Los hermanos Orozco: maestros del suspenso
Revista Diners
Había solo un cine en Montería. Ni a Carlos Esteban ni a Juan Felipe Orozco les gustaba el vallenato y tampoco les atraía la rumba, así que su plan era el más digno de un topo que se pudiera imaginar costeño alguno: ir al cine a ver las producciones que llegaban a cuentagotas y encerrarse en casa a ver películas en VHS, que alquilaban en las tiendas de video, y que los acercaron “a la basura más basura y al cine más independiente, sin criterio alguno, viendo tanto lo malo como lo bueno, desde Wim Wenders y David Lynch, pasando por James Cameron, hasta comedias románticas y cine que no dejaba memoria alguna”.
Hasta que un día apareció Spielberg. Los dos hermanos, prendados como estaban a la magia del celuloide, vieron Tiburón, y la cinta les dejó el susto en la piel y les demostró que el cine era capaz de afectar a los seres humanos. Pero fue Alejandro Amenábar, con Tesis –aquella cinta poderosa que cortaba la respiración–, la que les dejó en claro que podían hacer cine con poca producción y aunque fueran jóvenes sin tanta experiencia. Y se lanzaron.
No resultaba fácil. Esteban había estudiado ingeniería de sistemas, y Felipe, diseño gráfico. Sus planes eran otros en la vida. Cuando Felipe arrancó a hacer cine, Esteban escribía cuentos. De ahí a ser guionista no había sino un paso. “No fue pensado. Tímida e ingenuamente escribí un guión, nos unimos y de ahí salió Al final del espectro”. En menos de seis meses.
Ambos se mudaron a su ciudad natal, Medellín, y continuaron con la terapia de ver todo tipo de cine. Lo malo y lo bueno, para aprender de los errores tanto como de los aciertos. Luego del éxito de Al final del espectro entendieron que el cine podía ser su oficio. Y comenzaron a prepararse. A medida que profundizaban en el conocimiento entendían que era más difícil de lo que pensaban. Pero fueron corrigiendo los errores de la inexperiencia. El aprendizaje les enseñó a no patinar sobre hielo frágil, a planear mejor las producciones, a contar mejor las historias y a ser más rigurosos. Ahora es cuando de verdad se sienten preparados. De hecho, Saluda al diablo de mi parte, su más reciente película, tiene escenas memorables dignas del mejor noir, actuaciones calibradas y momentos de intensidad al estilo del cine coreano. Los mató competir en cartelera contra Capitán América y Linterna verde. No la calidad.
Hoy en día siguen viendo de todo, principalmente suspenso. Admiran a James Cameron, Steven Spielberg, Michael Haneke, Paul Thomas Anderson, Charlie Kaufman, Clint Eastwood, Sergio Leone, Chan-wook Park y Juan José Campanella. Todos ellos porque logran el efecto que los enamoró de Tiburón cuando la vieron en su infancia: que el espectador se emociona con un escualo que casi nunca se ve. Ahora trabajan en una comedia romántica. No resulta fácil, pero avanzan porque las dificultades los envalentonan. Para ellos, el poder real del cine es el más precioso de todos: “Hacer lo que uno quiera”.