De la finitud, de Günter Grass: nuestro libro recomendado de la semana
Juan Gustavo Cobo Borda
DE LA INFINITUD
GÜNTER GRASS
ALFAGUARA,
Barcelona, 2016. 177 páginas
La vejez conlleva que se caigan los dientes, que se olviden las cosas y que se midan los proyectos incumplidos. Aun sin ver bien, la mirada se torna hacia el pasado. Nombres de mujeres amadas, viajes marcados por la aventura. El libro póstumo de Günter Grass (1927-2015) es un preciso recuento que nos trae la imagen de ese abuelo que acompaña a bautizar a sus nietos y visita al maestro ebanista para encargar los ataúdes que necesitarán él y su mujer. Para ella, pino. Para él, abedul.
Así también se desvanecen el gusto y el olfato (sus variadas pipas) y resurgen con furia animal esos arranques de cocinero oficial de la familia que se regodea con antiguos deleites como “riñones de cerdo con salsa de mostaza o sesos empanados con coliflor y puré de patatas” (p. 42) que muchos repudian por razones de dieta o de higiene. El libro no se deshace de todas las ataduras terrestres: relectura de muy recurrentes pasiones, como Rabelais, o cavilaciones actuales sobre la crisis griega o la canciller Angela Merkel.
Pero el mejor Grass, ya sea en el dibujo o en el apunte, es quien cuida aún su jardín, persigue setas recónditas en el bosque, las corta y sazona y vuelve a contemplar búhos, bajo el resplandor nervioso de la luna. El aprendiz de escultor aún busca palpar las formas que se le escapan como los huesos que son ahora lo que fuera carne amada.
El humor, la autocrítica, el despojo, la remembranza, la apatía y la liberación gozosa de arbitrarias ceremonias hacen que este copioso novelista, ganador del Nobel en 1999, vuelva a cohabitar con sus fantasmas, como el célebre El rodaballo, para mostrar la resistente corporeidad de sus invenciones.
Aún tiene ánimo para rendir homenaje a Lévi-Strauss con esa raíz material que dan a su vida sepias, troncos y encuentros con mundos ajenos como Calcuta o Portugal que todavía se mantienen firmes en su ya resbaladiza memoria agujereada. Un testamento, pero también un Renacimiento.