La pasión de ser surfista
John Better
Qué mejor que el campeón nacional: Simón Salazar.
Mi nombre es Simón Salazar, tengo 21 años y me deslizo por el mar desde hace once. En 1991 dejé el mundo acuático en el que floté durante nueve meses para darme de frente con la vida en la superficie. Salí dando gritos al mundo y los brazos de mis padres fueron mi ancla en tierra firme durante aquellos primeros años. Solo sería cuestión de tiempo para que regresara nuevamente a las aguas. Mi infancia transcurrió en Manizales, ocho años donde mis aletas transformadas en pies dieron sus primeros pasos. A veces miraba el horizonte e intuía que del otro lado de las montañas, más allá de donde mis ojos alcanzaban a abarcar estaba aquel lugar de furiosas aguas esperándome. No se equivoquen, no soy poeta, soy un surfista, soy el que escribe su historia sobre una tabla que las olas arrastran de un lugar a otro.
El destino tira sus dados y nadie puede contrariarlo. En 1998 dejamos Manizales para llegar hasta Barranquilla por asuntos laborales de mi padre. Después de una larga temporada en “la Arenosa” decidimos trasladarnos hasta el balneario de Puerto Colombia. Tendría nueve años cuando vi por primera vez el mar, y si para un niño algunos obsequios, como una bicicleta o un moderno videojuego, representan la felicidad, la mía fue aquel instante en que mamá me llevó hasta esa inmensidad de agua que se balanceaba ante mis ojos.
Mi espíritu se estremeció y supe que había llegado al mundo de donde nunca debí haber salido. Aquel regalo maravilloso coincidió con el divorcio de mis padres, pero no tenía tiempo para deprimirme, el mar sería mi consuelo y mi confidente a partir de entonces. Ya una vez en el agua tuve la certeza de que ese era mi elemento, allí zambullido o sobre mi pequeña tabla de bodyboard. Cuando tenía diez ya cumplidos se reafirmaron mis deseos, era el mar el lugar donde pasaría la mayor parte de mi vida, y en eso estoy hasta el momento.
Vivo en una casa blanca a la orilla de la carretera. La playa queda a escasos metros de donde habito, cuando no estoy surfeando estudio Negocios y Finanzas Internacionales en una Universidad privada de Barranquilla. Tengo una novia hermosa llamada Valérie y cuando miro sus ojos siento el mismo vértigo que cuando me enfrento a la ola más alta.
Hay gente que va por la vida buscando cosas, dinero, fama, inmortalidad. Yo busco una ola, un Everest líquido que me permita equilibrarme en su cúspide, así sea por breves segundos. Atrapar una ola es poseer algo que se te escurre de los dedos, algo efímero, pero que en la breve posesión te hace sentir que eres un ser dotado, un ser especial, es como el jugador de fútbol que hace el gol en el momento más esperado y allí encuentra su gloria.
Soy el actual campeón nacional de surf. El título lo gané en 2012 y soy el número ocho en el ámbito latinoamericano, respetables distinciones, pero ningún galardón es comparable con lo que mis ojos contemplan cada vez que llego a la orilla de una playa; sea Perú, Costa Rica, o Puerto Colombia, el mar siempre es un descubrimiento que se repite una y otra vez en distintos escenarios.
He tenido varios accidentes, el más grave fue en las costas de Ecuador cuando caí de espaldas contra el arrecife coralino y me golpeé la espalda, una lesión que me valió varios días en cama. He visto tiburones también. En el Chocó los divisé a la distancia, fue cuestión de segundos para llegar de inmediato a la orilla.
Pero el miedo nunca será obstáculo para desistir de surfear, la gente piensa que esto ni siquiera es un deporte, que es un hobby de niños bien, de vagos y fumadores empedernidos de cachafa. Se equivocan, al menos para mí esto es la vida, surfeo cuando estoy alegre, cuando estoy triste, cuando estoy estresado. Cuando ni siquiera sé qué es lo que estoy sintiendo, me voy a surfear. A veces me encuentro solo en casa sin hacer nada y es cuestión de quedarme en silencio para poder escuchar el mar desde aquí, es un llamado que solo algunos entendemos, es como el llamado de un padre para hacer los deberes o de una madre que grita tu nombre para esperarte en la distancia con los brazos abiertos.
Suena pretencioso, pero quiero ser el campeón del mundo, quiero cabalgar olas de cinco metros en Hawái y Australia aunque sus aguas estén infestadas de tiburones blancos. Deseo que el surf sea tomado en serio, por todos, por el Estado. Tendrá que correr mucha agua para que eso suceda. Por lo pronto, tomo mi tabla de surf y me lanzo al mar otra vez, el día que muera deseo que mis cenizas sean regadas sobre este mar, y que de Simón Salazar solo se sepa que su nombre está escrito sobre las aguas.
“Para mí esto es la vida, surfeo cuando estoy alegre, cuando estoy triste, cuando estoy estresado. Cuando ni siquiera sé qué es lo que estoy sintiendo me voy a surfear”.
“Atrapar una ola es poseer algo que se te escurre de los dedos, algo efímero, pero que en la breve posesión te hace sentir que eres un ser dotado, un ser especial”.