De los fragmentos también nace la belleza
Muy probablemente a nadie se le hubiera ocurrido hablar de la obra de Rodrigo Echeverri Calero y Adriana Salazar en un mismo artículo, sino fuera porque ambos expusieron con gran acogida del público y la crítica durante diciembre y enero, en Estados Unidos. Sin embargo, son más elementos los que los unen.
Rodrigo Echeverri tuvo su primera muestra individual en la Galería Ideobox en Miami paralelamente a la feria de arte ArtBasel. Allí mostró parte de su nueva serie “Astilla en el ojo”.
Después de realizar por varios años sus cajas negras y cajones, como estructuras pintadas –que daban la ilusión de tridimensionalidad–, rompieron su orden y se convirtieron en estructuras con formas caóticas ensambladas con partes de madera, en las que las tres dimensiones del material se convirtieron en dos. Así el artista encontró la posibilidad de cuestionarse desde otro medio el umbral entre la escultura y la pintura, los volúmenes, lo bidimensional y lo tridimensional.
Pero en cuanto a su concepto, el interrogante que nos plantea su trabajo hace referencia a los momentos de ruptura y crisis (de ahí que sean caóticas). No en vano el nombre de estas series que hacen alusión al dicho popular en el que las personas prefieren criticar a lo demás, antes de ver en sí, los mismos errores.
También se plantean los ciclos de vida y muerte, caos y orden, destrucción y reconstrucción. Ya no sólo es la muerte, sino el saber que lo negativo, las crisis, los fragmentos, son conceptos de los que se puede obtener algo nuevo, una reconstrucción.
La belleza de la muerte
Tanto Rodrigo Echeverri como Adriana Salazar comparten en su trabajo, el comienzo de problemas particulares que trascienden a lo global.
Quizás otro elemento que los une es la relación entre muerte/vida: las huellas, la memoria, los fantasmas y los restos que dejan las formas orgánicas en su paso por el mundo.
Si Rodrigo lo hace por medio de cajones y ensambles de madera caóticamente ordenados, Adriana descubrió en las plantas y los pájaros el medio para expresar los ciclos de vida y la conciencia de la muerte inevitable.
Después de trabajar con las máquinas autómatas –que imitaban movimientos humanos torpes–, y posteriormente, con su obra “Ejercicios de desaparición”, en la que empezó a explorar el tema del fantasma, la artista viajó a una residencia en Japón.
Su experiencia de vida en una cultura diametralmente opuesta a la nuestra, además de haber vivido la experiencia del terremoto que sacudió al país el año anterior, la hizo mirar a otra parte.
Esa otra parte es la naturaleza. Nunca antes Adriana había trabajado con formas orgánicas; solo máquinas, que hacían las veces de humanos. Pero la danza, el teatro, la forma de vida, de ver la realidad de los japoneses, su serenidad después del sismo y su ética de vida, la llevaron a una búsqueda contemplada hacía la naturaleza.
Pero sus formas a pesar del carácter orgánico, no están vivas. Son plantas encontradas por fuera de su base, o pájaros disecados. En Planta #24 y Pájaro #2, las dos instalaciones que presentó en la exposición colectiva de Bitforms en Nueva York, se sigue planteando el tema del fantasma y del cuerpo o caparazón que queda tras la muerte.
Pero los interrogantes sobre vida y muerte golpean más al espectador cuando percibe qur tanto la planta como el pájaro se mueven lentamente, por medio de unos delicados hilos, tirados por máquinas como si fueran unas marionetas.
Esta obra podría generar aprehnsión a primera vista, pero finalmente resulta poética, pues nos muestra que la muerte también posee belleza, y que tras ella, siempre queda un registro, una huella o memoria. Y estas formas orgánicas, despojadas de vida, casi pueden ser vistas como objetos que tienen trascendencia.