¿Por qué, 450 años después, leemos a Shakespeare?

El silencio y la música de Shakespeare aún vigente, en comedia o tragedia. Por Juan Gustavo Cobo Borda.
 
¿Por qué, 450 años después, leemos a Shakespeare?
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Juan Gustavo Cobo Borda

“Ni el mármol, ni los áureos monumentos,
durarán con la fuerza de esta rima,
y en ella tu esplendor tendrá más brillo
que en la losa que mancha el tiempo impuro.

Cuando tumbe la guerra las estatuas
y el desorden los muros desarraigue,
ni la espada de Marte ni su incendio
destruirán tu memoria siempre viva”

El soneto LV de William Shakespeare (1564-1616), en la versión de Mujica Láinez, puede ser una adecuada forma de celebrar los más de 400 años en que fue escrito. El bardo de Stratford-upon-Avon sigue uniendo a Inglaterra, más allá del brexit. “Somos de la materia en la que se hacen los sueños”, es tan válido entonces como ahora y así reyes y fantasmas, brujas y asesinos siguen desfilando por el escenario del mundo, mientras un usurero, en Venecia, aguarda la llegada de una nave y en otra, por el Nilo, la morena y deleitable Cleopatra obliga a Marco Antonio a huir del combate en pos de sus encantos. “Quiero saber el límite del amor que puedo inspirar”, preguntará, y Antonio replica: “Entonces necesitas descubrir un nuevo cielo y una nueva tierra”.

Dinamarca, Noruega, Escocia, “diversas partes del Imperio romano”, Inglaterra y ciudades del Renacimiento italiano, entre ellas una muy célebre plaza de Verona donde Romeo y Julieta vencen los viejos odios con un renovado amor. Tales son sus espacios. Shakespeare surgía en los corrales de madera, un tanto destartalados, donde todos se aglomeraban, y se dirigía tanto a la plebe del gallinero como a la nobleza de la platea. Así su teatro El Globo. Pero son solo sus palabras, sonido y furia, delicadeza y grosería, las que edifican el mundo correspondiente. De intrigas incesantes, de hombres que representan mujeres y mujeres que actúan como hombres, de teatro dentro del teatro, y de la maquinaria chirriante del poder destrozando en sus crueles engranajes tanto a los usurpadores como a los legítimos herederos.

Porque Shakespeare vivió entre el catolicismo fanático de María Tudor y el régimen puritano fundamentalista de Cromwell e Isabel I, la reina virgen, con su estado policial. Era hijo de un guantero que traficaba con lana en el mercado negro y se casó con Anne Hathaway, que le llevaba ocho años. Lo intrigante es que un buen día, después de haber escrito 37 obras, deja Londres y se refugia en su campo natal, donde había invertido en tierra y casa cuanto había ganado. Se entrega a pleitos de linderos, jueces y notarías, mientras su legado se esparce por el mundo: todos somos Hamlet, el rey Lear, el celoso Otelo y tanto Ariel como Calibán en La Tempestad. Somos cuerpos, a veces deformes, al igual que espíritus aéreos. La música nos hace compañía, pero el silencio también revela oscuras verdades. El silencio y la música de Shakespeare aún vigente, en comedia o tragedia.

         

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agosto
25 / 2016