“Le cedo el paso a las mujeres para irritar a las feministas”, Mario Vargas Llosa
Plinio Apuleyo Mendoza
Publicado originalmente en Revista Diners No. 62, febrero/marzo de 1974
Según sus más cercanos amigos, Mario Vargas Llosa ha renunciado a la vida mundana para dedicarse en cuerpo y alma a la literatura. No bebe, no fuma, rara vez se acuesta tarde. Trabaja todo el tiempo en un cuarto sin teléfono que alquiló especialmente para escribir en la misma calle de Barcelona donde vive García Márquez.
Veinte años después de haber pasado por los claustros del Leoncio Prado, sigue sometiéndose a una disciplina despiadada de cadetes. Se decreta ocho horas de trabajo diario frente a su máquina de escribir y una hora de ejercicio en un gimnasio, a fin de activar la circulación y los músculos y mantenerse en buena forma para seguir escribiendo al día siguiente.
Desafiando las rachas heladas del invierno, juega una vez por semana al tenis con su amigo, el escritor chileno Jorge Edwards. Edwards, que es un hombre sereno y plácido, devuelve bola tras bola sin prisa, calculando sabiamente cada golpe. Manos, piernas, ojos alertas. Vargas Llosa juega en estado de tensión con la misma voluntad encarnizada y la misma disciplina férrea con que escribe sus novelas.
Cuando lo vimos recientemente en Barcelona, acababa de ser padre de una niña. Wanda Ximena Morgana es la primera hija de Vargas Llosa, luego de dos muchachos de cejas enfáticas, que se parecen a su papá de una manera inquietante. Ser padre de una niña le produce a Mario, según nos dijeron, una aguda zozobra. Un poco en broma, un poco en serio, se le acusa de ser un hombre celoso y posesivo, con todos los reflejos del machismo hispánico y latinoamericano. Un poco en broma, un poco en río, Vargas Llosa parece admitirlo. “Yo en eso soy mahometano”, nos dijo alguna vez, cuando preparábamos un número de la revista Libre, dedicado al tema explosivo de la liberación femenina.
Ahora lo hemos encontrado en la clínica Dexeus, donde Patricia, su mujer, ha dado a luz, contemplando a Wanda Ximena Morgana (siete libras delicadas, envueltas en pañales) con una mezcla de fascinación y asombro. “Estoy inquieto”, nos confiesa. “Desde ayer no hago sino soñar con cinturones de castidad”. No hay broma inocente, según Freud. Y ésta de los cinturones de castidad tuvo la virtud traviesa de cambiar el rumbo de la entrevista que nos habíamos puesto a hacerle a Vargas Llosa.
Mario, no vamos a hablar de literatura.
No, es muy aburrido. ¿De qué podemos hablar?
¿Qué tal si hacemos una entrevista pecaminosa?
¡Hombre!
…y hablamos de sexo, de mujeres, por ejemplo.
¿Pero qué puedo decirte yo de las mujeres?
Empecemos hablando de esta mujer de solo 24 horas de nacida, que está en la cuna. Parece que te inquieta mucho ser padre de una niña. Según dicen, los hijos varones te resultan más tranquilizadores. Ofrecen menos sobresaltos que una mujer a tu futuro padre. ¿Es cierto?
Bueno, yo me siento inseguro, en general, siendo padre. La verdad es que no he logrado superar todavía ninguna de las limitaciones que tengo con respecto de la paternidad. Sin duda quiero mucho a mis hijos, y seguramente voy a querer mucho a esta chiquita (seguramente voy a estar “chocho” con ella). Pero desde muy joven he visto en la paternidad una especie de peligro.
¿Peligro para tu vocación de escritor?
Sí, yo creo que la paternidad y la literatura son inconciliables, más difíciles de conciliar que la literatura y el matrimonio. La literatura es una vocación eminentemente riesgosa: para asumirla de manera auténtica tienes que estar en estado de disponibilidad total. Si quieres hacer una obra, estás obligado a organizar tu vida en función de esa obra, exclusivamente. Bien, yo pienso que en determinados momentos la paternidad puede entrar en colisión violenta y traumática, con un destino así asumido.
