¿Por qué se suicidan las poetas?
Stella Malagón Gutiérrez
Archivo Revista Diners No.401 agosto de 2003
Se ha demostrado, en general, que las mujeres se suicidan menos que los hombres y que las tasas de suicidio son menores en los países subdesarrollados y en las comunidades católicas. Pero estas estadísticas no se cumplen dentro del mundo de la poesía. Las antologías más conocidas de poetas suicidas registran casi una tercera parte de latinoamericanos y no pocas mujeres. Las poetas, aunque menos proclives al suicidio que sus colegas hombres, registran en cambio una tendencia mucho más alta en relación con el resto de mujeres no poetas.
El primer caso comprobado de una poeta suicida (el suicidio de la Safo griega es considerado una leyenda) es el que aparece registrado en una crónica peruana le data del siglo XV, y se trata de la Kanvhsc o Cancchacc, una de las vírgenes incas del Sol, quien compuso en quechua ardorosos versos y cantos de amor cuando su guerrero Yahuat Smacc abandona se arroja al lago de Plata (Col Cocha), todavía hoy, traducidos al castellano, se conocen en Perú y Bolivia sus famosos Yararai.
Dos palabras – Alfonsina Storni
Esta noche al oído me has dicho dos palabras
Comunes. Dos palabras cansadas
De ser dichas. Palabras
Que de viejas son nuevas.
Dos palabras tan dulces que la luna que andaba
Filtrando entre las ramas
Se detuvo en mi boca. Tan dulces dos palabras
Que una hormiga pasea por mi cuello y no intento
Moverme para echarla.
Tan dulces dos palabras
¿Qué digo sin quererlo? ¡oh, qué bella, la vida!
Tan dulces y tan mansas
Que aceites olorosos sobre el cuerpo derraman.
Tan dulces y tan bellas
Que nerviosos, mis dedos,
Se mueven hacia el cielo imitando tijeras.
Oh, mis dedos quisieran
Cortar estrellas.
También a causa de la pérdida del ser amado se suicidan otras muchas, como la poeta Francisca (1871-1920) quien se quitó la vida en Sao Paulo el día del entierro de su marido. Otras poetas se suicidan a causa de enfermedades y dolencias físicas que les resultan insoportables. Tal es el caso de la postromántica y luego vanguardista Alfonsina Storni, quien en 1938 se arrojó al mar ante el anuncio de un mal incurable, tal como en 1941 lo hace Virginia Woolf, la suicida insigne, cuyos relatos impresionistas verdaderos poemas en prosa, que gracias a los sutiles artificios técnicos del libre fluir de la conciencia revolucionaron la entera literatura. A la Woolf el espectro de la locura la persigue toda la vida cuando ella la siente inminente decide meter una gran piedra en su abrigo y arrojarse a las olas del río de la muerte.
Adiós – Alfonsina Storni
Las cosas que mueren jamás resucitan,
las cosas que mueren no tornan jamás.
¡Se quiebran los vasos y el vidrio que queda
es polvo por siempre y por siempre será!
Cuando los capullos caen de la rama
dos veces seguidas no florecerán…
¡Las flores tronchadas por el viento impío
se agotan por siempre, por siempre jamás!
¡Los días que fueron, los días perdidos,
los días inertes ya no volverán!
¡Qué tristes las horas que se desgranaron
bajo el aletazo de la soledad!
¡Qué tristes las sombras, las sombras nefastas,
las sombras creadas por nuestra maldad!
¡Oh, las cosas idas, las cosas marchitas,
las cosas celestes que así se nos van!
¡Corazón… silencia!… ¡Cúbrete de llagas!…
-de llagas infectas- ¡cúbrete de mal!…
¡Que todo el que llegue se muera al tocarte,
corazón maldito que inquietas mi afán!
¡Adiós para siempre mis dulzuras todas!
¡Adiós mi alegría llena de bondad!
¡Oh, las cosas muertas, las cosas marchitas,
las cosas celestes que no vuelven más! …
Es notable que, en general, las poetas suicidas en su doble condición de mujeres y de poetas a menudo víctimas de prejuicios de tipo patriarcal, han sido sensibles a la causas sociales y de su género. Ya en la América hispana, Sor Juana Inés de la Cruz (1651- 1695) poeta barroca cuyos versos mistéricos y eróticos son de los más bellos del siglo, con su “Respuesta Sor Filotea de la Cruz” testimonia su propia lucha como mujer de letras y amiga del conocimiento; y este escrito resulta tan escandaloso que a su autora se le prohíbe toda actividad intelectual, y constreñida por esta circunstancia que ahogaba su placer y su genio, se ofrece como voluntaria para atender a las víctimas de epidemia contagiándose para morir poquísimo tiempo después. Se trata de un suicidio fronterizo pero no por eso menos evidente.
También llamativo es el caso de la poeta de origen alemán Karoline Gnederode (1780 – 1806) quien sucumbe a la condena y al repudio social por defender a un indígena acusado por tribunales coloniales, tal como casi medio siglo después sufre en el mismo país la suicida Dolores de Veintimilla (1829-1867) que tiene la audacia de participar en política apoyando a las razas autóctonas y más necesitados. Y en el siglo XX, 1919, la misma Storni funda con otras pioneras el partido feminista argentino y la Woolf se ocupa específicamente del tema de la discriminación femenina en su libro de 1929, El cuarto propio. Otro caso notable es el de Julia de Burgos (1914-1953), socialista y militante de independencia puertorriqueña, que termina con sus días en Nueva York y, claro, el de la poeta, cantante y folclorista chilena Violeta Parra (1917-1967), activista de izquierdas de gran carisma.
