Canción de dos mujeres, de Gonzalo Mallarino: libro recomendado de la semana

Juan Gustavo Cobo Borda
Canción de dos mujeres
Gonzalo Mallarino
Alfaguara, Bogotá, 2016. 123 páginas.
Una mujer de veintiocho años, que “jamás había besado a una mujer”, hace su doctorado en un país extranjero. Es colombiana y se enamora locamente de una joven de diecinueve años que inicia su carrera de Bellas Artes. La tesis de la colombiana trata sobre las pocas mujeres trovadoras, las cortes de amor, la Occitania y la lengua de Oc, en el año 1200. También la persecución que sufrieron.
Los diecisiete meses que han vivido, febriles, atónitas, incomprensibles en ocasiones una para la otra, cercanas y afines en la hondura de los mutuos cuerpos recién descubiertos, se han cerrado ya que la colombiana ha vuelto a Bogotá, enferma de cáncer y obsesionada por tratar de entender ese episodio que se hace más decisivo a medida que se aproxima la muerte. Adriana, la colombiana, se ha enfrentado a esa suerte de autismo afectivo, de insensibilidad asumida con que Ana se cierra a todo contacto inicial con esa extranjera que la persigue y la asedia en el museo, el tren, el barrio, el cafecito. “Nunca he sentido” se levanta como muro infranqueable, pero poco a poco las historias familiares entretejen su red. Es una red de dolor, torpeza e incomprensión. El padre de Ana, exitoso y alcohólico, que mata a su pequeño hijo haciéndolo caer por la escalera. Culpable, no avisa a tiempo. El niño muere y la madre, vencida y enferma, debe ingresar a un sanatorio.
Pero la inmediatez tangible de la historia, las complicidades que se anudan, esa alianza de referencias culturales, de Rayuela en adelante, que sustentan los diálogos, sorpresivos y liberadores, culmina en lo siguiente: “Sabiendo que todo en ti tenía una correspondencia en mí y que no habría nada que pudiera dañar esa armonía, esa simetría encantada. Cubierta de silencio y de espera, pero el al fin madura, en sazón, dispuesta para la noche larguísima en que podríamos tocarnos y abrazarnos y besarnos acostadas y desnudas. Hasta cerrar los ojos de felicidad. Así hicimos el amor por primera vez”.
Con delicada finura, Gonzalo Mallarino logra que su prosa oiga y transmita los compases de esas dos pieles y una única música que ahora, ante el cáncer de huesos de Adriana, cierra este periplo, donde el mundo se descubre a través de la ventana de la enferma, con las plantas y aves inconfundibles de la sabana de Bogotá. Es la muerte la reveladora de nuestra comarca natal como sucedió quizás con los cantos de los trovadores tantos siglos atrás.