Juan Gustavo Cobo Borda: el poeta que quería ser lector

A propósito del lanzamiento de “Poesía reunida”, de Juan Gustavo Cobo Borda, le rendimos un homenaje con fragmentos de su obra y algunas anécdotas desconocidas.
 
POR: 
Juliana Muñoz Toro

Por: Juliana Muñoz Toro.
Juan Gustavo Cobo Borda
-el poeta, periodista y diplomático- entró al recinto. Fueron pasos lentos precedidos por un bastón, pasos interrumpidos por un saludo tras otro de amigos y desconocidos sonrientes. Yo, lo observaba desde hacía un rato pensando qué podía decirle, me le acerqué y solo atiné a murmurar, tímida: “Gracias a usted escribo poesía”. Juan Gustavo, a quien un hombre le acababa de pasar un libro para que lo firmara, me preguntó mi nombre y procedió a escribir en una de las hojas que tenía entre manos: “Ohh, Juliana, Cobo te saluda con amor y humor”. El dueño del libro chilló: “¡Pero es mío!”. Cobo lo solucionó con una carcajada y con la compra de un nuevo texto.

Esta escena describe parte de la personalidad del poeta colombiano: sencillo, generoso, despistado, con un gran sentido del humor y pocas cosas de qué avergonzarse. Su oficio es, ante todo, el de lector, no solo de libros, sino también del arte, cine, erotismo, la risa, la historia, Bogotá. Son esos mundos los que lo inspiran y lo obligan a volver palabras sus deseos a través de la poesía.

Ahora esas palabras –escritas desde 1972 hasta 2012 – acaban de publicarse en un libro de 336 páginas de Tusquets Editores: Poesía reunida. Un buen cierre para este año en el que también recibió el homenaje al poeta nacional que todos los años entrega el Gimnasio Moderno.

Poesía reunida no se trata de un poema tras otro, sino de una autobiografía bien escrita de sus 64 años de vida y un homenaje a todos sus amigos y referentes de la cultura hispanoamericana. Como diría José Bergamín: “Poesía es convertir un momento histórico en un instante eterno”. El poema como memoria y acto de gratitud. Por ejemplo, Cuando papá perdió la guerra es una narración de su historia; su padre, un republicano español; y su madre, familiar de los escritores Jorge y Eduardo Zalamea.

También está Retrato de mi abuelo, en donde se lee su estilo inconfundible que busca un tono coloquial, la sonoridad y la precisión: “Nunca te conocí/ lo cual está bien/ ya que el afecto y la distancia/ arman escenas imposibles”. Otros de sus temas recurrentes son Bogotá “esa ciudad acurrucada en un rincón del frío, ensimismada” y el erotismo, como el que vierte en estas letras: “Como una fruta súbita/ saboreo tu nombre”, “Me huelo buscando en mi piel/ huellas de la tuya/ y hay algo ciertamente espantoso/ en dormir sin ti”.

Durante la presentación del libro, a finales de noviembre, Cobo Borda recordó cuando fundó Ediciones La Soga al Cuello, presagiando su inminente bancarrota, pero con la que alcanzó a publicar Consejos para sobrevivir: “Y recuerda que la mayor sabiduría/ consiste en desaparecer a tiempo”.

Una de las ventajas de este tipo de antologías es que no hay un orden establecido para recorrer sus memorias e inventos del alma porque, como el mismo Cobo dice, “no se trata de hallar, sino de perderse”.

La casa tomada

Un día lo visité para que me ayudara con una investigación sobre la poetisa argentina Alejandra Pizarnik. Cobo Borda es un experto en casi cualquier autor y artista conocido y no tanto. Ha dado conferencias o escrito libros sobre una lista interminable de poetas y escritores del siglo XX y XXI, pintores, fotógrafos y cineastas.

Incluso tiene una gran repisa exclusiva para los libros de Jorge Luis Borges. Cobo me contó ese día que Héctor Abad Faciolince, obsesionado con la frase que encontró en el bolsillo de su padre y que le daría título a El olvido que seremos, viajó por varias bibliotecas del mundo buscando la prueba de que era un fragmento escrito por Borges. Lo que no sabía Abad Faciolince era que hubiera podido comenzar por la biblioteca de Juan Gustavo Cobo para encontrar lo que tanto buscaba. Aunque no se lo hubiera podido llevar, porque el poeta nunca presta sus libros.

Volviendo a Pizarnik, Cobo, sentado en su sillón, me indicó –sin siquiera estar mirando- que buscara en el tercer nivel, contando cuatro libros a la izquierda y tomara uno de lomo rojo y que abriera la página 67, donde estaba un breve ensayo que había escrito hacía ya varios años sobre la llamada “pasajera obstinada de la ausencia”. Me sorprendió que además de tener más de 20.000 volúmenes, conoce cada recodo mejor que la palma de su mano. Y vaya que tiene manos grandes que no saludan, sino que te abrazan.

Los libros lo fueron desplazando. Libros sobre la cama, en el baño, en la tina, en las gavetas de la cocina, sobre la estufa… porque los libros no son de las biblioteca, sino de quien los habita, y todo Juan Gustavo Cobo Borda vive en ellos. Bueno, en la noche y a la hora de la cena debe pasarse al apartamento de al lado, donde lo esperan su esposa Griselda y su hija Paloma. Durante el día y las horas de insomnio vuelve a la casa de los libros, pone un disco –a menos de que el silencio sea más encantador-, se sienta en su cómodo sillón, lee, vuelve a leer y escribe a mano o en su máquina, donde cada letra tiene un ritmo. Paloma transcribirá luego en el computador.

En sus poemas logra –compilando lo que varios expertos y él mismo han dicho- apresar por un momento alguna dicha, convertir el odio en burla o ironía, contar magistralmente la historia, curar el horror al vacío, comprobar el nacimiento del asombro, no tenerle miedo a la palabra ternura, recordar nuestra condición de mortales que sueñan con lo imposible, amar y odiar por escrito, razonándolo… y esos logros son, a la vez, muchas buenas razones de la existencia de la poesía, sobre todo, la de Juan Gustavo Cobo Bord.

Autora: Juliana Muñoz Toro

         

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diciembre
17 / 2012