¿Queremos tanto a Julio?

Apuntes sobre el centenario de Julio Cortázar.
 
¿Queremos tanto a Julio?
Foto: Revista Life
POR: 
Ángela Cruz

“Todavía no sentimos montar los recuerdos, esa necesidad de inventariar el pasado que crece con la soledad y el hastío.”

—Julio Cortázar, “Queremos tanto a Glenda”.

En Argentina todo está listo para celebrar hoy, 26 de agosto, el centenario del nacimiento de ese gigante, literal y figuradamente, que fue Julio Cortázar al que el Estado ha consagrado este año y a quien dedicará desde hoy la muestra “Otros cielos”, en la que se intentará exhibir las diferentes facetas del autor a partir de su colección personal. En el transcurso del fin de semana, el centenario de Cortázar fue objeto de cientos de artículos en los que se destaca la accidentalidad de su nacimiento en Bruselas, la peculiaridad de su gigantismo acromegálico, su intenso gusto por el jazz y la presencia del mismo en su obra, su nostálgica visión del tango, la revolucionaria estructura de Rayuela y en fin, todos los rasgos conocidos, reconocidos y repetidos hasta el cansancio, de este autor que sin duda resulta fundamental dentro del panorama literario latinoamericano.

Ante este panorama, en el que se encuentran maravillosas semblanzas de quienes tuvieron la fortuna de conocerlo y que compartieron con él el momento del boom latinoamericano, piensa uno que es poco lo que podría decirse sin caer en repeticiones e inexactitudes. Por esta razón, mi aproximación al centenario de Cortázar dista de la mirada del experto y se acerca más a la experiencia de la lectura. Tras varios años de haberme dedicado a la enseñanza escolar de la literatura, el cuestionamiento principal que me planteo sobre Cortázar es si ha envejecido bien, de hecho, más puntualmente, si en realidad ha envejecido.

Razones de supervivencia

“Lo cierto es irse. Quedarse es ya la mentira, la construcción, las paredes que parcelan el espacio sin anularlo”
—Julio Cortázar, “Diario de Andrés Fava”.

Hace más de un año, al escribir sobre el cincuentenario de Rayuela, recordaba mi primer acercamiento a la obra del autor, que tuvo lugar en el colegio, cuando cursaba grado octavo. Me pregunto entonces qué tanto de esa aproximación juvenil ha influido en mi apreciación de su obra y en la indiferencia que algunas veces advierto hacia la misma en los jóvenes que ya han salido del currículo de la secundaria y llegan a la adultez en un, no sé si feliz, pero seguramente involuntario olvido de aquellos cuentos que, como “La señorita Cora” o “La noche bocarriba” se leen en las clases de español. Resulta difícil, casi imposible, rastrear cuánto de ese entusiasmo juvenil que despierta el hombre que vomita conejitos, o que intenta ponerse un pulóver, sobrevive a los controles de lectura, los ensayos y los intentos de reseña a los que miles de estudiantes se ven sometidos durante este primer acercamiento a la aventura cortazariana.

¿Cuáles son las razones para leer a Cortázar? En la Revista de la Universidad de México, hace 10 años, Saúl Yurkievich publicó sus “Diez razones para leer a Cortázar”, las cuales revisito hoy para intentar descifrar los motivos por los que, al parecer, el entusiasmo de los jóvenes se apaga, paradójicamente, cuando al autor se le desliga de la tarea. Inicia Yurkievich con las razones literaria y estética, que sin duda resultan irrebatibles debido a la cuidadosa elaboración lingüística que el autor propone en cada uno de su trabajos, para continuar con su carga existencial y erótica que lo convierten en lo que se denomina un “autor universal”, esto es, uno cuya obra puede deslindarse del contexto histórico, geográfico y político, para apelar directamente a los temas comunes de la naturaleza humana, de manera que lectores de diversos orígenes puedan encontrar en él una revelación sobre su propia existencia y lograr de este modo, un efecto de comunión que trasciende a la palabra misma, que tan cuidadosa y metódicamente ha sido elegida por quien escribe, y de este modo construye una intimidad profunda entre la experiencia personal del lector y el texto que se le presenta.

