La colombiana que dirige uno de los organismos de biodiversidad más importantes del mundo

Un millón de especies están en peligro de desaparecer en los próximos 50 años. Ana María Hernández, la nueva directora del Ipbes habla de los desafíos que tiene nuestra propia especie frente a este panorama.
 
La colombiana que dirige uno de los organismos de biodiversidad más importantes del mundo
Foto: Instituto Humboldt
POR: 
Andrea Domínguez

Los científicos han hablado: si seguimos como vamos, en cinco décadas habrá desaparecido de la faz de la Tierra un millón de especies. La élite de los investigadores globales también nos ha abierto los ojos frente una verdad aterradora: en los últimos cien años hemos perdido más biodiversidad que la que se perdió en los anteriores 10 mil años.

El lugar donde se produce este conocimiento alarmante pero imprescindible para la supervivencia humana es la Plataforma Intergubernamental de Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos -Ipbes, por su sigla en inglés- y a partir de ahora este organismo global será liderado por la colombiana Ana María Hernández.

Fue elegida recientemente como la primera mujer en ocupar la presidencia del Ipbes, un honor y también un desafío con grandes proporciones. En esta posición, que es ad honorem y adicional a su trabajo como jefe de la Oficina de Asuntos Internacionales, Política y Cooperación del Instituto Humboldt en Colombia, tendrá que presidir el trabajo de un organismo conformado por 130 gobiernos, más de 100 organizaciones no gubernamentales y 1200 grupos de expertos.

Esta profesional en Relaciones Internacionales ha sido jefe de la oficina de Asuntos Internacionales del Ministerio de Medio Ambiente, negociadora de Colombia en varios temas relacionados con la biodiversidad y gerente de certificación de la Fundación Natura, entre otros.

“Pienso que por haber trabajado en el tema de la biodiversidad desde diferentes aristas puedo entender bien las distintas posiciones frente al tema: las de la comunidad científica, las del Estado y las de las organizaciones de la sociedad civil”, expresa esta bogotana que de niña formaba parte de clubes ecológicos sin saber que su pasión la llevaría a presidir una de las instituciones más influyentes en materia de biodiversidad.

En esta breve conversación, Ana María habla de los desafíos que enfrentamos los seres humanos ante el estado actual de las especies.

¿Cómo sería este planeta sin ese millón de especies que están en peligro de extinción?

Sería bastante diferente la relación del ser humano con la naturaleza. Este 25 % de las especies que está amenazado está directa o indirectamente relacionado con el bienestar humano. Si en 50 años vemos que se nos extinguieron, tendremos que haber evolucionado para depender de otras especies que estén relacionadas con nuestro bienestar. La biodiversidad evoluciona y continúa su cambio, pero el ser humano no sé qué tan rápido pueda adaptarse. O nos podemos volver dependientes de los sintéticos, de la vida artificial, para poder reemplazar lo que ya por naturaleza no podemos utilizar.

Es decir, escenarios de ciencia ficción hechos realidad…

Mejor dicho, Isaac Asimov se quedaría en pañales en sus visiones del futuro. Por eso creo que es mejor que tratemos de bajar la presión que ejercemos sobre esas especies, para poder ir evolucionando a la par con el entorno natural; de lo contrario tendríamos que enfrentar una vida que va a ser muy triste.

El comienzo de eso es lo que ya sufren, por ejemplo, quienes viven de la pesca en un río que ya no les trae lo que antes les traía. Esto afecta no solo su seguridad alimentaria sino las condiciones económicas, las relaciones comerciales y los procesos culturales de todo un territorio.

Actualmente hay posturas como las de Donald Trump, quien niega el cambio climático, o de Jair Bolsonaro en Brasil, orientadas a la agricultura y ganadería extensivas en detrimento de la Amazonía. Ante este panorama, ¿hay esperanza?

