Carolina Caycedo: las atarrayas en las que cabe el universo
Melissa Serrato
Carolina Caycedo crea con un pie en la realidad. Realidad de la que parece no perder detalle, gracias a esos ojos enormes, que cuando miran de frente aparentan hacer un escrutinio completo de lo que ven. Además, nada disturba su mirada, pues desde hace algunos días tiene solo unos pocos centímetros de pelo, que enmarcan la cabeza emancipada de una artista interesada no solo en problemas estéticos, sino en problemáticas sociales.
Vista panorámica de la instalación Cosmotarrayas en el ICA.
Por eso el espacio público es a la vez el ancla, el puerto de partida y el muelle de llegada de toda su producción artística. “Siento que es un lugar que tengo derecho de utilizar y estudiar –precisa–. Además, la calle se desliga del cubo blanco institucional de las galerías y los museos y, sobre todo, de esas jerarquías y elitismos que se construyen allí”.
Carolina lleva un poco más de veinte años fuera de Colombia. Salió en 1999, después de graduarse de la Facultad de Artes de la Universidad de los Andes y tras el fallecimiento de su madre. Llegó a Londres no solo a ganarse la vida limpiando baños y cuidando salas de la Tate Gallery, sino también en busca de acogida en Europa para su trabajo artístico, basado esencialmente en el espacio público.
Flying Massachusets, 2020.
“Mi trabajo de grado implicó un proyecto en El Cartucho, luego hice una obra llamada Sonidos de una ciudad, acerca de los sonidos de los barrios periféricos de Bogotá. En ese momento había un ‘movimiento de limpieza social’ aterrador, y en medio de eso el hip hop se configuró como un espacio de expresión urbana y juvenil. El resultado de esa investigación fue un CD doble que se presentó en la Bienal de Venecia de 2002, con formato de instalación sonora”, recuerda.
Esas prácticas, que estaban más entre la investigación social y antropológica que en la convencional pintura y escultura, hicieron sentir a Carolina que Colombia no era el lugar adecuado para desarrollar su trabajo. En cambio, en Europa tuvieron buena recepción, porque en esos momentos el crítico de arte Nicolás Bourriaud escribió las teorías de las estéticas relacionales. “Digamos que fue la teorización occidental de unas estéticas que en Colombia no nos eran ajenas, pues no solo las conocemos, sino que hemos vivido con los carnavales, por ejemplo”, explica Carolina.
Nuestro tiempo, 2018.
De esa manera les dio vida a otros proyectos relacionados con estas prácticas, siempre con la idea de la emancipación como un hilo conductor de su trabajo, pues está convencida de que más que una actitud o una serie de acciones, “es una herramienta para sobrevivir como mujer”. Sin embargo, solo en 2012, durante una visita a Colombia, empezó a configurarse su trabajo más icónico: Be Dammed, del que actualmente se exhibe una parte en el Instituto de Arte Contemporáneo de Boston (ICA).
El trabajo de Caycedo contribuye a la construcción de la memoria histórica ambiental.
“Todo surgió en el momento en que me enteré de que estaban construyendo la represa del Quimbo, en la parte alta del río Magdalena. Mi papá es del Tolima y alguna vez vivimos en Girardot, así que el río forma parte de mi historia personal, por eso me impactó mucho y al empezar a investigar encontré una noticia titulada ‘El río no se deja desviar’, que me llamó la atención porque se refería al río como un agente político y con capacidad. Además, estaba firmada con el seudónimo de ‘Entreaguas’ y explicaba que era la primera represa construida con capital transnacional en Colombia”.
Detalle escultura Nuestro tiempo, 2018.
“Entreaguas” resultó ser un amigo de Carolina que hacía activismo en la zona, lo cual facilitó su acercamiento al tema, principalmente a la población desplazada por la construcción de la represa. Así surgió Be Dammed, un cuerpo de trabajos artísticos, compuesto por varias series y cuyo nombre es en sí mismo un juego de palabras en inglés, que fonéticamente parece decir “estar condenado”, pero cuya traducción más cercana al castellano es “represa represión”.
“Es interesante que la raíz de las palabras ‘represa’ y ‘represión’ sea la misma —comenta Carolina—, porque es precisamente la manera como abordo estas infraestructuras, que el gobierno y las empresas nos venden como instalaciones de desarrollo y crecimiento económico, pero que en realidad son estructuras de represión hacia la población y hacia las diferentes entidades de la naturaleza: el río, los árboles, la comunidad de peces y tantas más”.
Cada obra de Cosmotarrayas contribuye a la memoria histórica ambiental.
En ese sentido, ella asegura que a lo largo de las investigaciones que ha llevado a cabo para desarrollar este trabajo, se ha sumergido simultáneamente en los temas ecológicos y ambientales y se ha convencido de que no se pueden perder de vista las perspectivas no humanas, es decir, que se necesita comprender que un pez, por ejemplo, es capaz de tener una perspectiva y una visión, pues no solo es parte del paisaje, sino también actor.
