El Grito, en temporada en la Casa del Teatro Nacional
Soraya Yamhure
Resulta inevitable pensar en el famoso cuadro de Edvard Munch solo con leer el nombre del espectáculo que se presenta hasta el 3 de diciembre en Bogotá, en la sala Montefiori de la Casa del Teatro Nacional: El Grito. Gritar, finalmente, es una expresión inherente del ser humano que no discrimina culturas e, incluso, tampoco a los mudos, porque ellos también intentan hacerlo para manifestar tantas emociones que van desde la angustia hasta la dicha.
Este lenguaje universal domina la fiesta que dirige Jimmy Rangel. Es una experiencia de 60 minutos que se desarrolla en una caja negra de 300 metros cuadrados en la que no hay sillas. Está al nivel de la tierra, pero parece un búnker. Para entrar no hay código de vestuario. Usted puede llegar en pijama o con la pinta que siempre se ha querido poner. Además, Rangel asegura que el espectador tiene la libertad de contestar el celular, tomar fotos o hacer una video llamada.
Es una catarsis, tanto para los actores principales de la obra –Juan Carlos Gallego y Javiera Valenzuela- como para el público. La premisa de esta dramaturgia de Rangel consiste en un apocalipsis de la que escapa la pareja por medio de un hueco que conduce a una fiesta subterránea en la que la gente vuela. Una fiesta ‘queer’ de circo al extremo con especialistas en contorsión, lira, anillas, suspensión capilar, cuerda indiana, trapecio, piso parada de manos y arnés. Ellos son Alina Velásquez, Alberto Córdoba, Julio Yanés, Lorena Briceño y Fabián López. Acróbatas colombianos de un nivel realmente sorprendente que hacen que el público reflexione sobre las posibilidades de su cuerpo.
Dentro de una ambientación urbana, en la que se escucha música de Juan David Cataño, los sonidos electrónicos –en los que se encuentran referentes de los compositores Clint Mansell (Réquiem por un sueño) y Benoit Jutras (Circo del Sol)- expresan emociones sin palabras. “Llevan a la necesidad de bailar por un bum bum que está vibrando en el pecho y que hace sentir un montón de cosas”, señala Cataño.
El vestuario, que estuvo a cargo de Papi, marca que acaba de lanzar Gustavo Lozano, converge con el concepto: prendas queer que no tienen género en su etiqueta. Tops en mallas y un juego de texturas estampadas y tornasoladas que combinan con tenis clásicos de los años ochenta.
En este espacio, el público pierde su papel como espectador. Con su obra, el director genera un diálogo con los asistentes y los hace parte del espectáculo. Rompe la cuarta pared y retoma el teatro expresionista alemán –que como movimiento artístico se relaciona con el trabajo del noruego Edvard Munch-. “El arte es ritual. En este caso es una fiesta y la gente verá cómo la resuelve. Qué pereza darle todo al espectador. Yo hago obras para que todos nos divirtamos, pero no para que ellos vean lo que yo quiero. El mundo está muy cascado, y el arte tiene que servir como un conductor”, concluye Rangel.
Funciones
Jueves a sábado
8:30 p.m.
Domingo
5:00 p.m.
La Casa del Teatro Nacional
Carrera 20 No. 37-54
Teléfono 7957457
Bogotá