Odeón, entre ruinas y polvo
Alexandra Cabrera
El lugar se resiste a morir.
Hace unos meses solo las palomas habitaban sus tres mil metros cuadrados. Deambulaban por rincones olvidados, escritorios cubiertos por un manto de polvo rancio y un jardín huérfano en donde aún crecen moras y uchuvas. Hoy, una docena de obreros empañeta muros mientras otros pintan paredes, sellan huecos y se encargan de la iluminación y la mampostería. Tatiana Rais, María Fernanda Urrea y Juliana Steiner visitan todos los días el edificio. Todo debe estar listo la primera semana de octubre y aún faltan detalles: encontrar el tono exacto –una especie de gris ratón– con el que quieren pintar los muros, confirmar patrocinios y definir si se realizará algún performance.
Cuando les pregunto cómo se conocieron, ninguna arroja una respuesta certera. Creen que las presentaron amigos en común y que luego la pasión por el arte hizo lo suyo. A pesar de ser tan jóvenes –Tatiana y Juliana tienen 22 y María Fernanda 26– parece que cargaran con la experiencia suficiente para recuperar un espacio que no se resigna al olvido.
Tatiana fue la primera en ver el lugar. Había llegado a la capital después de estudiar historia del arte en Boston y enseguida llamó a María Fernanda, que por entonces era la directora comercial de LA Galería, y a Juliana, quien no ha terminado sus estudios de arte y administración en la Universidad de los Andes, para que transformaran el deshuesado edificio en un centro de difusión cultural.
Siete horas les bastó para decidir cuál sería el primer proyecto: una feria de arte contemporáneo enfocada en nuevos públicos y galerías. El 29 de junio se lanzaron al agua. Crearon la Fundación Teatro Odeón para gestionar la feria y comenzaron una carrera de titanes.
Sacaron las aguas estancadas que se habían represado en el sótano que alguna vez sirvió como guardarropas del TPB y removieron los cuerpos inmóviles de sus antiguas inquilinas, quienes se enfrentaban a un inevitable desenlace cuando chocaban contra una columna de madera, una viga metálica o un enclenque vidrio que las degollaba sin aviso. Luego, con la ayuda de un arquitecto, decidieron cuál sería el espacio ideal para ubicar las galerías, las instalaciones, la taquilla, un puesto de café y dos restaurantes de comida rápida.
Lo complicado surgió después, cuando tuvieron que contactar a las galerías en un tiempo límite. “Había que realizar la aplicación, la cual debía cumplir con los estándares que exige una feria de arte en cuanto a seguridad y protección de las obras –dice Rais–. Nos tocó desarrollar habilidades de Excel, hacer proyecciones financieras, contratos y decidir a cuánto íbamos a vender los espacios. El 15 de julio mandamos la convocatoria”.
Siete galerías nacionales y cuatro internacionales que apoyan a artistas emergentes aceptaron hacer parte del proyecto. A mediados de agosto empezó la obra: construir una escalera para unir el sótano con el primer piso del teatro, lijar y pintar de negro las barandas oxidadas, sellar huecos, colocar algunos muros para definir espacios de exposición y una capa de cemento esmaltado en los pisos. “Existe mucha prevención con el arte contemporáneo. Por eso queremos generar un espacio en donde la gente pueda acercarse a éste sin prejuicios –sostiene Urrea–. Además, vamos a tener instalaciones de gran formato que muchas veces no hay oportunidad de ver por falta de recursos o de espacios para montarlas”.
Un espacio que se resiste a morir
El edificio, construido en 1941 y bautizado con el nombre de Teatro Odeón, funcionó primero como sala de variedades, cinema y pista de patinaje. En 1953, por cuenta de los daños que sufrió la estructura durante el Bogotazo, cerró sus puertas. Volvió a cobrar vida a comienzos de los años 60 como sede del Teatro El Búho, dirigido por Fabio Cabrera, para más adelante, en 1968, convertirse en el Teatro Popular de Bogotá. El grupo, dirigido por Jorge Alí Triana, construyó en 1985 un edificio de cuatro pisos que serviría como academia de artes dramáticas y audiovisuales, al lado de la edificación de estilo republicano.
A finales de los años 90, cuando el TPB llegó a su fin debido a una profunda crisis económica, decenas de pordioseros vestidos con llamativos trajes de época se pavonearon por la avenida Jiménez con carrera Quinta con buena parte del vestuario que durante años había adquirido el teatro. Fue la última imagen que dejó otro de los tantos íconos culturales de Bogotá que, una vez más, parecía extinguirse.
En 2003 la estructura resucitó cuando Citytv adquirió el lugar para instalar sus estudios de grabación. Sin embargo, la idea de la empresa nunca se concretó y hace dos años sus nuevos propietarios pasaron a ser unos inversionistas que en un principio quisieron convertirlo en inmueble de apartamentos y ahora le apuestan a la creación de un centro de difusión cultural dirigido por la Fundación Teatro Odeón.
Teatro que revive por el arte
El cemento que escurre por los muros expulsa un vaho casi invisible. Algunas paredes están pintadas de negro; otras, descascaradas por la humedad, enseñan un curuba pálido. En el segundo piso, bolsas de cemento se amontonan al lado de vigas, escombros, colillas de cigarrillos y envolturas de dulces. Al fondo, en la sala principal, Altiplano, un grupo de arquitectos, construirá una enorme instalación que funcionará como auditorio para los cuatro foros sobre arte que se llevarán a cabo en la feria. “Vamos a crear una estructura en forma elíptica con materiales encontrados aquí –cuenta el artista plástico Danilo Volpato–. La idea es darles un nuevo significado y reconstruir fragmentos de la historia del lugar”.
Al lado, en la habitación más oscura del teatro, se presentará una muestra de videoarte que prepara Laura Criollo, de Experimenta Colombia, con un sensor que graba movimientos y produce tiempos dilatados. En el tercer piso estarán algunas galerías y dos editoriales: Laguna Libros y Sector Reforma (galería mexicana que trae un proyecto editorial), y se proyectarán videoartes de la Fundación 4-18. En el jardín, seco y agreste, el Colectivo Maski creará una instalación para rendirle homenaje al antiguo Cine Odeón.
El teatro ha revivido una vez más para el arte. Como un gato, se resiste a morir. O como las palomas, que revolotean aún por el techo. Juliana explica que todavía quedan algunas, pero que cuando se fumigue y lave el edificio con una manguera a presión tendrán que irse. El sonido de sus alas se confunde con el cemento que lanzan los obreros y golpea contra las paredes.