Los universos de las Cosmotarrayas
Nueve Cosmotarrayas se exhiben en el ICA de Boston desde el pasado 20 de enero. Se trata de una serie que forma parte de Be Dammed y que nació a partir de la observación de gestos cotidianos llevados a cabo por las personas que viven cerca de los ríos y que entablan relaciones intrínsecas entre sus cuerpos y el río. Uno de los gestos que más llamó la atención de Carolina fue el de los pescadores cuando lanzaban la atarraya para pescar.
“Cada uno lo hace de manera distinta, que responde tanto al conocimiento adquirido con la práctica diaria, como al aprendizaje recibido de sus ancestros. Así que esa idea de conocimiento acumulado, sintetizado en la relación de la atarraya con el pescador, me fascinó. Y en la casa de una pescadora, en La Jagua, un pueblo al lado de Garzón, Huila, me regalaron la primera atarraya. Me la traje al estudio y simplemente jugué con ella tanto, que empezaron a surgir estas esculturas colgantes, inspiradas en la manera como los pescadores cuelgan sus atarrayas para secarlas después de una jornada de pesca”.
Ósun, 2018.
Esta serie se inició en 2016 y cuenta con más de 20 Cosmotarrayas, que Carolina cuelga de diversas maneras: las extiende, les construye unos aros de metal para darles ciertas formas y las sitúa junto a otros objetos que ha recogido en el trabajo de campo y que forman parte de las comunidades.
Las primeras Cosmotarrayas se presentaron en Instituto de Visión, para la exposición Entre caníbales; luego las llevó a la bienal de São Paulo, en 2016, y también a la muestra Conjuro de Río, en el Museo de la Universidad Nacional, en 2018, como parte de una serie titulada Plomo y brea.
Este título también tenía un doble sentido, pues si bien los plomos sirven para darle peso a la atarraya y la brea para conferirle fuerza y resistencia en el agua, también podía ser interpretado desde la expresión “dar plomo”, que en Colombia se refiere a un asesinato, y a la brea como un material propio de los caminos, pero que también sirve para impermeabilizar represas.
“La naturaleza colombiana no solo ha sido escenario, sino también víctima y botín de la guerra. Esa es una gran enseñanza de este proyecto. Por eso, creo que como cualquier víctima de esta guerra, la naturaleza tiene que ser reparada por los perpetradores de esas violencias, que muchas veces no son grupos armados, sino empresas e incluso el gobierno”, asegura.
Sus esculturas están inspiradas en las atarrayas de los pescadores.
De ese modo, las atarrayas le permiten hablar de las dinámicas contradictorias del campo colombiano: por un lado, ese conocimiento ancestral, acumulado y heredado, de pescar y tomar lo que se necesita para tener una vida digna, versus los procesos de extracción industrial, que solo buscan sacar todo lo que se puede de la naturaleza hasta que ya no quede nada, sin pensar que cuando no haya ríos, no habrá dónde tirar la atarraya.
Y como cada atarraya es en sí misma un universo, Carolina decidió darle el nombre de Cosmotarraya. “Para algunos pescadores la atarraya es una herencia de sus padres, otros la fabricaron con sus manos y casi todos se alimentan y mantienen gracias a ella”. Sin embargo, su simbolismo no se detiene ahí, cada una tiene a su vez un nombre propio, que caracteriza su existencia.
Así, Ósun está hecha para reverenciar a Ósun, la diosa del agua dulce de los ríos, del placer, la fertilidad y la sexualidad Yoruba. Es una ofrenda a esta entidad espiritual cuya imagen pintada a mano en una tapa de olla de acero le da a la Cosmotarraya su forma cónica, con una figura de sirena que sostiene una cola bifurcada formada por dos cuerpos de agua. Su color es amarillo y de ella cuelgan unos pescados, puesto que permite y favorece la pesca. Además, la acompaña un texto que dice “Ríos vivos, pueblos libres”.
Por su parte, Desbloqueada es una red con forma de cono invertido, blanca casi en su totalidad, pues solo el borde es negro, y en su interior Carolina colgó su dispositivo intrauterino (la T anticonceptiva de cobre), que se encuentra sobre una piedra navajo, que a su vez descansa sobre una bandeja de metal dorado. “Es una reflexión acerca de la idea que tenemos sobre las represas como estructuras gigantes y monumentales, pero no entendemos que también hay represas a escala humana, infraestructuras que no permiten que nuestro cuerpo fluya naturalmente”.
Be Dammed está constituida por otras series de video, fotografía, performances, dibujos, genealogías de activistas asesinados a escala mundial por defender el medioambiente y también por Libro Río Serpiente, un volumen hecho en formato de acordeón, que se abre, se pliega y serpentea como un río y que compila la investigación y el material textual y visual de trabajos de campo que Carolina ha llevado a cabo en Colombia, Brasil, Estados Unidos, Guatemala, México y Alemania. Es así como Be Dammed existe como una constelación en la que cada trabajo y cada serie tienen una luz propia y si bien se pueden ver y comprender individualmente, todo junto funciona como una conexión entre ideas que crecen y se desenvuelven.