El colombiano Juan Cárdenas ganó el premio Otras Voces Otros Ámbitos

La novela Los Estratos, del colombiano Juan Cárdenas, recibió el prestigioso premio Otras Voces Otros Ámbitos, que se otorga a la mejor novela de culto publicada en España.
 
El colombiano Juan Cárdenas ganó el premio Otras Voces Otros Ámbitos
Foto: Cortesía El País - Cristóbal Manuel
POR: 
Andrés Mauricio Muñoz

Arcadia habló de la novela Los Estratos, de Juan Cárdenas, como una de las más importantes del año pasado en Colombia. No se equivocaron. Sin embargo, la mayoría de los lectores colombianos sigue en deuda con ella; es decir, están en deuda consigo mismos. En un escritor como Cárdenas es insuficiente seguir hablando de la limpieza de su prosa, la textura precisa, la forma como construye y pule las atmósferas valiéndose de recursos del lenguaje que para muchos resultarían esquivos. La estructura, los trasfondos en apariencia equívocos, es lo que ahora nos sorprende.

He descubierto que escribir sobre esta novela es la mejor manera de organizar todas las piezas para entender cómo se articulan. Y cuando digo todas las piezas, me refiero también a aquellas que quedaron insinuadas desde Zumbido, su primera novela, publicada en España por la editorial independiente 451 editores.

Tanto Zumbido como Los Estratos representan una huida; solo que en cada una el protagonista rema torpemente desde orillas diferentes. En Zumbido esta huida contamina y perturba; en Los Estratos sana, libera, serena, devuelve al personaje a sus raíces para que todo comience de nuevo o para aferrarse a ese origen como si de esa sujeción dependiera la vida. Ambas, no obstante, encarnan el pavor que supone la huida de sí mismo.

Hay varios elementos en común entre ambas novelas; enunciarlos así, de manera fría, nos dejaría una lista de elementos que gravitan sin lógica aparente: la presencia del agua, voraz e inclemente, en ambas historias; una grabadora, que en Zumbido aparece en forma mucho más decidida y en Los Estratos es tan solo una insinuación, cargada, sin embargo, de mucha sugerencia; el hombre que, compulsivo, practica unos clavados de trampolín en una piscina que parece existir solo para él; un hotel, decadente y sórdido, que opera no solo como esperanza de refugio, sino como una suerte de puente que nos mantiene conectados con la obscenidad externa; una figura enigmática que irrumpe siempre al final, en Zumbido materializada en las figuras del Pastor y el Albino, en Los Estratos en la forma de un indio detective. Y claro, también el dolor y el llanto, que se parecen tanto a la risa:

No pude reprimir las lágrimas, ni esa expresión de intenso dolor que se parece tanto a una carcajada, las arrugas pronunciadas, los ojos sumidos en un apretado abanico de pliegues, la boca bien abierta, Zumbido.

Se me cierran los ojos por la presión de la carcajada y cuando los vuelvo a abrir veo al detective que me mira con su cara de ídolo de piedra, su ridículo traje tan elegante y su tocado de plumas. La risa se multiplica. No llore, me dice el detective. No llore, ríase. Entonces me doy cuenta de que estoy llorando y no riéndome como yo pensaba, Los Estratos.

Una huida es, en definitiva, lo que nos mantiene ahí, inmóviles, con el libro entre las manos y un ir y venir de las pupilas. En Zumbido el elemento que la determina, el punto de ruptura, es un hecho que irrumpe en forma trágica, la muerte de una hermana; en Los Estratos pareciese no haber un detonante, pero sí, en cambio, como una coincidencia más, un zumbido que se ha mantenido constante, desasosegando al personaje durante largo tiempo, uno que hasta entonces había opacado el ruido producido por el desplome de la vida personal de un individuo privilegiado por la sociedad: su empresa, su matrimonio, su tranquilidad aparente. El desplome paulatino de un esquema de valores. De tal manera que la huida no se desencadena en forma abrupta, sino que fluye sin que él alcance a intuir qué tan despavorido ha comenzado a desandar sus pasos en busca de un recuerdo de infancia que late dentro de su cabeza: el recuerdo de su nana.

La huida en Los Estratos no solo devuelve al personaje a sus raíces, donde nada malo puede sucederle, sino que lo lleva a saberse cara a cara con lo que a mí se me antoja la personificación india de una figura que la nana sembró en su cabeza: el Diablo del Churupití. Un simbolismo que explica muchas cosas, uno cargado de una suerte de equilibrio, una figura que somete y redime con una retórica tenaz.

Las voces que pueblan la novela definen de algún modo nuestra sociedad, la que hemos dibujado con trazo sostenido sin percatarnos de que tal vez estamos arruinando el ejercicio. Voces que representan el absurdo, la opulencia, la desigualdad, las razas marginales. Voces que parecen una, pero que en realidad escupen palabras que se habían quedado atascadas generación tras generación. Palabras que prácticamente se vomitan y que por lo mismo salen inconexas, impidiendo que se articule algo inteligible:

No se le entendía de tan enredado que hablaba y a mí me daba escalofrío, vea, una cosa que se me subía por el espinazo de oírla hablar que parecía un diablo y la voz era como si tuviera muchas voces, como si un montón de gente hablara por boca de ella, página 190; Me acerco despacio y voy reconociendo que el lamento es una voz. Una voz humana. Alguien que habla sin tregua y de un modo que hace pensar en un grifo que hubieran dejado abierto por descuido, página 115.

Juan Cárdenas, un escritor colombiano que a pulso consiguió un lugar en España como una de las promesas de la literatura latinoamericana. Ahí están las obras, ahí estuvieron durante Feria del Libro de Bogotá; él ya hizo lo suyo, el resto está de nuestro lado.

Los Estratos
Juan Cárdenas
Editorial Periférica,
202 páginas

         

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julio
10 / 2014