lo sombrío de ese espacio sin horizonte alguno que le brinda sin embargo posibilidades reveladoras como tomarse una sopa o quedar suspendido de un ascensor abierto en lo más alto, al aire libre.
Suescún (1937-2017) excelente traductor entre otros de poetas como Rimbaud y Yeats enriquece esta “antinovela” con espléndidos collages donde seres desdoblados nos sorprenden con sus alucinantes posturas y nos hunden en universos donde todo se repite y ahonda y hace surgir un perfil impensado y un ojo inimaginable de cabezas, brazos y piernas que las tijeras y los lápices han extraído de una mente atrapada en la danza de sus fantasmas. Lo que puede advertirse desde el subsuelo.
Cuentos, parábolas, gente efímera desmenuzada como un insecto. Así Nicolás Suescún arma el mapamundi de sus criaturas, afanoso por huir y escaparse, viajar con la imaginación y no salir de las cuatro y deterioradas paredes de su monacal y fría celda. Un ejercicio de introspección sin piedad que sueña con una naturaleza acogedora, un útero materno en el cual si fue pleno y feliz.
Para apreciar su estilo leamos este fragmento:
“Un día en la calle. N se encontró hecho un ovillo de lana abandonado por una tejedora loca. Se recogió, se metió en su bolsillo—casi no cupo–. Se llevó a su pieza, se dio contra los muros, por puro juego, y se dejó en el piso, donde rueda cada vez que se da con un zapato, y corre la cortina para que no entre el sol, que lo destiñe.”
Desde la Candelaria a Estados Unidos, París y Berlín el cuentista, periodista y librero, además de redactar la revista ECO, mantiene vigente el escalpelo con que su mirada y el ansia casi Kafkiano de lograr transmitir el vacío que dentro suyo lo obliga a escarbar en el lenguaje para dar así sentido a la paradoja de estar aún vivo.