Silvester Stallone, el héroe que se niega a rendirse
Enrique Patiño
Silvester Stallone está en la tercera edad (66 años) y podría decirse que es un abuelo musculoso y nostálgico, despreciado y exitoso, decidido a no dejar de producir cintas de acción, aunque ahora ame más la pintura. El peor actor y el mejor héroe no se despide aún, aunque le duela el desprecio. Acá está, parte por parte.
El cerebro de Stallone
La gente me ha estigmatizado, dice. Eso le duele al abuelo grandote de 66 años. Sabe que su cuerpo de un metro con setenta y siete centímetros y unas proporciones musculosas que doblan a casi cualquier ser humano lo han convertido en el referente de la mente vacía y el músculo lleno de esteroides.
Y debido a esa fortaleza que espanta y a los aminoácidos que sí consumió, poca gente –recalca– se acuerda de que Rocky, la película que él mismo escribió cuando era un don nadie, ganó el Óscar en 1976 como la mejor cinta del año y él mismo fue nominado como mejor guionista y mejor actor.
En ese punto se silencia, porque es un hombre de pocas palabras. Entonces hay que ayudarle y escribir que Sylvester Stallone ha escrito veintiún guiones, tanto de las siguientes versiones deRocky y Rambo como de casi todas las películas que ha protagonizado. Y que algunas de sus películas, como Rocky Balboa, la cinta que cierra la saga del boxeador más emblemático de la historia del cine, es un guion sencillo, independiente, de un hombre envejecido y fracasado, incapaz de encontrar el amor y hambriento de cariño. Un guion honesto que nadie se atrevió a criticar.
O agregar que Rambo, en su primera versión, hablaba sobre un hombre torturado que no sabía amar y que acudía a la violencia para apagar su dolor, y que era una velada crítica al abandono de los soldados en Vietnam a los que el gobierno de Estados Unidos convirtió en máquinas de guerra. Luego, claro, se pervirtió el mensaje.
Pero en origen, el hombre que es capaz de levantar ciento ochenta y un kilos en un movimiento de pectorales y brazos, ha sido capaz de demostrar sensibilidad. Y ha evidenciado que la tiene a flor de piel porque ha dedicado los últimos treinta y cinco años de su vida a la pintura. Solo que desde su primer éxito la escondió detrás de la parafernalia de seguir siendo el héroe de acción en que se había convertido y que tantos seguidores le generó. Rocky, en su genialidad inicial, le abrió las puertas de la fama, medio mundo lo adoró, y Stallone se dejó llevar por el éxito. Expuso sus músculos y terminó repitiendo la fórmula por terceras y cuartas versiones de cintas que no necesitaban desarrollar más su historia. Entonces el público que tanto lo amó lo dejó de lado, y ahora, cuando lo ve en la calle, lo saluda con nostalgia, cerrando el puño y ubicándose en posición de boxeo.
En voz baja dicen que no tiene cerebro. Stallone lo sabe. Y se deja. Es inocente en medio de su grandeza. Y no tiene ganas de pelear. Su mirada nostálgica recuerda que sus ancestros son italianos y deja en claro que es parte del ícono que él ha construido y que lo ha llevado a ser considerado una de las cien mayores estrellas del cine.
Esos ojos de perro triste, de hombre desvalido, se posan en el vacío. Quizás piense en silencio que es mejor seguir dedicado a la pintura al óleo, su verdadera afición, que contestar entrevistas a esta edad de su vida.
Músculos faciales
Cuando veía la luz el 6 de julio de 1946 bajo el signo de cáncer en la ciudad estadounidense de Nueva Jersey, Sylvester Gardenzio Stallone sufrió complicaciones y los médicos apelaron a los fórceps para sacarlo del útero de su madre, la excéntrica Jackie Stallone, astróloga y promotora de combates de lucha libre entre mujeres. El resultado fue doloroso: el menor sufrió la parálisis de los músculos del lado izquierdo inferior de su rostro, lo que le impidió desde entonces y para siempre que pudiera hablar con fluidez.
Su padre, Frank Stallone, un tipo más calmado y quien aparece en un cameo de Rocky, era en ese entonces un siciliano venido a Estados Unidos que se dedicaba a ganarse la vida como peluquero, aunque terminaría con los años dirigiendo una cadena de barberías. El joven, que despreció desde niño su nombre de Sylvester y prefirió toda la vida ser llamado “Sly”, tuvo una infancia gris, en el lugar llamado La cocina del infierno, un barrio deprimido de Manhattan, donde vivió dando tumbos, peleando en las calles y ganándose bajas calificaciones y una fama hostil por su mal comportamiento. Luego del divorcio de sus padres terminó inscrito en una escuela para niños con problemas emocionales, pero con los años se destacaría por su capacidad deportiva, lo que le valdría ganarse una beca en la Universidad de Miami.
Allí decidió inscribirse en el departamento de teatro. Durante tres años acumuló conocimientos pero aunque le faltaba poco, no llegó a graduarse. Su desespero lo llevó a buscar una carrera definitiva como guionista y a aceptar pequeños papeles.
