Carlos Ospina, el colombiano premiado por escribir el mejor libro de café del mundo

Óscar Mena
Carlos Ospina es el autor de El Andariego: relatos cafeteros, un libro que acaba de poner a Colombia en lo más alto del podio de los Gourmand Cook Awards, al llevarse el primer lugar en la categoría Coffee Books. Publicado por la editorial independiente Hammbre de Cultura, el libro superó propuestas de Asia, Europa y África, en una contienda editorial que usualmente favorece a países con mayor músculo gastronómico. Esta vez ganó el corazón y la pluma de un colombiano.

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El libro es una recopilación de quince crónicas que se leen como testimonios íntimos, historias reales atravesadas por la violencia, la precariedad del agro y el abandono del Estado. Crónicas que no ocultan la dureza de la realidad y que llevan títulos tan elocuentes como El café más grande del mundo, El callar de las campanas o Don Julio, todas ellas narradas con una mirada que mezcla la sensibilidad del periodista con el ojo afilado del escritor que ha caminado las trochas embarradas del campo colombiano.
Ospina se presenta como un académico brillante y estructurado, de esos que no sueltan una palabra sin haberla pasado antes por el filtro del método. Resulta curioso imaginarlo, entonces, en medio de una finca en la Sierra, o en algún pueblo del Huila, tomando tinto con campesinos que le abren las puertas de sus fincas y el corazón.
Pero ahí están sus credenciales: profesional en Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad Externado de Colombia, con una maestría en Demografía y Desarrollo en la Université Catholique de Louvain, en Bélgica, y otra en Creación Literaria de la Universidad Pompeu Fabra, en Barcelona. Ospina es un humanista que aprendió a contar el mundo desde la estadística, y luego se lanzó a narrarlo desde la emoción.
Una pequeña gran edición
El flechazo con la crónica llegó temprano, en la universidad. Allí supo, desde que leyó las primeras piezas del género, que algún día escribiría un libro así. No sabía sobre qué, pero sí sabía cómo: con verdad, detalle y la voz de los otros como brújula.
Lo que nunca imaginó fue que ese libro estaría dedicado al café. Su único propósito era contar historias, y fue en el campo colombiano donde encontró relatos sorprendentes, humanos, duros, que tenían como excusa una bebida que se sirve en todas las casas, pero cuya historia muy pocos conocen.
Antes de irse a Europa a estudiar, publicó la primera edición de El Andariego con un tiraje pequeño de 500 copias. Se agotó en menos de un año, rodó entre amigos, librerías independientes y lectores atentos. Fue una edición modesta, pero potente. Semilla que germinó.
Y no estuvo solo, su hermano Alejandro, economista y emprendedor, fue clave. Dueño de Café Banna en Bogotá, le abrió las puertas del mundo del café especial, lo acompañó en varios viajes y le ayudó a entender la cadena que va del árbol a la taza.
Los estudios también contaron. Lo ayudaron a enmarcar los relatos en contextos más amplios: el papel de los intermediarios, el estancamiento tecnológico del agro, la fragilidad de los sistemas de apoyo estatal. Cada crónica es el resultado de una mirada sensible pero rigurosa.
La llegada de Hammbre de Cultura

Cinco años después, cuando el polvo ya había cubierto la primera edición, llegó la propuesta de Dani Guerrero “Pantxeta” y el equipo de Hammbre de Cultura para reeditar El Andariego. Ospina, ya con otra mirada, con otra voz narrativa, aceptó el reto.
Pero reeditar también es enfrentarse a uno mismo. Ya no era el joven de 2017. Hubo frases que quiso reescribir, estructuras que le parecieron flojas, palabras que no usaría hoy. Prácticamente una lucha entre el escritor nuevo y el cronista del pasado fue intenso. La edición le costó meses.
“Es como si tuviera un hijo de 40 años que se fue de la casa a los 18 y de repente vuelve… hay que volverlo a alimentar, pagarle la EPS, escucharlo de nuevo”, comenta entre risas con una metáfora que retrata ese desconcierto.
Aun así, lo logró. Pulió sin borrar. Cuidó sin traicionar la voz original. Porque las historias, para su tristeza, no han envejecido. La pobreza sigue, al igual que la guerra y el abandono.
Y si algo aprendió en este proceso fue que no estaba solo. Empezó el libro con miedo, con la sospecha de que los campesinos no iban a confiar en él por ser ‘rolo’. Pero encontró generosidad, apertura y sobre todo gratitud. Le hablaron, lo guiaron, le enseñaron. Y él lo escuchó todo.

Agradece con sinceridad el trabajo de los editores de Hammbre de Cultura, quienes creyeron en su manuscrito y lo ayudaron a convertirlo en una joya editorial. Un libro bellamente editado que hoy le da la vuelta al mundo.
Sin embargo, Carlos es consciente de que este tipo de reconocimientos no se traducen en estabilidad económica. “En Colombia de la literatura vive Mario Mendoza, y pare de contar”, dice con ironía. Por eso no lo mueve el dinero, sino el deseo de que este libro se comparta en el mundo. Que los colombianos entiendan qué significa realmente el café.
Porque los cafetales también son un producto turístico. Pero detrás de los tours, de las fincas instagrameables y los baristas sonrientes, hay una cara oculta: ausencia del Estado, falta de apoyo técnico, desprotección y abandono.
El Andariego que lo convirtió en cafetero
Tras el premio, que no incluyó recompensa económica ni pasajes, Ospina pagó su boleto a Europa para recibir el diploma de los Gourmand. Allá se presentó en la tarima, por gratitud con esas voces que confían en él. La ceremonia fue breve, pero significativa.
Y ahora, su vínculo con el mundo del café es más íntimo. Desde la tienda de su hermano en Chapinero hasta el cultivo familiar en Sasaima, Ospina vive entre letras y granos. Sabe los pormenores del campo.También sigue escribiendo, sin dejar de soñar con ver El Andariego traducido al inglés, al francés o al griego. Que las historias alojadas en su libro lleguen lejos, que más personas entiendan lo que pasa en Colombia, y quizás, que eso sirva para que se pague mejor el café.