Yo creo que esto pasa por un relevo generacional. Todavía estamos pasando por una transición entre los que pensaban y siguen pensando que el desarrollo económico debe darse a costa del desarrollo ambiental, social o la supervivencia cultural. Estamos en una transición a esa generación de sostenibilidad que empezó hace 20 años pero que se está reforzando con una nueva generación de jóvenes. Tenemos el ejemplo de Greta Thunberg en el tema del cambio climático y el de la Red Global de Jóvenes de Biodiversidad, o GYBN por su sigla en inglés (Global Youth Biodiversity Network), que son de un entusiasmo increíble. Cada vez vemos más involucrados a los estudiantes, a los colegios, a las empresas que empiezan a manejar programas de sostenibilidad.

¿Los niños más pequeños hoy en día tienen mucha más conciencia?

Claro, uno lo ve en los colegios. Y en la vida personal. Mi hija menor tiene siete años y ya está muy pendiente de reciclar. Se está gestando un cambio de conciencia generacional que me da una muy buena visión del momento en que estas nuevas generaciones tomen las riendas del poder.

La cuestión es si estas nuevas mentalidades llegan a tiempo al poder…

El planeta va a seguir existiendo un par de miles de millones de años más -o hasta que venga un asteroide gigante (risas)- pero nosotros tenemos una biodiversidad que evolutivamente va a sobreponerse. Los que estamos en riesgo somos nosotros, los seres humanos, porque nosotros dependemos de la biodiversidad que existe en este momento.

Los cambios que se implican enormes transformaciones del sistema económico porque se requieren cambios culturales. ¿De dónde va a salir la voluntad para llevarlos a cabo?

Tiene que provenir de la voluntad social. En el tema ambiental a nivel mundial y también nacional se han venido construyendo esos cambios porque la sociedad ha venido empujando, demandando y esto ha hecho que se puedan establecer regulaciones y crear instituciones que trabajen por estos objetivos.

El problema es que aún falta conciencia en los individuos. Nada ganamos diciendo que el océano está lleno de plástico y que el microplástico está acabando con los peces y nos estamos intoxicando a nosotros mismos si seguimos comprando la bolsa de basura, si seguimos botándola al caño.

Cuando hay desafíos tan monumentales se tiende a pensar, “para qué dejo de comprar plástico si todo el mundo lo sigue haciendo”, pero ¿cada pequeño esfuerzo cuenta?

Absolutamente. Si nosotros empezamos a cambiar comportamientos, por ejemplo de consumo, automáticamente se fomenta una nueva cultura de producción que se ajusta a esa solicitud de consumo, porque esto es un mercado y la producción en masa responde a la demanda de la población.

¿Cómo pasar de la acción individual a la colectiva?

La base es la conciencia en el individuo y luego viene el territorio. Cada territorio, así esté en un mismo país, tiene sus particularidades. Hay poblaciones en las que hay un trabajo basado en una relación más sana con el medio ambiente y hay otras dinámicas en el territorio donde las transformaciones de los ecosistemas son mucho más fuertes, dependiendo de dinámicas y fuerzas económicas o culturales.

Por tanto, los individuos son la base y parte de la solución o de la problemática social. Los acuerdos sociales son la base del cambio en cada uno de los territorios para hacer que esas transformaciones del entorno transiten hacia una mejor sostenibilidad. Un ejemplo de ello es el acuerdo para la protección del Río Bita, un afluente del Orinoco en el Vichada y el primer río protegido de Colombia.

Si la evidencia científica está ahí, ¿por qué es tan difícil para algunos sectores aceptar la necesidad de estos cambios?

La gente se asoma a la ventana y ve árboles. O va de paseo y ve bosques, entonces erróneamente piensa: ¿pero por qué molestan tanto esos locos? La realidad es que la biodiversidad va en franco declive y mientras no integremos esto a nuestra conciencia, mientras no entendamos que nuestra vida está amenazada, realmente no nos importa mucho lo que nos digan. Esperemos que esto cambie, que lo incorporemos en nuestro ADN de alguna forma. No queremos después decir “se le dijo, se le advirtió”.

         

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mayo
16 / 2019