Pero nuestra pregunta estaba encaminada a saber si el hecho de ser padre de una hija te produce una inquietud especial, y una cierta fascinación. Porque las relaciones entre hombres y mujeres son mucho más excitantes que entre los hombres. ¿Sabes una cosa? Tienes fama de ser un hombre muy alérgico a las reivindicaciones feministas. Se te acusa de “machismo”, palabra que para las mujeres, o para la mayor parte de ellas, está cargada de significados detestables. ¿Qué puedes decir a ese respecto?
Yo tengo, en realidad, la sensación de que las mujeres dominan al mundo. Una de mis objeciones, ligadas al Movimiento de Liberación Femenina, es que quienes lo dirigen no han tomado conciencia de esta verdad. Y lo que van a conseguir, si triunfan en sus propósitos, es darle vuelta a una situación que las favorece tremendamente. Estoy absolutamente convencido de que bajo una apariencia de dominación masculina, en la mayor parte de las sociedades, con excepción del Vaticano, las que mandan son las mujeres…
También en mi vida han mandado las mujeres: primero mi madre. Después mi primera mujer, después mi segunda mujer …
No obstante, las mujeres más lúcidas suelen denunciar la opresión de la sociedad patriarcal y plantean toda una serie de reivindicaciones concretas. ¿Crees que ninguna de sus exigencias tiene fundamento?
Hay una en la que estoy de acuerdo con ellas, y es la de que las mujeres deben ser pagadas exactamente igual que los hombres. A trabajo igual, salario igual: ésta es una de las cosas que en muchos países no se ha conseguido. Ahora,’el resto de las reivindicaciones me parece sumamente discutible. No solo discutible, sino peligrosísimo. Debemos oponernos.
¿A cuáles te refieres? ¿A la libertad sexual, por ejemplo?
Por ejemplo. En el terreno de la liberación sexual, creo que el hombre y la mujer deben mantener ciertas diferencias para que el sexo siga siendo una actividad estimulante y enriquecedora. Si tú no quieres destruir el sexo como elemento fundamental de la vida humana, estás obligado a mantener esta diferencia, que es la que determina la atracción, la pasión, los celos, en fin, todos los componentes de una relación erótica entre el hombre y la mujer.
¿Crees, pues, que las feministas conspiran contra el sexo?
Sí, yo creo que las feministas, o ciertas feministas, entienden la liberación femenina en el sentido de la destrucción de la relación erótica entre el hombre y la mujer… Proponen una especie de igualdad, de separación tal entre los sexos que todo tipo de relación erótica intersexual queda prácticamente suprimida o pierde su razón de ser. Bueno, yo estoy totalmente en contra. Me parece de un cretinismo peligrosísimo, tan peligroso como el de los santones o el de los ascetas que proponen la castidad, la asexualización de la vida.
¿No irás demasiado lejos? En fin de cuentas, las feministas piden en el terreno sexual prerrogativas iguales a las que hoy tienen los hombres. El derecho de iniciativa, por ejemplo.
Eso es un cuento, ¿Ah? Yo no creo. No creo. La iniciativa surge hoy de las dos partes. Lo que sucede es que existen estrategias y tácticas que son más o menos privativas del sexo masculino, y otras que lo son del sexo femenino. Pero mi impresión es que también en ese terreno hoy en día el abanico de posibilidades que tienen las mujeres es más amplio, más refinado, más sutil que el de los hombres.
En muchos de los personajes masculinos de tus novelas se advierte la clásica dicotomía del latinoamericano medio: cierta degradación del sexo, cierta sublimación del amor.
-¿Qué entiendes por sexo degradado? Si no nos ponemos de acuerdo en este adjetivo, no puedo contestar.
Pienso en el Jaguar y en otros personajes de tus novelas, para quienes existen dos relaciones a distinto nivel: la prostituta y la novia. La primera de estas dos relaciones está envuelta en cierta sordidez. La segunda parece sublimada, romántica. ¿Estás plenamente consciente de esta dicotomía?
Yo creo que hay que distinguir una superestructura religiosa y moral de una práctica sexual. En torno a la práctica sexual existe toda una estructura de prejuicios, de tabúes. Mis novelas reflejan una realidad subdesarrollada. Hay, por una parte, el “machismo” y por otra, la alienación que existe en la relación erótica, esa especie de separación entre un erotismo sentimental y un erotismo sexual. Contra esa situación, muy conscientemente, estoy yo.
La describes, pero no la aceptas.
