Macaco: La música y el corazón en la maleta
Jaime Pérez-Seoane
De mono tiene poca apariencia, si obviamos un par de brazos considerablemente largos y un pelo rubio que lo haría portador obligado de ese alias en este lado del charco. De niño ya era un “mico” para su mamá, y el galope implacable del tiempo lo convirtió en Macaco. Su nombre real es Daniel Carbonell. Nació en Barcelona un agosto de hace cuarenta y tantos, y, como digno hijo de la ciudad condal, creció en él un alma multicultural. De ahí la armonía de su música, más revuelto que género, y de ahí su lírica, más humana que política, más relato que poesía.
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Con el último (Historias Tattoaadas, que presentó en Colombia hace un par de meses) son ocho los discos que ha puesto a girar por el mundo, el único lugar del que se siente ciudadano. Abanderado de los mensajes sobre romper fronteras y mezclar culturas, Macaco vive con la maleta en la mano, y de ella brotan sus canciones. Precisamente maleta en mano – antes de viajar hacia Las Islas Baleares, en el corazón del Mediterráneo – Daniel Carbonell habló con Diners.
“En aquel viaje – dice, refiriéndose a su última visita a Colombia – también visitamos México, Puerto Rico y Estados Unidos”. Las giras de Carbonell y su banda acostumbran a tener un doble propósito: Primero, el de difundir su música – un sonido que su propio autor no quiere etiquetar; un pop alojado entre el reggae y la rumba flamenca – y, segundo, el de acompañarla con acciones. “Desde que empezamos, decidimos utilizar nuestra posición pública para apoyar actos en beneficio de la gente y el planeta. No podemos participar en todas las peticiones que llegan a nuestra oficina – dice refiriéndose a su sello, Mundo Zurdo – pero intentamos generar conciencia en todos los países que visitamos”.
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Carente de pretensiones técnicas, en la música de Macaco se identifican una melodía fácil y una letra pegadiza. Seguidores o detractores, cualquiera que haya escuchado alguno de sus éxitos – “Con la mano levantá” y “Moving” dieron la vuelta al globo – conoce su mensaje universal, optimista y ecléctico.
“De vez en cuando grabamos temas más agitados”, advierte Dani, quien se refiere como ejemplo a “Semillas”, una canción denuncia del último disco contra la comida transgénica. Inmediatamente después, se acuerda del primer sencillo del disco, “Hijos de un mismo Dios”, y me concede parte de razón. “Es cierto, la mayoría de nuestras letras giran en torno a una visión unificadora de las cosas. Mandamos un mensaje de esperanza”.
Las dos facetas de Macaco (las de compositor y activista) se confunden dentro y fuera de escena. “Soy músico primero, aunque mi abuelo, que me inculcó el amor por la poesía, también lo hizo por el campo”. Se desentiende de todos aquellos que lo confunden con la voz de una facción política. “No porto ninguna bandera ni represento nada. Simplemente me involucro por el bienestar de nuestro planeta”.
En Colombia también se involucró, aunque con excesivas prisas por exigencias de la gira, apoyando la liberación de “Semilla”, una tortuga marina en Santa Marta. “El proyecto de las tortugas marinas nos llamó especialmente la atención porque involucra a tres actores de peso. Un grupo de biólogos de la Universidad Jorge Tadeo Lozano se juntaron con los amantes de las tortugas y el mundo audiovisual”. Del rescate de la tortuga, que comparte nombre con uno de sus últimos sencillos, se compuso una pequeña serie documental. “Sólo pudimos dedicar un día a nuestra visita a Santa Marta, pero no crean que venimos a figurar. Nuestro compromiso es total”.
La conexión entre Carbonell y Colombia va más allá de su preocupación por la supervivencia de las tortugas. En sus últimos viajes, hizo migas con Aterciopelados, y terminó participando en el DVD de sus grandes éxitos. Antes de aquello, había recorrido el continente – compartiendo escena en varios países con Los Fabulosos Cadillacs – y llenado el bogotano Armando Music Hall.
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Conciliador y nómada, Macaco considera esencial hablar de las cosas como vía para resolverlas, y coge de Benedetti su idea de los puentes de la palabra. “Vivimos en el mundo de la desinformación; Internet nos permite conocerlo todo, pero al tiempo nos inunda la cabeza con mentiras”. No considera una obligación para nadie hablar de ciertos temas ni vivir de cierta forma, y defiende la coherencia entre lo que se dice y se hace. “Una de mis grandes obsesiones es la ecología, el tratamiento del planeta y respeto al propio cuerpo. Por eso he denunciado el tema de los transgénicos desde el principio. Soy muy cuidadoso con lo que como, pero no rechazo un tequila de vez en cuando”.
La ambición social de Daniel Carbonell lo ha llevado a ganarse amigos y enemigos sin quererlo. “Cuando te conviertes en un personaje público, la gente se crea la imagen de ti que quiere crearse. Es inevitable”. A través de sus historias tattooadas, el español narra experiencias vitales, cargadas de honestidad y buenas intenciones. Y esa coherencia lo convierte, independientemente del regusto que su música provoque, en un verdadero artista.