“No hay nada más peligroso para un artista que repetirse”: Olga Piedrahita

Diners le rinde un homenaje a una de las diseñadoras más irreverentes del país y símbolo absoluto de la creatividad.
 
“No hay nada más peligroso para un artista que repetirse”: Olga Piedrahita
Foto: Karim Estefan
POR: 
Enrique Patiño

Publicado originalmente en Revista Diners Ed. 496 de julio 2011

Hay un momento que se graba en la memoria y del que Olga Piedrahíta no se percata. Sucede cuando ella habla, y de repente, para enfatizar una frase, estira la mano hacia lo alto y su voz profunda se une con las manos en un gesto de palomera en el acto de liberar un ave al vuelo.

Porque ahí está lo que ella es. Está su adolescencia consagrada al ballet, el rigor de la danza y la libertad de sus movimientos, pero también su amor visceral por el teatro. Está su apuesta por la libertad creativa como una consigna de vida y su decisión de estudiar arte y de convertir la moda en una propuesta estética. Está la educación libre que le dieron sus padres y su búsqueda “por la experimentación y la soltura, por darme licencias para volar”.

En un solo gesto, toda ella


Diners estuvo en su taller y conoció de cerca a esta mujer que teme repetirse y se rehace a cada instante.


Ese instante no es gratuito. Lo ha construido durante toda una vida dedicada a transformar su entorno y treinta años de oficio en la moda. De hecho, ese momento empezó en su propia casa, cuando era apenas una niña de brazos, y se movía entre el mundo de lujo y sofisticación de su familia paterna y la apertura mental de su familia materna llena de artistas. A pesar de que estudió en un colegio de monjas, su papá la sacó de la formalidad y le ofreció regalos vedados a otros, como darle la libertad de usar bikini en su adolescencia u obsequiarle una ida a cine para que viera en pleno 1970 la historia del festival de Woodstock.

Sin embargo, en su formación fue determinante su vocación como bailarina de ballet y su dedicación de tres horas diarias a fortalecer sus piernas para lograr las casi imposibles torsiones de la danza. Esa exigencia que la llevaba a comprender el espacio con disciplina y rigor para luego liberarse en el escenario la formó estéticamente. “Porque a partir de ese instante sentía para poder transmitir y apelaba a la estética como filosofía de vida”, dice.

Luego de estudiar arte en Estados Unidos se reencontró con su hermana Eulalia, que regresaba de Florencia, Italia, y quien había estudiado tejidos, y emprendió un proyecto artístico que la llevaría a encontrarse casi con naturalidad con el mundo de la moda. Montó un espacio al que llamó el Taller Barroco, y junto con ella reunió manteles, casullas, encajes y vestidos viejos del barrio, y ensambló piezas disímiles en una exploración textil, “una alquimia en degradé de colores” que era más una apuesta por unir dos universos distintos que un oficio. Lo cierto fue que gustó y fue exitoso.


“Busco la experimentación y la soltura, que me dan licencias para volar”.


Sus propuestas parecían disfraces y todas estaban investidas de teatralidad. Esa nostalgia retro que apuntaba a los años veinte y que tomaba elementos del Wearable Art de enorme fuerza entonces en Londres, la convirtió, de un momento a otro, en diseñadora.

Viajó a Bogotá y se encontró con un mundo de colegas con ideas. Participó cuatro años seguidos en los desfiles de la Asociación Colombiana de Diseñadores y dejó atrás, por primera vez, lo que la había hecho exitosa, para jugársela por algo nuevo. Por primera vez.

Porque desde entonces entendió que siempre debía jugársela: que cada vez que sintiera que se sabía la fórmula del éxito debía cambiarla. “Siempre tengo el impulso de quitarme la piel y de iniciar una aventura nueva. Si no siento ese reto no me encuentro. Nada es más peligroso que repetirme”. Por algo es considerada la reina de la creatividad y la más importante creadora textil del país.

Y ese deseo de reinventarse la llevó a incluir en sus colecciones otro de sus amores: las óperas y el teatro. Por eso nunca realiza pasarelas convencionales, sino verdaderas puestas en escena en las que cada vestido cuenta una historia coherente y sin embargo es una obra de arte en sí; en las que cada modelo está fuera de los circuitos conocidos e interpreta un papel definido; cada pieza musical corresponde a una sensación y el espacio es casi siempre una bodega abandonada e intervenida, reinventada como escenario por un equipo de hasta 250 personas.


“Tengo la camiseta del relevo generacional y apoyo jóvenes que tengan pasión y fervor”.


Casi la misma idea que plantea ella con sus materiales, cuando apela “a telas anónimas como el dénim, los jacquards y otras con las cuales se pueden contar historias”. Eso significa intervenirlas, deconstruirlas, quemarlas, arrugarlas o usar elementos no comunes como papeles, plásticos o incluso esparadrapos.

Olga Piedrahíta busca en las ferreterías materiales para trabajar, pero también en el color de las casas de Curaçao o en las bolsas de basura de su edificio y en lo común de cada día. Y en la gente del día a día. Por eso cree en los jóvenes y junto con su hija Danielle ha consolidado un equipo de especialistas que la apoyan en sus colecciones y además busca talentos para que presenten sus propuestas en su tienda. Por el momento cuenta con veintidós hallazgos, de los cuales cuatro jóvenes participarán con ella en la colección que llevará a Colombiamoda, la feria más importante del país, que le rinde un homenaje al permitirle abrir el evento.

“Tengo puesta la camiseta del relevo generacional, porque sé en carne propia que lo no comprendido genera rechazo. Busco jóvenes que tengan pasión y fervor y que tengan empatía con mi marca: ese humor y esa irreverencia, esa libertad y ese vuelo”, dice, y en ese momento levanta la mano al aire, como si fuera una palomera en el acto de liberar un ave al vuelo. Y ahí está toda ella, en un gesto perfecto y preciso que la define entera. “Tengo la camiseta del relevo generacional y apoyo jóvenes que tengan pasión y fervor”.

         

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marzo
23 / 2019