¿Por qué el realismo mágico comenzó con los vallenatos de Rafael Escalona?
Juan Gossaín
El artículo ¿Por qué el realismo mágico comenzó con los vallenatos de Rafael Escalona? fue publicado originalmente en Revista Diners No. 471 de junio de 2009.
El elogio más grande que se ha hecho de Rafael Escalona no proviene de sus admiradores incontables, sino de sus detractores, que son escasos pero envidiosos.
Se trata de un viejo agravio que el tiempo acabó por convertir en alabanza. Desde que estaba chiquito, cuando mi madre me arrullaba con los cantos vallenatos del maestro, siempre he tropezado con alguien que me dice que esas historias no son obra de Escalona sino de otros compositores.
-De acuerdo -replicó siempre-. Entonces díganme el nombre del verdadero autor.
Nunca he recibido una contestación satisfactoria. Ni siquiera aceptable. Ni siquiera contestación. Por lo cual, después de tantos años, he llegado a una conclusión que es luminosa a fuerza de ser simple: como a la gente le cuesta trabajo creer que a un solo hombre se le hayan ocurrido tantas maravillas, prefiere suponer que son varios sus creadores.
En el fondo, la admiración ante el prodigio los vuelve incrédulos. No les cabe en la cabeza. Los billaristas entienden de lo que estoy hablando: es la eterna carambola que se hace con efecto contrario.
Daniel Samper Pizano, que sí sabe por dónde es que le entra el agua al coco, me dijo un día que para descifrar a García Márquez es necesario pasar primero por Escalona.
Vea también: El vallenato prohibido de Rafael Escalona
Juiciosa observación
Hay que darse un chapuzón en las profundidades de los vallenatos de Rafael Escalona, a la manera de los bautizos en las aguas purificadoras del Jordán, para comprender los orígenes de la magia, descubrir los olores que flotan junto con las mariposas amarillas, seguirle el curso al corazón de la gente, desarmar el misterio como si fuera el mecanismo de un reloj y rastrear metro a metro los recovecos de la tierra nutricia donde se inició el milagro de Macondo.
El que quiera entender las razones que tuvo Remedios, la bella, para salir volando entre el viento de las cuatro de la tarde, debe saber que anteriormente existió una casa en el aire y que fue Escalona quien fundó el territorio encantado donde los armadillos hablan como la gente y las mujeres adivinan el futuro mirando hervir la olla del almuerzo.
Don Clemente Escalona, padre del compositor, también fue coronel de los ejércitos sublevados de la guerra civil, como el abuelo materno del novelista. Nada es gratuito, ni el azar existe. Lo que reina en la naturaleza es la armonía. Gabo sabe mejor que nadie de dónde vienen sus raíces y cuál fue el pecho que lo amamantó en la cuna. La prueba del reconocimiento a dicha paternidad consiste en que Escalona es el único personaje de la vida real que aparece en sus libros con el nombre completo.
Escalona. Foto: Archivo Diners.
El paisaje de la Provincia
El escenario y los protagonistas son los mismos en la literatura de ambos: una vasta geografía que llamaban La Provincia, en el antiguo departamento del Magdalena, incluido, lo que hoy son el Cesar y La Guajira, entre valles fértiles y desiertos impiadosos, algodonales y bananeras, desde el mar hasta la montaña, aldeas arracimadas de ganaderos y contrabandistas de bisutería, indígenas y rancherías, vendedores de pomadas, descendientes de aventureros franceses y mulatos de sombrero.
En ese universo abigarrado, los vallenatos de Rafael Escalona descubrieron la clave secreta de lo que ahora llaman realismo mágico, que consistía sencillamente en contar bien contado el cuento de cada día, ni más ni menos.
Fue maestro de la gracia, que es palabra más castiza que el humor y de rancia estirpe castellana. Bastaría con recordar lo que le pasó al pobrecito de Juan Gregorio, un labriego inocente que tuvo la mala idea de irse a viajar y dejó su mujer al cuidado de Escalona.
Lea cantando
Si Juan le dice que soy bobo.
que nadie se lo vaya a creer,
porque Escalona es bueno en todo, caramba, menos pa cuidar mujer …
Fue maestro del retruécano, malabarista de la palabra, especialista en hacer juegos de pirotecnia con el idioma:
Yo hice un bien, pero me fue muy mal,
yo hice un mal, pero me fue peor,
y ahora no hago bien ni mal
a ver si me va mejor.
Su ingenio parecía inagotable, al igual que las playas de Puerto López o la serranía que nace en los confines de Perijá, hasta llegar a convertirse en memorialista magnífico del derecho penal, tratadista de la prueba a la altura del gran Becaría, como lo confirma el caso de aquella célebre custodia de oro que desapareció en e! pueblo de Badillo:
No tiene el mismo tamaño, no pesa lo mismo,
no tiene el mismo color,
entonces no es ella.
No conozco jurisperito que haya presentado ante los tribunales un alegato tan contundente. Lo asombroso es que ese cronista sin comparación, doblado en abogado, es el mismo poeta que escribió algunas de las metáforas más brillantes de la literatura colombiana:
Está lloviendo en la Nevada, y en el Valle va a llover;
el relámpago se ve
como vela que se apaga.
Versos desgarradores
Haga usted el ejercicio de pegarle un pis tero con los dedos a la llama de una vela. Cuando se apague con un suspiro descu brirá lo que es un relámpago en miniatura. No hay motivo para el asombro.
Es el mis mo hombre al que se le ocurrió comparar la voz ya remota de una mujer, perdida en los pantanos de la memoria, con el ave que canta en la selva y no se ve. Es también el mismo que con unos versos desgarradores pero risueños, dignos de las coplas dolorosas de Jorge Manrique, se ofrece a morir en lugar de su amigo el pintor.
En los vallenatos de Rafael Escalona campean la sonrisa disimulada y la carcajada rotunda, aliñadas con la donosura de los cronistas verdaderos: era el notario de las menudencias cotidianas de su aldea, heredero mayor de los cronistas que enviaba España a describir los portentos de Indias, comenzando por Juan de Castellanos y Fernández de Oviedo.
Fue Escalona quien sembró la primera milla, que cayó sobre el suelo fértil de Macondo, como aquel grano de mostaza menciona la Biblia. García Márquez cultivo esa planta con el amor de un cosechero. La diferencia radica en que Escalona nos cuenta una historia del campanario parroquial que Gabito transforma en historia universal, siguiendo las lecciones de Tolstoi.
Un género literario
Esa es la razón por la que sostengo que de Escalona a Leandro Díaz, de Tobías Enrique Pumarejo a Adolfo Pacheco, el vallenato no puede considerarse un género musical sino un género literario. García Márquez es su exponente más celebrado, pero, Escalona fue su primer cronista, Leandro y Don Toba, sus mejores poetas, y Pacheco es la revoltura afortunada de todos ellos.
Me dicen que Escalona se murió el mes pasado. Eso no tiene importancia. Al fin y al cabo, lo importante no es que un hombre esté vivo; lo importante es que los vallenatos de Rafael Escalona sobrevivan.
Antes de morirse, Escalona ya era inmortal en el alma del pueblo, junto con la Vieja Sara, el compadre Simón, el pobre Migue, el doctor Molina, la señora patillalera, el gavilán cebado que se llevaba las pollitas, ese diablo al que le llaman tren, el general Dangond que era temible en el campo de batalla pero en El Molino lo veían llorar por el corazón de una muchacha, y junto con Juana Arias, que era tan escandalosa, y hasta con el perro de Pavajeau, que del patio de la casa desterró al gallo, la gallina y hasta el gato.