Dead dog in a suitcase (and other love songs) el musical que marcó el Festival Iberoamericano de Teatro
Gabriela Sáenz Laverde
La ópera del mendigo, del compositor John Gay, puso al mundo de cabeza cuando vio la luz en 1728. Fue una revolución contra el gobierno de la época y las injusticias sociales. Gay estaba ofendido de que alguien pudiera ir a la hora por robar una hogaza de pan mientras las clases altas estaban inmunes a la ley. El establecimiento aristocrático londinense de la época estaba enamorado de la ópera italiana que giraba alrededor de las damas, los caballeros, deidades mitológicas, no tenía nada que ver con la gente del común.
La ópera del mendigo, en cambio, tiene que ver con gente un poco sucia haciéndose cosas horribles entre ellos y mostrando al mismo tiempo las injusticias sociales de la época. En ella, el villano Macheath es un ladrón de carreteras a quien el corrupto Peachum busca matar por su dinero, sin saber que su hija Polly se ha casado con él sen secreto.
Gay la llamó ópera, a pesar de ser el equivalente a la música “pop” del momento: las canciones que cantaba la gente en la calle, con letras más bien sucias y melodías sencillas.
Fue una obra incendiaria en la Londres del siglo XVIII, y lo más emocionante que se había visto hasta la época. En palabras del compositor Charles Hazelwood, la mente musical detrás de Dead dog in a suitcase and other love songs, fue el nacimiento de lo que hoy conocemos como el teatro musical. Y aunque desde entonces ha sido puesta en escena innumerables veces, ya no tiene el poder que tuvo en el momento de su estreno.
Por supuesto, no todos los esfuerzos de revitalizarla han sido en vano: al principio del siglo XX, Bertolt Brecht y Kurt Weil la convirtieron en la Ópera de tres centavos, donde nació ese inmortal standard, Mack the knife.
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Pero los tiempos cambian, y el mismo Mack de Weil se volvió anticuado. Es aquí donde entra Kneehigh, una compañía teatral de Liverpool, que llegó al festival iberoamericano de teatro invitada por el British Council. Kneehigh se ha especializado en montajes modernos, donde los actores son quienes interpretan los instrumentos en el escenario. La versión moderna de la ópera nos presenta a un Macheath convertido en sicario, un Peachum corrupto y tontarrón dominado por una esposa con mente criminal, y un perro muerto en una maleta que pasa de mano en mano durante toda la obra, para un desenlace sorprendente.
Los creadores de la obra echaron mano de todos los ritmos que existen en Inglaterra. Entre un policía que se expresa en punk a una pandilla que al mismo tiempo toca ska, Dead dog in a suitcase es una experiencia musical semejante a la que se tendría en un bar en el norte de Londres acompañado de una buena cerveza. Y al mismo tiempo, es una excelente reflexión sobre la corrupción, la miseria humana, el odio, y, cómo no, el amor, que se mantiene tan vigente desde 1728 hasta hoy.
En un escenario tan clásicamente bogotano como el Teatro Colón, Dead dog in a suitcase fue una experiencia única: la magia de la música en vivo, el juego de las luces, el detalle de los títeres (especial mención merecen las moscas que rodean al perro muerto del título) y las actuaciones, especialmente la de Jack Shalloo como el tonto Filch. 10/10
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