Justin Torres: la novísima estrella de las letras

"Nosotros los animales" de Justin Torres se convirtió en un éxito inmediato de público y crítica desde su lanzamiento en los Estados Unidos a finales de 2011.
 
POR: 
Giuseppe Caputo

Aclamada por medios como Granta y The New Yorker, esta novela coming of age ha sido traducida a 13 idiomas en poco más de un año. Su autor habla por primera vez con un medio en español.

A Justin Torres (Estados Unidos, 1980) le sigue sorprendiendo la avalancha de elogios que su primera novela Nosotros los animales ha cosechado en los Estados Unidos. Para el escritor Michael Cunningham, la obra es una joya oscura, un libro que no se parece a nada que haya leído antes. Para la revista Esquire, la historia es pura dinamita lírica. Para The New Yorker, el aullido comunal de una familia. Para Granta, un cofre lleno de imágenes inolvidables y hechizantes, un tesoro.

Otros medios han definido el libro como un milagro y una oda feroz a la niñez. Como un debut adictivo, inolvidable, sobre el amor salvaje entre padres, hijos y hermanos. O como una de las novelas sobre infancia y adolescencia más sobresalientes desde El guardián entre el centeno. A todas estas celebraciones hay que sumarle el hecho de que, en poco más de un año, la obra ha sido traducida a 13 idiomas y contando.

Nosotros los animales es un libro de radicalidades. El comportamiento extremo de toda la familia –de la madre, del padre y de los tres niños– es una constante en la obra. Los hermanos, por ejemplo, pasan de quererlo todo a no querer nada. Se narran a veces como monstruos y otras veces como la Santísima Trinidad; es decir, repentinamente pasan de lo grotesco a lo venerable. Y la madre, por mencionar otro caso, le pide en un momento al narrador que no crezca nunca: lo carga y lo consiente, y dos líneas después lo está golpeando y empujando.

¿Era consciente de los extremos mientras escribía?
Totalmente. Pienso, siento, que cuando uno madura, o mientras uno va madurando, los extremos empiezan a volverse menos atractivos. Entonces uno comienza a buscar algo parecido a un equilibrio. Los niños, por naturaleza, se sienten atraídos por los extremos, quieren llevar todo al límite. Son vulnerables y sin embargo están abiertos al dolor, a un gran dolor físico, pero también a una alegría extática, una alegría casi violenta. Cuando uno va creciendo empieza a cambiar esos extremos por un comportamiento humano más civilizado. En el caso de este libro, los padres son muy jóvenes y tampoco han alcanzado ellos mismos ese punto de equilibrio, ese balance. Como los niños, los padres se sienten atraídos por los extremos: por eso pasan de una alegría casi absoluta a la violencia. No hay nada, entonces, que lleve a la familia a algo parecido a un estado medio, a un estado de equilibrio.

A veces parece que los tres niños protagonistas sufren la escasez de comida y que tienen una necesidad de llenar espacios vacíos. ¿Qué cree usted: lo de ellos es hambre o voracidad?
Yo creo que estos niños están en un estado permanente de hambre. Es un hambre que a veces es alegre y otras, desesperada. Y esa hambre suya a veces es voraz: entonces nada nunca es suficiente. Como sus padres son muy jóvenes, no tienen la capacidad de darles todo lo que necesitan, se quedan cortos siempre.
Por otro lado, también quería explorar el hambre como una metáfora mucha más amplia de la infancia: el sentir que no estás teniendo, recibiendo, sintiendo lo suficiente.

“De todas las bestias, el niño es la más difícil de manejar. En la medida en que todavía no tiene disciplinada la fuente de su raciocinio, se hace artero, violento y la más terrible de las bestias. Por eso es necesario domarlo con cadenas”. ¿Por qué decidió usar esa frase de Platón como epígrafe, está de acuerdo con él?
Yo sabía que este era un libro sobre la infancia. De cómo abordamos, examinamos lo salvaje. Comencé a leer lo que filósofos, poetas, intelectuales habían dicho sobre la condición de la infancia y llegué a esa frase de Platón, que me impactó porque se vale de la misma metáfora que estaba usando yo en el libro: la metáfora de los animales. No estoy de acuerdo con esa frase, me parece ominosa (en general, las ideas que tiene Platón sobre cómo la sociedad debería ordenarse son muy jerárquicas y yo no me suscribo en lo absoluto a ese tipo de pensamiento). Pero me gusta lo que insinúa esa frase: que la infancia puede verse arrasada por su propia exuberancia animal.

