Gabriel García Márquez y las mujeres

Soledad Mendoza
Son inolvidables. Úrsula columna vertebral de Cien años de soledad; Remedios, la bella, que sube al cielo en cuerpo y alma, envuelta en las sábanas que ayudaba a doblar a su tía; la Mama Grande, soberana absoluta de Macondo y a cuyos funerales asistió el Sumo Pontífice; Fernanda del Carpio educada para ser reina “único mortal en ese pueblo de bastardos que no se sentía emberejenada frente a dieciséis cubiertos”, o Eréndira que para pagarle la casa incendiada por descuido, a su abuela desalmada, tenía que trabajar como prostituta durante diez años, acostándose por 20 centavos con 70 hombres, cada noche.
Son personajes inconfundibles, mujeres con caracteres distintos, de edades diferentes, pero todas con algo en común: su fuerza, su valentía, su personalidad avasallante.
Y estas mujeres tienen un paralelo en la vida del escritor. Criado por sus abuelos, vivía en una casa llena de tías solteronas, que le protegían y cuidaban, y donde sólo era rescatado por su abuelo, a las cinco de la tarde, cuando llevándolo de la mano al pueblo, charlando, o iban al circo, o le enseñaba a usar el diccionario. “Fue la figura más importante de mi vida”, dice hoy García Márquez de don Nicolás Márquez, un sobreviviente de dos guerras civiles, fundador de Aracataca –o Macondo– pueblo donde Gabo (como le dicen sus amigos), pasaría sus primeros ocho años. Pero su abuela no es menos importante en la vida de García Márquez.
Doña Tranquilina es la mujer que le sirve de prototipo de una serie de personajes femeninos que aparecen en sus libros. Mario Vargas Llosa en La historia de un deicidio la define como “la mater familias, una matriarca medieval, emperadora del hogar, hacendosa y enérgica, prolífica, de terrible sentido común, insobornable ante la adversidad, que organiza férreamente la vida familiar, a la que sirve de aglutinante y vértice”.
De aquella época hay dos personajes femeninos que inspiraron o presionaron a Gabo. Una fue su tía: “Una mujer muy activa. Estaba todo el día haciendo cosas en esa casa y una vez se sentó a tejer una mortaja, entonces yo le pregunté: ¿Por qué estás haciendo una mortaja? Hijo, porque me voy a morir, respondió. Tejió su mortaja y cuando la terminó se acostó y se murió. Y la amortajaron con su mortaja. Era una mujer muy rara”.
La otra, una muchacha que trabajaba en su casa: “Yo tenía seis años, y ella era muy jovencita pero ya tenía senos. Una tarde oyendo música, me saca a bailar, y al acercarnos, por un problema de tamaño, yo rocé mi mejilla contra su pecho. En ese momento no sabía lo que me estaba sucediendo, pero se me aflojaron las piernas y me sentí desvanecer”.
El machismo es la homosexualidad reprimida
Gracias a todas estas mujeres, unido al hecho de que a su madre la conoce a los cinco años, lo marcan en tal forma que hoy confiesa: “Para sentirme seguro necesito tener siempre una mujer a mi lado. Es como si ellas pudieran resolverme todos los problemas. Creo que hasta me defenderían a puños llegado el momento”.
Por su exacto conocimiento de la mentalidad femenina, por el querer tener siempre una mujer a su lado, por las mujeres de su libro, quisimos preguntarle a García Márquez…
–¿Usted definiría a las mujeres?
–¿Usted sabe una definición de la música, que hizo Stravinsky? Él dijo: Es una cierta organización del tiempo. Así veo yo a las mujeres.
–¿Y al hombre?
–El hombre es el caos, y la única que logra organizarlo todo es la mujer.
–¿Qué piensa del machismo?
–Es la homosexualidad reprimida.
–¿Es usted machista?
–Esa es la mayor ofensa que me pueden hacer. Una vez le pegué a un tipo, por decírmelo.
–Usted le dijo a Olguita González, en una entrevista para La República, que era Mercedes (su mujer) la que escribía los libros, pero que como a ella le daba pena firmarlos, usted le prestaba el nombre. Si eso fuera verdad, si fuera Mercedes la famosa, ¿cómo se sentiría en su papel de segundo?
–Bueno, entonces no sería yo. Pero si ella fuera la que escribiera, me sentiría feliz.
–¿Qué piensa de la virginidad?
–No me llama la atención. –Y luego continúa en broma–. Me gustaría que las vendieran usadas. Ante una virgen, uno se siente como un tipo que viene con un palo para pegarles.
Todos los hombres son impotentes
Muerto de la risa, como el niño que ha cometido una diablura, Gabo se voltea y dice: “todos los hombres son impotentes”.
“Lo que pasa es que siempre se encuentra una mujer que les resuelve el problema”.
–Y en el amor, ¿quién conquista a quién?
–En una conquista son siempre las mujeres las que hacen el guiño, y uno las conquista cuando ellas quieren ser conquistadas. En eso uno nunca se equivoca.
Se queda callado. Se pone las manos una sobre la otra, debajo del mentón, y luego ríe socarronamente. Él se equivocó una vez.
