Festival Iberoamericano de Teatro: una fiesta necesaria

Sandro Romero Rey
¿Festival? ¿Iberoamericano? ¿Teatro? Tres palabras que parecen unidas por el tiempo y que, para Colombia, representan un oasis de cultura, el cual se ha dedicado a pelear, durante treinta y cuatro años, contra la intolerancia, la violencia, el escepticismo o la resignación.
Un “festival” es un encuentro de experiencias, donde se aglutinan afinidades y sus participantes confluyen para reflexionar sobre su oficio. Al mismo tiempo, es un momento de distracción, de “fiesta”, de celebración.
La gestora de esta hazaña de la dicha fue una argentina llamada Fanny Mikey, que se enamoró de Colombia, a finales de los años cincuenta y echó raíces en Cali, en la Escuela de Teatro de Bellas Artes, siguiendo a un amor, el gran director y actor Pedro I. Martínez quien, a su vez, trabajaba en llave con el desaparecido maestro de la escena local, Enrique Buenaventura.
Así empezaron los primeros festivales

Fanny organizó los primeros festivales de arte en la capital del Valle del Cauca y convirtió la ciudad en un hervidero de poetas, pintores, músicos, bailarines e intérpretes de los escenarios. En la segunda mitad de la década del sesenta, la infatigable empresaria y actriz se instaló en Bogotá e hizo de todo:
Ayudó en la organización del Teatro Popular de Bogotá, hizo televisión, se aventuró con los primeros café-conciertos de la ciudad y se empeñó en la profesionalización de un oficio que parecía condenado o a la pantalla chica o a la radicalización política.
En 1982 se inventó el Teatro Nacional, templo de la representación ubicado en un lugar estratégico del barrio Quinta Camacho de la capital colombiana. “El Nacional”, como se le conocía coloquialmente, creció para convertirse en una institución que albergaba otros espacios y otras experiencias, como el Teatro La Castellana, para obras de gran formato, y la Casa del Teatro Nacional, donde se han forjado las nuevas tendencias interpretativas de la ciudad.
¿Por qué un festival iberoamericano?
En 1988, la incansable Fanny Mikey, con su colega Ramiro Osorio, otro ambicioso gestor de las artes escénicas que vivía y trabajaba en México, decidieron tirar los escenarios por la ventana y se inventaron un festival de ambiciones internacionales.
Pero, ¿por qué “Iberoamericano”? En un principio, el evento iba a concentrar experiencias del continente, con España como país en conexión idiomática. Sin embargo, el asunto fue creciendo y, entre el 25 de marzo y el 3 de abril, veintiún grupos de diversos lugares del planeta se dieron cita en Bogotá. Pero se quedó “Iberoamericano”, según Fanny, “porque le traía buena suerte”.

Colombia era un hervidero de violencia. Las ruinas del asalto al Palacio de Justicia aún permanecían en un tenso silencio y las bombas estallaban en las esquinas de las principales ciudades del país. Fanny no se acobardó y, con el lema “Un acto de fe en Colombia”, se lanzó a la aventura.
El evento tuvo un éxito descomunal: en aquellos tiempos no había aún computadores, ni internet, ni teléfonos celulares. Todo se hacía con esfuerzos y entusiasmos individuales. La ciudad, como si se aferrase a una necesaria tabla de salvación, apoyó el festival. Y, a pesar de las protestas de ciertos sectores religiosos porque se llevaba a cabo un evento profano durante la Semana Santa, el público acudió en masa a los escenarios.
30 años del Festival Iberoamericano de Teatro