Dolor – Alfonsina Storni
Quisiera esta tarde divina de octubre
pasear por la orilla lejana del mar;
que la arena de oro, y las aguas verdes,
y los cielos puros me vieran pasar.
Ser alta, soberbia, perfecta, quisiera,
como una romana, para concordar
con las grandes olas, y las rocas muertas
y las anchas playas que ciñen el mar.
Con el paso lento, y los ojos fríos
y la boca muda, dejarme llevar;
ver cómo se rompen las olas azules
contra los granitos y no parpadear;
ver cómo las aves rapaces se comen
los peces pequeños y no despertar;
pensar que pudieran las frágiles barcas
hundirse en las aguas y no suspirar;
ver que se adelanta, la garganta al aire,
el hombre más bello, no desear amar…
Perder la mirada, distraídamente,
perderla y que nunca la vuelva a encontrar:
y, figura erguida, entre cielo y playa,
sentirme el olvido perenne del mar.
En el siglo XX aparece bien caracterizado otro de suicidio que podríamos denominar suicidio poético, como una alternativa existencial decidida en un momentos de plenos poderes persona y en el ámbito de la soledad del Yo y no en relación con el “Otro” o con el entorno social, “Morir es un arte como todo”, escribió Silvia Plath cuando una mañana de febrero de 1963, en su apartamento londinense se encerró en la cocina luego de sellar herméticamente puertas y ventanas, y abrió de par en par las llaves del gas. En vida había logrado publicar dos libros, pero solo conoció la fama y el reconocimiento de la crítica después de muerta. Plath la emprende con gran ironía contra una sociedad homogénea y homogeneizante que no tolera la diversidad y que, por el contrario, la silencia y asesina.
También la argentina Alejandra Pizarnik (1936 – 1972) cuya obra es una meditación sobre el acto poético mismo, busca esa esencia que trasciende el estatuto de convención social de la palabra y le permite devenir vida verdadera, pura energía. “Yo quería que mis dedos de muñeca penetraran en las teclas. Yo no quería rozar, como una araña, el teclado. Yo quería hundirme, clavarme, fijarme, petrificarme. Yo quería entrar en el teclado para adentro de la música, para tener una patria”. La palabra no es siempre catártica, porque la metáfora puede ser también realidad y a veces más intensa que la realidad.
Frente al mar – Alfonsina Storni
Oh mar, enorme mar, corazón fiero
De ritmo desigual, corazón malo,
Yo soy más blanda que ese pobre palo
Que se pudre en tus ondas prisionero.
Oh mar, dame tu cólera tremenda,
Yo me pasé la vida perdonando,
Porque entendía, mar, yo me fui dando:
«Piedad, piedad para el que más ofenda».
Vulgaridad, vulgaridad me acosa.
Ah, me han comprado la ciudad y el hombre.
Hazme tener tu cólera sin nombre:
Ya me fatiga esta misión de rosa.
¿Ves al vulgar? Ese vulgar me apena,
Me falta el aire y donde falta quedo,
Quisiera no entender, pero no puedo:
Es la vulgaridad que me envenena.
Me empobrecí porque entender abruma,
Me empobrecí porque entender sofoca,
¡Bendecida la fuerza de la roca!
Yo tengo el corazón como la espuma.
Mar, yo soñaba ser como tú eres,
Allá en las tardes que la vida mía
Bajo las horas cálidas se abría…
Ah, yo soñaba ser como tú eres.
Mírame aquí, pequeña, miserable,
Todo dolor me vence, todo sueño;
Mar, dame, dame el inefable empeño
De tornarme soberbia, inalcanzable.
Dame tu sal, tu yodo, tu fiereza.
¡Aire de mar!… ¡Oh, tempestad! ¡Oh enojo!
Desdichada de mí, soy un abrojo,
Y muero, mar, sucumbo en mi pobreza.
Y el alma mía es como el mar, es eso,
Ah, la ciudad la pudre y la equivoca;
Pequeña vida que dolor provoca,
¡Que pueda libertarme de su peso!
Vuele mi empeño, mi esperanza vuele…
La vida mía debió ser horrible,
Debió ser una arteria incontenible
Y apenas es cicatriz que siempre duele.
Cuando la palabra fundamental que la poeta busca se revela enigma indescifrable, es decir, muerte, la poeta pone fin voluntariamente a su vida: tenía 36 años. Y la palabra que iluminó cual lámpara, luego se encendió con el fuego, nada se puede decir, solo nos queda contemplar sus cenizas y esperar: “Se espera que la lluvia pase. Se espera que los vientos lleguen. Se espera. Se dice”. Y aquí tendríamos que evocar a nuestro gran maestro Gabriel García Márquez y reconocer la poesía como única prueba tangible de nuestra humanidad. Y mientras haya poesía hay esperanza, aunque el poeta claudique nos quedan sus palabras. De su transparencia o fraudulencia solo lo dirá el tiempo Quizá.