Un día en el bar de un aeropuerto, entabla conversación con una mujer muy bella, que termina dándole el teléfono y la dirección. Dos o tres meses más tarde al pasar por la misma ciudad, se acuerda de la muchacha y la llama. Se ponen de acuerdo, y Gabo se sienta en el café a esperarla. Toda marchaba de acuerdo con las reglas del juego. Al poco rato entra la muchacha… acompañada de su papá. Un señor muy gentil, que le agradece muchísimo el hecho de haberse acordado de su hija, le cuenta que en su familia todos lo admiran y termina invitándolo a cenar a su casa. Gabo pasa una noche muy agradable con gente encantadora, pero muy diferente a la que se había imaginado al marcar el teléfono.
–Tanto por las mujeres de sus libros, como por lo que dicen sus amigas, usted conoce muy bien la mentalidad femenina. ¿A qué lo atribuye?
–A que la única preocupación que tengo en la vida son las mujeres. Yo con los hombres me aburro. Para mí, la verdadera sensación de placer es que las mujeres me mantengan. Me den plata. Por otra parte durante años enteros esa fue mi situación.
Y García Márquez lo logra a través de su representante legal. La que le maneja la venta de sus libros, la que da la cara por él en todas las negociaciones que tengan que ver con derechos de autor, la que le entrega la plata y le paga todas sus cuentas, es una mujer: Carmen Balcells.
Por todo esto, uno entiende muy bien cuando él dice: “Siempre suelto a una mujer por delante, para que me arregle las cosas”.
Las mujeres de sus libros
–¿Cuál es el personaje femenino de sus novelas, que le gustaría conocer en la realidad?
–Amaranta Úrsula, la última de Cien años de soledad. Solo que en caso de conocerla, le daría anticonceptivos para evitar que le naciera un hijo con cola de cerdo.
…“Activa, menuda, indomable, como Úrsula, y casi tan bella y provocativa como Remedios, la bella. Llega de Europa a Macondo un pueblo muerto, deprimido por el polvo y el calor. Y se enamora de Aureliano. En poco tiempo hicieron más estragos que las hormigas coloradas. Destrozaron los muebles de la sala, rasgaron con sus locuras la hamaca que había resistido a los tristes amores de campamento del Coronel Aureliano Buendía, y destriparon los colchones y los variaron en los pisos para sofocarse en tempestades de algodón. Aunque Aureliano era un amante tan feroz como su rival, era Amaranta Úrsula quien comandaba con su ingenio disparatado y su voracidad lírica aquel paraíso de desastres”.
–¿Este personaje corresponde a alguien de la vida real?
–Sí, se le parece a alguien. O a alguien que hubiera querido que fuera… Tal vez un pocotón de gente.
–¿Por qué sus mujeres no intervienen en política?
–Bueno, no pelean, pero ahí está Úrsula que con un cinturón rescata a don Apolinar Moscote, del pelotón de fusilamiento.
…“cuando Úrsula irrumpió en el patio del cuartel, después de haber atravesado el pueblo clamando de vergüenza y blandiendo de rabia un rebenque alquitranado el propio Arcadio se disponía a dar la orden de fuego al pelotón de fusilamiento.
–¡Atrévete bastardo! –gritó Úrsula.
Antes de que Arcadio tuviera tiempo de reaccionar, le descargó el primer vergajazo ‘Atrévete asesino’ gritaba. ‘Y mátame a mí también, hijo de mala madre Así no tendré ojos para llorar la vergüenza de haber criado un fenómeno’”.
–En sus libros, son sus mujeres muy fuertes, muy matronas, ¿no será que en el fondo usted anda buscando a su madre?
–Yo siempre ando buscando una mujer. Aunque sea mi madre.
Las mujeres vistas por García Márquez
Esa admiración de Gabo por las mujeres, su deseo de estar siempre al lado de una mujer y la seguridad que siente al lado de ellas, es algo que se transparenta en sus libros. Cuando las describe lo hace en un grado superlativo. Si son gordas como la abuela desalmada:… “La abuela desnuda y grande parecía una hermosa ballena blanca en la alberca de mármol”. Si son flacas como la gitana cuando se desnuda… “y quedó prácticamente convertida en nada. Era una ranita lánguida, de senos incipientes y piernas tan delgadas que no le ganaban en diámetro a los brazos de José Arcadio”.
Si son bellas como Fernanda del Carpio “La mujer más fascinante que hubiera podido concebir la imaginación” y años después “una anciana de una hermosura sobrenatural”; la discreción de Santa Sofía de la Piedad es tanta que ya es magia, “tenía la rara virtud de no existir por completo, sino en el momento oportuno”; de otra dice “una mujer tan tierna que podía pasar suspirando a través de las paredes” y “pensando con tanta fuerza que todavía no he logrado saber si lo que silbaba entre los escombros era el viento o su pensamiento”; describiendo a un personaje secundario: “…una pobre mujer que desde niña estaba contando los latidos de su corazón y ya no le alcanzaban los números”, y si eran ricas como la Mama Grande… “era dueña de las aguas corrientes y estancadas, llovidas y por llover, y de los caminos vecinales, los postes del teléfono, los años bisiestos y el calor, y que tenía además un derecho heredado sobre vida y haciendas… la matrona más rica y poderosa del mundo”.