De ninguna manera. Yo creo que aliena muy profundamente a un ser humano el tratar de separar las dos esferas. A través de mi propia experiencia, entiendo que entre más se confunden las dos esferas, mientras más íntimamente se reúnen, la relación erótica es más rica y estimulante. Ahora bien, en nuestros países, lo sabes mejor que yo, no ocurre así. Los muchachos de la clase media o de la alta burguesía distinguen la relación que tienen con sus novias de la que tienen con sus conquistas fáciles.
Con todo, no creo que pueda hablarse de una degradación del sexo. Creo que en este dominio es preciso combatir los prejuicios y que debe reivindicarse una libertad semejante a la que se exige en el dominio de la creación o en el de la acción política. Pido que haya exactamente el mismo respeto para los maricones, para las lesbianas, para los sádicos, para los masoquistas. Y me opongo al cretinismo de los movimientos de liberación femenina, que lo que pretenden no es la igualdad, sino destruir algo que es una de las grandes compensaciones que tiene el hombre en la vida.
Es un hecho que entre la gente joven de Latinoamérica se establecen hoy relaciones bastante más libres, en las que probablemente sexo y amor no están disociados. A primera vista, la situación que reflejan tus novelas tiende a ser anacrónica. A menos que en Perú las relaciones entre los dos sexos sigan siendo las tradicionales.
No, no creo. Hay un proceso de liberalización, podríamos decir, de las relaciones sexuales, una cierta precocidad en la experiencia erótica de los muchachos y las muchachas. Sin embargo, no creo que ellos estén ganando terreno sobre nosotros en este dominio. Al contrario, lo están perdiendo, pues la liberalización implica en cierto sentido una deserotización de la vida. En la medida en que se ha convertido en algo más fácil y rutinario, el sexo se ha vuelto cada vez menos importante. Eso sí me parece una tragedia.
Crees en el encanto del fruto prohibido…
Bueno, yo creo con el escritor francés Betaille que es siempre necesario mantener un mínimo de restricciones, un mínimo de dificultad para que el sexo siga siendo una actividad estimulante, una fuente de placer.
En la medida en que desaparece la dificultad, el sexo se convierte en una actividad más o menos mecánica, más o menos rutinaria. Los grandes escritores libertinos -y yo soy muy devoto de los escritores malditos- coinciden en esta apreciación curiosísima: mientras más estricta ha sido la educación de una niña y de una adolescente, más dispuesta para el amor será esa mujer cuando sea adulta.
Roger Baillant afirmaba que la superioridad en la cama de las muchachas del siglo XVIII sobre las muchachas del siglo XX, se debía a que las primeras salían de los conventos. Llegaban a la cama de los conventos… Sí, pues, creo que cierta dificultad, cierta obstrucción tienden a preparar para experiencias eróticas mayores. Por supuesto, no hay que convertir el remedio en algo peor que la enfermedad. Pienso que la obstrucción llevada a cierto extremo puede ser tan aniquiladora o más que la liberación absoluta.
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-¿Hasta qué punto crees en la monogamia?
A un hombre que ha estado casado dos veces no puedes hacerle esa pregunta.
Pese a todo, se la hago.
Yo pienso que las relaciones entre las parejas son desgraciadamente transitorias. Están apoyadas en un elemento erótico, y es un hecho, por razones sociales o culturales, que el hombre puede cansarse primero.
La rutina mata a la pasión. Ahora pienso que mientras exista esa pasión, la relación con una sola mujer puede ser mucho más estimulante y enriquecedora, tanto en el terreno del placer como en el sentimental, que la promiscuidad.
Como sabes, muchas mujeres denuncian la galantería como una manera sutil de situarla en una posición inferior. ¿Estarías dispuesto a concederles cierto margen de razón?
Mira, yo creo que los hombres se mueven en la sociedad en función de ciertas convenciones. Que existan, por ejemplo, formas determinadas en el trato del hombre o la mujer, me parece algo inevitable. Dentro de esa convención he sido formado, pero no me importa nada que otros no la practiquen. Me parece una gran ingenuidad pretender cambiar la convención y decir que con ello se lucha por la liberación de la mujer. Es un disparate.
Contabas alguna vez que una mujer te insultó en Nueva York porque tú, hombre bien educado, le cediste el paso.
Cada vez que voy a Nueva York le cedo el paso a todas las mujeres. Y lo hago deliberadamente, para irritar a las feministas.
¿Está de acuerdo con Mario Vargas Llosa? Escríbanos en el recuadro de comentarios.