El primero de ellos, en 1970, fue uno pornográfico, en la cinta The party at Kitty and Stud’s, por el que se ganó doscientos dólares en un momento en el que se encontraba desesperado por las cuentas y aceptó lo primero que le llegó. En 1971 se presentó para un pequeño papel en El Padrino, pero no fue elegido. Deprimido por su escasa suerte, decidió dedicarse a ser guionista y a seguir aceptando papeles pequeños en series que en ese momento buscaban el prototipo italiano de pocas palabras, fuerte acento, cara de mafioso y un aspecto de matón triste y cansino, lo que le venía perfecto por la parálisis que enfatizaba la expresión de su rostro.
Sus bíceps
Stallone no dio su brazo a torcer. The Lords of Flatbush, un guion que él mismo escribió, le permitió ganar un protagónico en 1974. Pero fue luego de ver una pelea de Mohammed Ali cuandoStallone tuvo la gran idea de su vida. Dice él que durante tres días se encerró y escribió el guion de Rocky, pero que la pelea más
grande la tuvo que dar cuando trató de venderlo con el compromiso amarrado de que él mismo sería el protagonista de esa cinta, y los estudios lo rechazaron.
Quebrado totalmente y entregado a esa obsesión, caminó por los estudios y dijo no a las ofertas que no lo incluían a él. Las razones de los estudios estaban en su rostro triste y en su imposibilidad de hablar claramente. Pero Stallone no se rindió, hasta que le compraron el guion en 18 mil dólares. Eso dice y ha venido afirmando por más de treinta años, aunque los estudios desmienten su versión y aseguran que lo apoyaron desde el inicio e invirtieron en él. Lo cierto es que de repente pasó a ser alguien, y que la cinta dirigida por Jon Avildsen ganó el Óscar como mejor película y tuvo diez nominaciones. La historia del boxeador que de la nada lo ganaba todo se parecía demasiado a la del actor que la protagonizaba. Entonces quiso repetir el éxito. Y ahí fue cuando comenzó a perderse. Se dedicó a ganar peso y a crecer en tamaño con una disciplina que muchos fisicoculturistas envidian y destacan aún hoy.
Sus bíceps crecieron hasta los 43 centímetros, su nivel de grasa corporal era de apenas 4,5 por ciento y hacía 500 repeticiones de abdominales tres veces cada dos días, con un régimen de ingesta de apenas 200 calorías al día para que su cuerpo apareciera marcado y definido ante la pantalla.
Pero las repeticiones en su rutina de gimnasio también terminaron siendo repeticiones en su vida. Hizo cuatro versiones de Rambo y seis de Rocky, y sus personajes de acción terminaron pareciéndose unos con otros. Se volvió un emblema de la acción. Se convirtió en el símbolo de la fuerza y del músculo sobre la razón. Tanto es así que repitió la fórmula con Los indestructibles (The Expendables), pero más como una forma de burlarse de sí mismo y de la nostalgia de las películas de acción protagonizadas por los grandes héroes invencibles de antaño que como una apuesta cinematográfica seria. Pero no aprende: hará una segunda parte.
Pectorales
Pero así, despreciado y amado, igual sonríe y saca pecho por lo vivido. Ya enterró a sus personajes de acción más emblemáticos con una digna despedida para Rocky Balboa y para Rambo. A sus 66 años recién cumplidos sigue tan musculoso que sus nietos pueden darse el lujo de “echarles” a los otros al abuelito en la escuela. Casado tres veces y con cinco hijos, es amable con la gente y firma autógrafos sin protestar, aunque sea difícil entenderle por la compleja dicción y el tono de voz mínimo que maneja, además de su casi inevitable costumbre de expresarse con frases cortas y monosílabos.
Este ultraconservador que ama el cine de la India y que admira el boxeo; que escribe guiones sensibles cuando lo quiere y éxitos comerciales en apenas tres días; que pinta al óleo y ha rechazado ser el protagonista de éxitos de taquilla como Terminator y Die Hard, que habla casi como en un susurro y ha recibido la mayor cantidad de nominaciones a los premios Razzie, otorgados a lo peor del cine; que comenzó ganando 200 dólares y llegó a recibir hasta 20 millones de dólares por cinta; que come saludable de lunes a viernes y se desquita los fines de semana, es el mismo ser básico que asegura que hay que sujetar la vida por el pescuezo antes de que te atrape por el cuello y te lo rompa”, y el mismo que da por sentado que ya no tiene caso intentar hacer dramas: “Di lo mejor de mí en Rocky Balboa y en CopLand. Si lo hiciera ahora parecería que fuera un intento desesperado por ser reconocido como un actor serio. Preferiría dirigir dramas a aparecer en ellos”.
Silvester Stallone saca pecho por lo vivido, aunque para muchos sea el peor actor del siglo y para otros, el héroe por antonomasia. Su pecho de 127 centímetros tiene, por cierto, una costura de 160 puntos luego de que se lastimara en una competencia que sostuvo contra un campeón mundial de fisicoculturismo. Y ese pecho herido, roto, al igual que su cara triste y paralizada, son el ejemplo del que lo ha ganado todo y al mismo tiempo ha sido señalado con burla por millones. Él lo sabe. En mis películas siempre hablo de la redención. “Todos nos arrepentimos de aquellos momentos en los que hemos tomado las decisiones equivocadas y debido a los cuales la vida nunca volverá a ser la misma. Ese es el tema que me persigue en las cintas. Esa, la historia de mi vida que me persigue desde siempre”, remata.