Posteriormente, Yurkievich señala las razones lúdicas y humorísticas que se encuentran en la literatura de Cortázar y que hacen de su lectura un ejercicio que sobrepasa la pretensión académica y se adentra en la naturaleza del juego como un dispositivo para transgredir y burlar, en cierto modo, las normas sociales, los convencionalismos y las restricciones que el uso social le impone al lenguaje. Sobre este componente lúdico y humorístico, el mismo Cortázar dirá, en una de sus clases en Berkeley —recogidas en un volumen por Alfaguara— : “El humor está pasando continuamente la guadaña por debajo de todos los pedestales, de todas las pedanterías, de todas las palabras con muchas mayúsculas” (Clases de literatura, p. 159). Sin embargo, ¿es este componente de su obra lo suficientemente divulgado entre los primeros lectores? ¿Se ahoga, tal vez, en la impuesta solemnidad escolar? ¿Riñe, quizás, con los propósitos “educativos” que se le asignan a su lectura? Probablemente, proponer una lectura de Cortázar que tenga en cuenta este elemento sea más provechoso que la mera exposición de sus relatos como material de ejercicio para análisis de textos. Bajo esa estantería es preciso, también, pasar la guadaña pues, añade el propio Cortázar en la misma clase al referirse a su descubrimiento del humor como herramienta literaria, “teníamos en el humor no un auxiliar sino uno de los componentes más valiosos y fecundos que las armas literarias pueden dar a un escritor” (Clases de literatura, p. 160). Esta afirmación, que se vincula precisamente a la noción del juego, logra en cierto modo sustraer la obra de las particularidades de lo histórico y le permite sobrevivir, a la vez que nos permite tener un lugar alterno a la realidad ostensiva en el cual descansar.

Casi para finalizar, señala Yurkievich —cuyo artículo claramente recomiendo y sobre el cual no me extenderé mucho más— la que denomina “razón cultural”. Respecto a lo anterior señala el texto: “Cortázar está inmenso en la cultura de su tiempo, es su más activo partícipe. Instalado en el centro de la creatividad moderna, todo lo asimila y lo transforma en su propia sustancia” (Diez razones para leer a Cortázar, p. 31). Sin duda alguna, Cortázar fue un “hombre de su tiempo” —si es que hay quien no lo sea—, con referencias modernas que vincularon a través de la ficción a puntos del espectro cultural que se veían distantes en las obras de otros autores. La razón cultural para leer a Cortázar es válida si reconocemos en él a un hombre cosmopolita, ávido de la experiencia del mundo, abierto a las posibilidades. Tal vez, sin embargo, es el espíritu de nuestro tiempo el que no logra sintonizarse con esa avidez y de pronto es en la promoción de esa curiosidad por el mundo en la que su lectura guiada debería centrarse.

El placer, la juventud

“La explicación es un error bien vestido.”
—Julio Cortázar, Rayuela.

Vale la pena preguntarnos si en verdad queremos tanto a Julio, si tanta repetición sobre su alrededor y su persona, digamos, “real”, tanto énfasis en “Julio el gigante” y no en la obra de Cortázar, no estará despojando a esta última de su juventud. Preguntarnos tal vez si estamos recorriendo el camino a la inversa al llevar a los presentes y futuros lectores de Cortázar de la explicación al placer y no al contrario. Este interrogante cobra vital importancia si nos atenemos a lo que el mismo Cortázar plantea sobre la obra literaria, entendida entonces como un “hecho estético que se basta a sí mismo, pero (que) al mismo tiempo (…) una emanación de fuerzas, tensiones y situaciones, que la llevaron a ser como es y no de otra manera” (Clases de literatura, p. 282). De este modo, no se desconoce la suficiencia y autonomía del texto literario como producto estético, antes bien, se asume la particularidad de su contexto de producción como un paso adicional al proceso de lectura, un valor agregado al deleite de leer que ya es por sí solo un gozo superior.

Desde este punto de vista es justo que se reconozca en Cortázar a un autor que puede escapar a su tiempo aun cuando es producto de él, porque las flores que surgen de lo plantado en sus textos no dependen solo de su intención al escribir sino de un ejercicio de cooperación entre lector y escritor.

¿Es Cortázar un autor joven o un anquilosado dinosaurio de los libros de texto? La respuesta a esta pregunta depende de la inquietud con la que el lector se acerque a su trabajo, con la multiplicidad de su obra, tanto crítica como en el campo de la ficción, que no debe negársele a nuestros jóvenes. Es en ese caos ordenado, en ese resquebrajamiento del orden lógico —que hoy en día ha sido remplazado por el periodismo literario y la autobiografía como género mayor—, en el que reside el verdadero placer de leer a Cortázar. Acercase a su lectura desde el placer estético es el camino en el que tanto él como nosotros, podemos escapar a la tiranía de los hechos y encontrar la maravilla de reinventar la realidad. Es ahí donde, como diría en su cuento “Flor amarilla”, podemos decir que “parece broma, pero todos somos inmortales”, reinventamos la fatalidad y podemos finalmente, vencer a la única certeza de nuestro destino humano.

         

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agosto
26 / 2014