Paula Sibilia: la intimidad como espectáculo
Ángela Cruz
En medio del escándalo por la publicación de cientos de fotografías de famosas desnudas en internet, la antropóloga Paula Sibilia, autora de La intimidad como espectáculo y El hombre postorgánico, invitada especial al Festival Visiones de México del Fondo de Cultura Económica, se pregunta por qué, hoy en día, la percepción y la relación con el cuerpo es tan dependiente de la realidad tecnológica en la que estamos envueltos.
Para Sibilia, la tecnología no es causa de los cambios en nuestra percepción de la distancia, la muerte y el cuerpo sino que más bien es parte de una gran serie de transformaciones que son frutos de procesos históricos complejos; se empiezan a dar transformaciones de índole política, cultural, social y moral que permiten la creación de la tecnología digital para ser reforzadas:
“La idea del cuerpo como una máquina es una idea que fue muy importante a lo largo de toda la era moderna, desde el siglo XVII hasta el siglo XX, y la medicina moderna, la anatomía, la fisiología, trataban de poner a ese cuerpo como una máquina. Pensemos en el aparato circulatorio, el aparato respiratorio, como máquinas que están dentro del cuerpo y al mismo cuerpo en su conjunto como una máquina analógica, como un ensamble de piezas animado por una energía vital más o menos misteriosa, que no se podía modificar de manera profunda”, afirma.
El surgimiento de las tecnologías digitales marca una ruptura: son metáforas para considerar al cuerpo como animado por un software la medida en que nos permite ver al cuerpo en funcionamiento. El hecho de que los escáneres, las tomografías y demás herramientas tecnológicas nos permitan decodificar la información, ver las sustancias corporales fluir, hace que tengamos explicaciones más acertadas sobre atributos y comportamientos que antes nos resultaban inescrutables y nos permite tener una sensación de control sobre el cuerpo mucho más fuerte. Lo que se puede hacer con el cuerpo se ha transformado, pero a la vez lo ha hecho lo que se quiere hacer con él.
Para Sibilia, somos nosotros quienes hemos inventado el gobierno de las tecnologías sobre el cuerpo: surgen a partir de nuestras propias necesidades y las elecciones que hemos hecho para suplirlas. Lo que podemos cuestionar, entonces, es su importancia en nuestra vida cotidiana: “en algún sentido nos volvimos ‘compatibles’ con los smartphones, con Internet, con las computadoras, en buena medida porque nuestra sociedad demandaba otras formas de relacionarse con uno mismo, con los otros y con el mundo. Las otras categorías anteriores no terminaban de satisfacer nuestras demandas porque precisábamos artefactos que nos permitieran estar conectados con mucha más gente y también sin límites de tiempo y espacio. Claro que esto es muy productivo, en estos términos el capitalismo necesita de ello, pero creo que uno de los ingredientes más importantes de los cambios que estas tecnologías suponen es la importancia de la imagen en la construcción de sí mismo y de las relaciones con los demás”.
Esto está presente en la obra de Sibilia como un desplazamiento del eje en torno al cual nos construimos como sujetos: cada vez usamos más la tecnología, las redes sociales especialmente, para contar y contarnos quiénes somos y hacer válida nuestra existencia, “así como en otros tiempos se usaba el diario íntimo, las cartas o el álbum de fotos”. El eje sobre el que construimos lo que somos se desplaza de adentro hacia afuera: de la creencia en la interioridad como lo valioso y determinante de la persona, en oposición a las apariencias, hacia la imagen como único testimonio de la existencia. Según Sibilia, cada vez más “nos apoyamos en la visibilidad para construir lo que somos, no es casual que haya pantallas por todos lados y la mirada del otro es fundamental porque está en la capacidad de juzgar. De la mirada del otro irradia la verdad sobre lo que somos, más que de adentro de cada uno”.
En ese sentido, la visibilización de lo que somos en las redes sociales puede ser a veces incontrolable; no todos sus riesgos pueden ser previstos. Al preguntarle a la autora sobre este problema —evidente en el caso de las fotografías eróticas de celebridades como Jennifer Lawrence que se filtraron en la red—, afirma que en cierto modo, todos somos responsables de administrar nuestra visibilidad, sin embargo esto se hace difícil pues hemos perdido ese anclaje en la interioridad. Eso hace que problemáticas como el bullying, que siempre ha existido, se agudicen y magnifiquen en nuestra época, en la medida en que el espacio y el peso de la vida interior en la definición de cada uno va aminorándose y cada vez dependemos más del qué dirán para narrarnos a nosotros mismos.
Ahora bien, la interioridad tampoco es fácil de controlar, en ella caben los impulsos, las pasiones y las culpas, pero de alguna manera está más protegida, ofrece seguridades como la intimidad, “el pudor, el decoro, todo eso son válvulas protectoras de ese universo basado en la vida interior. Ahora, en estas nuevas formas de construcción de sí, la falta de control es diferente; uno trata de controlar las formas en que se expone —algunos usan programas de edición para publicar sus fotografías—, pero nada está garantizado, y esa es la gran susceptibilidad de la subjetividad contemporánea porque el otro puede ver algo que quizás no queríamos que viera o ver lo que nosotros le mostramos de otra forma”.
En el caso del bullying, para Sibilia, este se ha vuelto relevante y un fenómeno, del que la sociedad siente que debe ocuparse, en la medida en que las amonestaciones, las malas notas —reflejo de la interioridad— han perdido valor frente al comentario desobligante de los pares.
El drama de la interioridad, la culpa, se desplaza hacia lo externo, la vergüenza. La construcción en la visibilidad tiene más peso, lo que para el caso de las fotografías íntimas de las celebridades, genera un nuevo drama, pero también una nueva responsabilidad en la medida en que desde el momento en que la imagen es capturada existe ahora la potencialidad de que sea vista por otros de manera masiva, gracias a Internet. “Probablemente”, afirma Sibila, “ una mujer del siglo XIX no se habría tomado este tipo de fotos tan fácilmente, aún teniendo la posibilidad”, lo que señala la profundidad de las transformaciones de la construcción de lo que somos y de la manera en que consideramos lo privado y lo público. “No es que haya desparecido la diferencia entre lo público y lo privado, pero en algún punto esas paredes protegidas con cámaras de seguridad, se desdibujan, se dejan infiltrar por redes. Las redes traspasan todas las paredes que protegen el espacio privado. La intimidad del espacio privado no ha dejado de existir, solo se ha complicado, se ha extendido”.
De esta manera, concluye Sibila, podemos usar ahora, más bien, el término “extimidad” en la medida en que no basta que algo nos suceda en el espacio privado sino que para que adquiera consistencia debe ser visto por los demás, así sean desconocidos: los seguidores de Twitter, los amigos de Facebook.
En muchos casos no sabemos qué pasa concretamente: hay celebridades que le deben su fama a imágenes “filtradas” y existe la violencia de publicar las fotos íntimas de alguien sin su autorización, pero sobre todo, existe el manto de la duda sobre los fines que se persiguen al exponerse: “El mismo hecho de que esto se ponga en cuestión da cuenta de que nuestros valores han cambiado. Hay gente que se expone porque quiere y esto no podría haber sucedido antes en el siglo XIX, pues estas mujeres no solo no serían celebridades sino que estarían condenadas a la marginalidad”.