Pasaron treinta años y el “Ibero”, como se le llama entre los amigos del gremio, se ha mantenido en pie. La muerte de Fanny Mikey en el año 2008 parecía darle un entierro irremediable a un evento que se sostenía gracias al vigor de una mujer que no se detenía ante nada.
Ella había logrado consolidar un equipo que redefinió la gestión cultural y que, al mismo tiempo, aglutinó a los protagonistas de los escenarios en torno a una reflexión acerca de lo que significa la palabra “teatro”.
En realidad, el Festival Iberoamericano es un evento donde se reúnen las distintas formas de la representación escénica (danza, ópera, teatro de calle, stand-up, cuentería, teatro de sala, espacios no convencionales, conciertos, rumbas…).
“En Colombia todo hay que volverlo fiesta”, repetía, medio en serio, medio en broma, la gestora de semejante bacanal. Y las dos semanas bienales del evento se convertían en un paréntesis de alegría y de reflexión del que pocos permanecían por fuera. Sobre la marcha, cómo no, hubo gruesas polémicas.
Un sector del gremio teatral lo puso en tela de juicio al considerar que no se les daba suficiente importancia a los grupos locales. Por esta razón nació el Festival de Teatro Alternativo (hoy conocido como el Festa).
De igual forma, pequeñas agrupaciones decidieron hacer tolda aparte e inventarse otros espacios paralelos para llevar la contraria, así como, en otros países, existen los ya célebres “festivales off”.
Una pandemia bajó los telones
Pero el Iberoamericano siguió su rumbo, lleno de incertidumbres y de crisis en su manejo, con serios problemas económicos y fatiga en su liderazgo. Sin embargo, se mantuvo firme hasta que la pandemia de 2020 se encargó de bajar los telones a la brava.
No obstante, contra todos los pronósticos, en el año 2022 se anunció una nueva edición del evento. Mucho más pequeño, menos “festival”, menos “Iberoamericano”, pero con anhelos de consolidar el “teatro” en medio de un ambiente cultural que, si bien ha crecido con el tiempo, aún necesita consolidarse en la nueva sociedad que Colombia se empeña en construir.
El país es otro. Y el mundo de las artes escénicas se ha multiplicado: casi todas las universidades del país tienen programas de formación artística. Hasta 2016, Bogotá contaba con 56 salas de representación, frente a las 276 que tenía Buenos Aires, una ciudad con menos habitantes que la capital colombiana. Sin embargo, estas cifras no eran comparables a lo que sucedía en la ciudad en 1988, cuando el número de espacios se contaban con los dedos de las manos.
La formación del teatro profesional en Colombia
En el nuevo milenio, las especializaciones se han multiplicado y ya no solo se forman actores y actrices. También hay programas en dirección, en dirección de arte, en técnicas de iluminación o en gestión cultural. Y, al mismo tiempo, el Festival Iberoamericano de Teatro ha sido una manera de conectarse con el mundo.
Todos aquellos que se formaron en las actividades teatrales antes de los años ochenta, muy poco podían ver de cuerpo presente producido por fuera de nuestras fronteras. Salvo el Odin Teatret de Dinamarca, Dario Fo de Italia y una que otra aventura escénica que se arriesgaba a hacer una escala en Colombia, los imaginarios de las artes de la representación estaban dominados por los esfuerzos locales.
Con el Ibero, el espectro se abrió y grandes artistas y compañías como el Berliner Ensemble, el Teatro El Galpón, Bob Wilson, Peter Stein o Peter Brook, solo por citar unos cuantos nombres, visitaron el país.
La expectativa que existe para 2022 es inmensa
En un mundo amenazado por la guerra, en un país ad portas de unas elecciones presidenciales definitivas y en un conjunto de sociedades cada vez más polarizadas e insatisfechas, resucitar el Festival Iberoamericano de Teatro se convierte en un desafío descomunal. No se sabe muy bien qué quiere el público pospandemia. Qué hay que ver, qué hay que representar.
Luego de casi dos años de virtualidad obligada, con los escenarios cerrados y la muerte rondando por las calles, volver a los espectáculos en vivo se convierte en una necesidad vital. Así se ha demostrado en Bogotá, cuando sus salas abrieron las puertas y el público se ha volcado a la fiesta de la representación.
Así que, del 1 al 17 de abril de 2022, el reto será enorme. El festival es otro. Sus organizadores pertenecen a una nueva generación de empresarios que les apuestan a los espectáculos a gran escala y anuncian 24 puestas en escena nacionales, 140 representaciones y diversos desafíos entre lo digital y lo callejero. (Aún no se sabe a ciencia cierta cuántas obras internacionales estarán en el festival, luego de una denuncia en W Radio que anticipa aproximadamente 16 cancelaciones).
El teatro es una necesidad colectiva
El Ibero ya no es la fiesta de los tiempos de Fanny Mikey ni el ambicioso carnaval de los diez años posteriores a su fallecimiento, con Ana Marta de Pizarro a la cabeza. Ahora es una institución adulta que pretende demostrar que no se necesita de cerebros sobrenaturales para echar a andar la cultura.
El mundo de la felicidad puede convertirse en una necesidad colectiva donde todos los participantes, entre intérpretes y espectadores, ayudan a convertir las ruinas en un monumento de la inteligencia y de la sensibilidad.