Mozart: guía práctica para principiantes
Laura Galindo M.
Se dice de Mozart que murió solo, pobre y envenenado. Que en su funeral caía una lluvia torrencial, que solo asistieron un par de amigos con sombrillas y que a su esposa Constanze no se le vio ni en la misa. Dicen que fue a las tres de la tarde, igual que Jesús. Que como el día era cada vez más oscuro y la lluvia más fuerte, la triste procesión que lo acompañaba al cementerio de Schulerstrasse se devolvió antes de llegar a la primera mitad del camino. Que no hubo nadie cuando lo bajaron a la tumba, que no era una tumba sino una fosa común y que de fondo y por arte de magia, sonaba el Lacrimosa de su Réquiem en Re menor.
Por más atractiva que resulte la historia del genio que muere en la miseria y que logra poner hasta al clima de luto, no es más que un rumor salido de otro rumor que alguien dijo primero. Culpa de los biógrafos, que en su afán de dar grandes plumas prefirieron contar una verdad rococó; del compositor ruso Rimsky Kórsakov que en 1898 escribió una ópera thriller con el supuesto envenenamiento de Mozart, y del director Milos Forman que con su cinta Amadeus no hizo nada distinto de una muy buena película de ficción inspirada en un personaje real.
El día del entierro no llovió. La oficina meteorológica de Viena registra, en sus reportes de ese entonces, una temperatura de 38 ºF. No hubo sombrillas ni nadie que se devolviera huyendo de tormentas. Tampoco se murió solo. Si bien el funeral de Mozart no fue tan concurrido como el de Beethoven y de otros músicos, en ningún momento estuvo vacío. Sobre su muerte se ha especulado cualquier cantidad de causas: meningitis, fiebre reumática, un paro cardiaco, envenenamiento con mercurio, un problema de tiroides, falla renal y hasta gripa. No lo enterraron en una fosa común. En la época y por cuestiones de salubridad, la ley hacía obligatorio el uso de tumbas comunales, dos niños y seis adultos en cada una. Tenía deudas, pero no fue pobre y nadie vio a madame Mozart porque al parecer, en la Viena del siglo XVIII, las mujeres no asistían a servicios funerarios.
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EL RÉQUIEM EN TODAS PARTES
Y por supuesto, el Réquiem no se oyó de la nada durante el funeral. Se escuchó –por una orquesta y no por la magia del cosmos– cuando enterraron a Haydn y a Beethoven en Viena, a Chopin y a Napoleón en París. En una misa por la memoria de John F. Kennedy en Boston y en el homenaje a García Márquez que le hicieron en Bogotá, a los pocos días de su muerte.
Sonó cuando Nocturno, el mutante de la película los X-Men, se mete a la fuerza en la Casa Blanca para asesinar al presidente. Mientras Lecter revisa su agenda en la serie Hannibal, de NBC, y cuando Tracy Jordan decide crear un videojuego pornográfico y compara su genialidad con la de Mozart en 30 Rock, la serie de Tina Fey. En la charla de Jeffrey, el “Dude”, con su homónimo rico y anciano frente a la chimenea en la cinta El Gran Lebowski y en el final de la tercera temporada de la serie Smallville, mientras a Lionel Luthor le afeitan la cabeza en prisión, Lex toma brandy envenenado y Clark renace bajo las promesas de Jor-El.
Cuando Cate Blanchett, convertida en Isabel I para la película Elizabeth, decide morirse virgen y se declara casada con Inglaterra. En un episodio de Los Simpson donde Bart es Mozart y Lisa es Salieri. En una canción del grupo de rock Evanescence, en un rap de Ludacris y hasta en el comercial de unos tenis de Nike. El Réquiem en Re menor ha sonado por todas partes, y el próximo 4 de abril volverá a sonar en el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo como cierre del Segundo Festival Internacional de Música de Bogotá.
BOGOTÁ ES MOZART
Desde que en mayo de 2012 la Unesco nombró a Bogotá como una de las cuatro ciudades creativas del mundo, en Semana Santa, los años pares son de teatro y los impares de música. El Teatro Mayor se encargó de que la capital hubiera sido Beethoven, de que ahora sea Mozart y espera que la historia se repita en dos años con el compositor que ya eligieron, pero aún mantienen en secreto.
Este año serán setenta y tres conciertos, quince escenarios y diez localidades durante cuatro días. “Nosotros organizamos el festival, pero este se apropia de Bogotá”, dice Sandra Meluk, directora de programación del teatro. Estará en las bibliotecas Julio Mario Santo Domingo, Tintal, Virgilio Barco y Tunal; en los teatros Jorge Eliécer Gaitán y Colón; en los auditorios Huitacá y Fabio Lozano, y en escenarios de Suba, Servitá y Bosa.
“No podíamos cerrar sino con esta obra”, dice Meluk hablando del Réquiem. Lo tocará la Staatskapelle Halle –Orquesta Sinfónica de Halle–, lo cantará el Coro de la Ópera de Colombia y lo dirigirá el español Josep Caballé Domenech. “Es un reto gigante porque es una obra muy conocida que se ha hecho muchas veces y de muchísimas formas”, dice Luis Díaz, director del coro. Aunque se sentará entre el público cuando llegue el momento de subir la música al escenario, él habrá sido artífice de las voces que se juntan en cada número.
UNA HISTORIA PARTICULAR
Con el Réquiem también se ha jugado al teléfono roto y la historia va más o menos así: por arte de la misma magia que hizo sonar el Lacrimosa durante su funeral, apareció un misterioso hombre vestido de negro que le encargó a Mozart componer una misa de muertos. Conforme escribía cada una de las partes del encargo su cuerpo se iba deteriorando, tanto es así, que en varias ocasiones su esposa le prohibió terminar el trabajo. Ya en su lecho de muerte, entre sudores y desvaríos de envenenado, le dictó a su archienemigo y asesino, Anton Salieri, las notas del Confutatis y dejó esbozos para las partes faltantes. El misterioso hombre vestido de negro era la muerte.
Suena digno de contar, lástima que no fue cierto. La misa se trató de un encargo de Franz Von Walsegg, un conde aficionado a la música que vivía en la parte baja de Austria. La composición de la obra sí tuvo contratiempos, pero no por prohibiciones de madame Mozart, sino por un viaje a Praga y trabajos más urgentes como La flauta mágica y La clemencia de Tito. Salieri no envenenó a nadie, no tuvo archienemigos y tampoco algo que ver con el Réquiem, que en realidad fue terminado por Franc Süssmayr, alumno y copista de Mozart.
Con nombres y apellidos es el Réquiem en Re menor KV 626 para coro, solistas y orquesta, fue pensado para acompañar el rito católico y cada una de sus partes corresponde a un momento específico de la misa de difuntos. “En él se expresan situaciones y emociones humanas con sonidos”, dice Deborah York, soprano solista en el concierto que dará fin a Bogotá es Mozart. Por haber inspirado óperas pasionales, biógrafos con alma de novelistas y guiones que arrasan en los premios Óscar, esta obra hay que escucharla. Es sinónimo de Mozart, como dice el Teatro Mayor; es un reto, como dice Luis Díaz, y un reflejo humano, como dice Débora York.
Y por si las razones aún no son suficientes, una vez se termine el festival, las orquestas Puerto Candelaria y La Mambanegra harán bailar a los asistentes con sus versiones de Mozart en cumbia, salsa y jazz.