Stéphane Breitwieser: la historia del ladrón de arte más famoso del mundo
Revista Diners
Luego de haber robado más de 230 obras del museo Richard Wagner, de Lucerna (Suiza), el francés Stéphane Breitwieser cometió el pecado más conocido de los ladrones: volver al lugar del crimen.
Frente a la puerta de la casa victoriana que servía de museo, con su abrigo ancho, hasta la rodilla, Breitwieser se preparaba para llevarse un último botín, una trompeta de 47 mil euros, y retirarse del robo de arte para siempre. Mientras preparaba su discurso de turista interesado, a un periodista que visitaba el museo le pareció sospechosa su forma de actuar.
Fue en este entonces cuando el periodista lo reconoció y le avisó a un guardia del museo quien, para fortuna del arte, lo esposó y entregó a la policía suiza, quienes lo deportaron a Francia para su encierro de una década en 2001. Entre pinturas, esculturas y otras obras robó 1.4 mil millones de euros.
Aunque parezca una escena de película, esta es la historia verdadera de Breitwieser, quien desde su encierro reveló en un libro Confesiones de un ladrón del arte, publicado en 2006 y traducido a más de 20 idiomas, el porqué robó durante 6 años sus obras favoritas de los museos más visitados del mundo.
El origen del ladrón de arte
En 1996 Stéphane Breitwieser estaba de viaje con su novia Anne-Catherine Kleinklaus en Amberes, Bélgica, solo porque allí se encontraba el museo de Peter Paul Rubens, maestro de la escuela flamenca. Breitwieser echó un vistazo rápido a las salas y se detuvo frente a una escultura de marfil de Adán y Eva.
Con tan solo 25 centímetros de alto, la obra mostraba en detalle a Adán mirando a Eva, mientras que la serpiente colgaba en un tronco que estaba en medio de los dos. “Es el objeto más hermoso que he visto”, le dijo Breitwieser a su novia, quien estaba perdidamente enamorada de él.
“Tiene que ser mía”, susurró Breitwieser, quien a la vez le dio instrucciones a Kleinklaus para que vigilara la entrada de la sala mientras él alistaba su navaja suiza para remover la base de seguridad de lo que sería el regalo del artista Georg Petel a su amigo Rubens por su cumpleaños 50.
El francés logró zafar los cuatro tornillos que mantenían a la escultura en su lugar y sin pensarlo dos veces la echó de un empujón en sus pantalones. Luego salió en medio de una multitud de turistas junto a su novia. Entraron al auto que alquilaron, pusieron la escultura en la gaveta y se dieron un beso en señal de victoria.
Este fue el primer robo de la pareja de 25 años, quienes hacían una excursión por toda Europa como dos jóvenes ávidos de conocimiento por el arte. Sin embargo, fue en este momento donde Breitwieser le confesó a su amada que ya llevaba robando arte por un tiempo.
Sleeping Shepherd por François Boucher.
¿Por qué robar arte si no lo iba a vender?
Devuelta a Francia, Breitwieser le dijo a su novia que es más que un simple fanático al arte. Que de hecho en la casa de su madre en la ciudad industrial de Mulhouse, tenía una colección que podría valer miles de millones de euros.
Una vez en la casa, el francés abrió la puerta del cuarto con una llave que tenía en el ático y dejó entrar a su novia, quien quedó maravillada con la explosión de colores que emanaban los cuadros de retratos, paisajes y naturalezas muertas de artistas como el holandés Adriaen van Ostade, el francés François Boucher y el alemán Alberto Durero.
En medio de la habitación había copas de plata, platos, jarrones, cuencos, espadas ornamentadas, instrumentos musicales, tazas de té doradas, platos en esmalte y mármol, entre otros tesoros como sacados de las aventuras de Tintín.
Allí fue dónde Breitwieser convirtió a su novia en una fanática al robo de arte “por la emoción del espace y el placer de tener un tesoro invaluable en medio de una vida de problemas financieros”, como relató Kleinklaus a The Guardian en 2005.
“Cuando pequeño podía pasar todo el día solo en un museo o en sitios arqueológicos, era la única forma de calmar a mi hijo cuando se mostraba impotente y temperamental”, contó su madre Mireille, quien fue a la cárcel durante 18 meses por destruir muchas de las valiosas piezas de arte para cubrir a su hijo.
Breitwieser aprendió a leer los movimientos de los guardias con cada robo que hacía. Su paso por museos de Francia, Holanda y Bélgica le dieron la suficiente experiencia para robar con precisión, pero no para saber hasta dónde detenerse.
Alberto Durero, Museo Nacional del Prado.
La caída
La obsesión por el robo llegó a niveles insospechados. Su nivel de desesperación era tan alto que su novia y su madre le dijeron que no lo iban a apoyar más en sus asaltos a los museos y que lo que hiciera, iría por cuenta propia.
Enceguecido por la codicia, Breitwieser fijó su ruta a Suiza siguiendo la recomendación que le hizo su novia: que usara guantes de látex para no dejar huellas en los lugares de asalto. Fue este detalle lo que llamó la atención del periodista, quien finalmente fue el héroe para todos los museos de Europa.
Adriaen van Ostade, Era de la pintura (1610-1685).
Aunque Breitwieser salió en 2005 de la cárcel por entregar todas las obras y por buena conducta, nunca pudo restablecer su vida sentimental. Su novia lo dejó y su madre lo perdonó pero no lo quiso volver a ver.
Actualmente está en prisión por ser sospechoso del robo al Museo Histórico de Mulhouse. En su casa encontraron unas monedas romanas y objetos antiguos que podrían haber sido tomados de varios museos de Francia y Alemania. Su caso está en proceso de investigación para que responda ante estas nuevas acusaciones, como lo informó el Art Newspaper de Londres.