El fragmento titulado Herencia es una pregunta sobre la identidad: mientras están bailando salsa, el padre les dice a los niños que no son blancos, ni puertorriqueños, ni ricos, ni pobres… 
Ese fragmento es explícitamente sobre la identidad, sí. Y más específicamente sobre la no-identidad. Lo que uno no es. El problema de estos niños no es que pertenezcan a diferentes mundos, sino que no pertenecen a ninguno. Yo me relaciono totalmente con ese sentir: nosotros –mi familia– éramos los únicos puertorriqueños del pueblo. Mi madre es blanca y mi padre tiene la piel oscura. Nosotros sobresalíamos mucho y no solo por eso, sino también porque mis padres eran muy jóvenes cuando nos tuvieron. Mientras crecía, yo no lograba identificarme con el mundo heterosexual. Ahora tengo una vida de clase media, pero yo no crecí así. Ese no pertenecer se ha vuelto muy positivo para mí porque puedo tener acceso a muchos mundos. Para un escritor eso resulta fantástico: es como poder asomar la cabeza a diferentes casas y saber cómo se vive en cada una de ellas.

El libro crea mitos a partir de la familia, pero también tragedias… 
Exacto. Y lo que hace que una tragedia sea una tragedia es el destino: que los rasgos esenciales de un personaje dado sean inmodificables. Ahí hay tragedia: la madre es siempre “Ma”. Y el padre es “Pa” siempre: la atracción entre ambos, entonces, es trágica. Solo puede ser eso. Nada cambia en estos personajes y nada cambia para estos personajes. La vida sigue, pero no hay cambio. Para mí, de lo que trata el libro es de su fracaso cuidándose y amándose. Ese fracaso continúa siempre.

Y bueno, todo lo que ocurre en el libro es una metáfora: los tres hermanos representan la infancia, la madre representa la maternidad… Todo esto es parte de mi intento de hacer mito a partir de la familia. En los mitos griegos, por ejemplo, siempre hay unas cualidades esenciales que definen a los dioses y a los héroes. Zeus es siempre Zeus: nunca se suaviza ni se enternece. Lo mismo quería hacer con mi padre: volver esencia su masculinidad, hacer que el personaje fuera la idea de la masculinidad, o mejor: la idea del macho.

A lo largo del libro, los niños cuidan y protegen a los padres, y no al revés. En una escena, los tres hermanos incluso juegan a que paren a la madre. Se alzan como los padres de la familia…
Toda la familia es cómplice en el cuidado de unos y otros. Y todos quieren protegerse los unos de los otros porque todos están haciéndose daño. El cambio del amor a la violencia es tan rápido, tan repentino, como la misma paternidad: de repente es la madre o el padre quienes necesitan el cuidado, el apoyo de los niños. Entonces ellos se vuelven los padres de sus padres. Pero luego cambian de rol otra vez. Así, mil veces.

A la ausencia del padre se le suma la depresión de la madre. Prácticamente los niños crecen solos. ¿Muy exagerado pensar que este es un relato de supervivencia?
No me parece exagerado. De hecho, estoy totalmente de acuerdo. Creo que toda historia es una historia de supervivencia. Ahora, yo no describiría esta familia como abusiva o disfuncional, no la reduciría así. Y creo que el término “sobrevivencia” suele interpretarse de esa manera tan frívola. Pero de un modo más esencial, más primitivo, sí: esta es una historia de supervivencia. Los niños sienten que han sido arrojados a un mundo que no les ha sido explicado.

Su libro empieza en “nosotros” y termina en “yo”. ¿Cómo entiende usted la transición de la primera persona del plural a la primera del singular?
Siento que este cambio libera y tulle al narrador, todo al mismo tiempo. Ese movimiento del “nosotros” al “yo” ocurre porque el narrador es declarado radicalmente un “otro”. Él es expulsado de la familia. Y al llamarlos “ellos” él hace lo mismo, los rechaza también. “Ellos allá, yo acá”. Es un momento muy dramático pero también muy liberador. Y siento que eso es lo que nos ocurre a todos, a unos más tranquilamente que a otros, pero al fin y al cabo a todos: pasamos del “nosotros” al “yo” y seguimos el camino, fracturados y liberados. Zeus es siempre Zeus: nunca se suaviza ni se enternece. Lo mismo quería hacer con mi padre: volver esencia su masculinidad, hacer que el personaje fuera la idea de la masculinidad, o mejor: la idea del macho.

*GIUSEPPE CAPUTO: Escritor y periodista residenciado en NY.

         

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julio
4 / 2013